Es de Bariloche y su investigación sobre el rol ecológico de plantas nodrizas de alta montaña fue distinguida por el premio Loreal-Unesco
Sabrina Soledad Gavini dedicó años a investigar las plantas cojín, organismos capaces de promover vida en los ambientes más hostiles. Su trabajo fue reconocido en “Mujeres en la Ciencia".
Sabrina creció entre las grandes montañas y la calma del lago Nahuel Huapi. En Bariloche encontró su vocación y un camino que años más tarde sería reconocido por el Premio L’oreal-Unesco «por las mujeres en la ciencia». Su investigación sobre las plantas “cojín”, organismos que logran generar vida donde casi nada crece, revela la importancia de conservar la biodiversidad de montaña frente al cambio climático.
A Sabrina Soledad Gavini siempre le gustó mirar la naturaleza de cerca. Nació, creció en la localidad cordillerana y nunca quiso irse. «Siempre me gustó este lugar”, contó. Cuando terminó la escuela, eligió Biología en la Universidad del Comahue sin tener muy claro qué podía venir después.
“No tenía ni idea cuál era la salida laboral después de la carrera. Sinceramente, simplemente decía: hay naturaleza, me interesa, y me metí”, recordó. Con el tiempo, encontró su lugar en el grupo Ecología de la Polinización. “Fue ahí cuando sentí que había encontrado mi espacio para continuar con una línea de investigación que, en términos generales, sería ecología de las interacciones”, explicó.
El camino fue largo: la licenciatura, el doctorado, los primeros años como becaria e investigadora del CONICET. “Uno se está formando constantemente. No es que terminó el doctorado y ya está. Uno se va actualizando, informando, yendo y volviendo”, dice. En ese proceso, Sabrina empezó a enfocarse en un ecosistema particular: la alta montaña patagónica.
“Son ambientes muy estresantes: radiación muy alta, suelos pobres en nutrientes, viento fuerte, temperaturas variables. Pero ahí, entre las rocas, crecen unas plantas increíbles”, contó. Se llaman plantas cojín, porque justamente lucen como una especie de almohadilla contra el suelo. «Estas plantas son increíbles, son muy longevas, pueden vivir cientos de miles de años y son nodrizas», destacó.
Esa función nodriza es clave: “Hacen una modificación microclimática que permite el establecimiento y el crecimiento de otras plantas. Dentro del cojín los suelos retienen más humedad, hay más nutrientes, más nitrógeno, fósforo y carbono. Es como un pequeño oasis en condiciones mucho más óptimas para la vida”, explicó.
Esto causa que en las montañas la gente vea un paisaje desprovisto de vegetación, lleno de rocas, arena. «Sin embargo, están estas pequeñas islas oasis con una enorme biodiversidad creciendo», agregó.

El proyecto de Sabrina va más allá. «La evidencia de mis últimos años del doctorado sugería que los cojines podrían ayudar a atraer insectos polinizadores, es decir, podrían promover interacciones mutualistas de las plantas que están establecidas en su interior y de los polinizadores. Y esto es clave para que las plantas se puedan reproducir», explicó la investigadora. «Lo que abre este proyecto que había presentado a esta convocatoria fue buscar entender mejor esta cooperación indirecta entre las plantas a través de la polinización».
Ese hallazgo fue el corazón del proyecto con el que Sabrina obtuvo una Mención Honorífica en la categoría Beca de los premios. Lo que comenzó como una hipótesis sobre ecología vegetal terminó revelando también los efectos del cambio climático. “Cuando empecé el doctorado y volví a la montaña varios años después, noté un desplazamiento, como que las plantas estaban ‘caminando’ hacia arriba. Más abajo se vuelve más árido y caluroso, y más arriba un poco más óptimo”, comentó.
Eso también se ve en los insectos. “Por ejemplo, el abejorro exotico bombus terrestris está subiendo la montaña. Se han registrado individuos a 2000 metros. Claramente, el cambio climático está favoreciendo su invasión. Así que hay distintos efectos, no todo negativo ni todo positivo”, aclaró.
Su proyecto busca generar conocimiento básico sobre la biodiversidad de montaña, un terreno poco explorado en la Patagonia. “En Chile o en la cordillera de Mendoza hay muchos más estudios. Acá el conocimiento es más escaso”, dijo. Pero la motivación va más allá de la ciencia pura. “Estas plantas cojín son como una póliza de seguro de biodiversidad. Aseguran, mantienen especies únicas, proveen servicios ecosistémicos y se adaptan fácilmente. Su conservación es clave”, afirmó.
La noticia del reconocimiento la encontró en plena rutina, cuando daba clases en la Universidad. “Me llamaron desde Buenos Aires contándome que había salido seleccionada en la categoría Mención Honorífica. Yo escuchaba lo que me decía, pero estaba procesando qué estaba pasando. Fue algo muy bonito”.

El viaje a Buenos Aires la sorprendió aún más. “Cuando conocí a las otras cinco chicas seleccionadas me quedé sorprendida. Muchos de los proyectos tenían aplicaciones muy visibles: en salud pública, en biotecnología, en cultivos. Y yo pensaba: qué lindo que hayan reconocido un proyecto en ecología entre todos estos temas. Fue una caricia al alma”, confiesa.
Para la científica, ese reconocimiento también fue una forma de valorar la diversidad en la ciencia. “El rol de las mujeres en la ciencia es fundamental, no solo por la diversidad de miradas que aportamos. Programas y reconocimientos como este son valiosos porque visibilizan el trabajo de las mujeres, inspiran a nuevas generaciones y ayudan a construir una comunidad científica más diversa, justa y creativa. Y además, envían un mensaje potente: el conocimiento, la creatividad y la excelencia científica no tienen género”, expresó.
Mientras pone el valor el lugar de las mujeres en la ciencia, Sabrina también observa con preocupación el contexto actual de la ciencia en el país. “El financiamiento hoy no destaca y los recortes afectan directamente. El conocimiento no se construye de un día para otro, requiere continuidad, apoyo y confianza. Debe ser algo independiente del gobierno de turno. Invertir en ciencia y educación no es un lujo, es una necesidad si queremos construir un país que piense en su propio futuro”, sostuvo con firmeza.
La científica rionegrina que hoy fue reconocida en esta edición de «Mujeres En La Ciencia» asegura que el camino de las investigaciones es desconocido y «nunca se agota». “Muchas veces enmarcamos proyectos con una fecha de inicio y de final», relató. Sin embargo, aseguró que los descubrimientos que se van dando en el trayecto siempre abren nuevas preguntas. Así es el mundo de la ciencia, «como un árbol que se va ramificando en función de la curiosidad».
Sabrina creció entre las grandes montañas y la calma del lago Nahuel Huapi. En Bariloche encontró su vocación y un camino que años más tarde sería reconocido por el Premio L'oreal-Unesco "por las mujeres en la ciencia". Su investigación sobre las plantas “cojín”, organismos que logran generar vida donde casi nada crece, revela la importancia de conservar la biodiversidad de montaña frente al cambio climático.
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