La barilochense que da cobijo a siete ucranianas en Berlín

Andrea Meerapfel se inscribió en el registro de Alemania para dar asistencia a refugiadas ucranianas y recibió a tres mujeres y cuatro niñas.

La vida de la barilochense Andrea Meerapfel, radicada en Berlín desde hace 25 años, dio un giro inesperado a partir de la invasión rusa a Ucrania. La mujer decidió registrarse para dar alojamiento a refugiadas ucranianas, pero nunca imaginó que esa misma noche regresaría a su casa con dos mujeres y sus dos pequeñas hijas.

Al día siguiente, accedió a alojar a una tercera mujer, madre de mellizas de 7 años.

“Con todo lo que está pasando, miles y miles de ucranianos llegan a la Comunidad Europea. Conocidos de mis hijos que saben ruso prestan ayuda en la estación de trenes para traducir o preparar comida. Y cuando supimos de los padecimientos de amigos de amigos, ofrecimos un espacio en nuestra casa”, detalló Meerapfel, con un tono de voz que delataba su cansancio.

Ese grupo finalmente logró asistencia en otra ciudad alemana, pero la barilochense persistió en la idea de brindar ayuda. El último miércoles concurrió a la estación central de buses de Berlín para inscribirse en un registro.

“Al llegar, me encontré con carpas enormes y mucha gente comiendo o durmiendo sobre camperas. En su gran mayoría, eran mujeres con niños aunque había algo de gente mayor. Jamás esperé encontrarme con una situación tan extrema”, describió.

Cuando Meerapfel brindaba sus datos, una mujer se acercó y le preguntó si podía alojar a dos mamás con dos nenas que llevaban cuatro días viajando. “Me dijo que solo querían un lugar para dormir y una ducha”, relató.

Comunicarse con el celular

El trayecto hasta la casa de Meerapfel resultó largo. Las jóvenes no hablaban inglés. A través del traductor del teléfono, intentaban explicar de dónde venían. Eran cuñadas y sus esposos habían quedado a disposición en la reserva de Ucrania. Ellas habían logrado cruzar a Polonia, junto a las nenas de 11 y 8 años. “Sólo tenían un bolso chiquito y una de las nenas llevaba una mochila con algunos ositos”, señaló.

Esta argentina vive en las afueras de Berlín. A medida que se alejaba del centro, notaba cierta impaciencia en las mujeres. Sucede que con la llegada de miles de ucranianas, las autoridades debieron incrementar los controles por el tráfico de personas. “En todo momento, les repetía que ya llegábamos. Imaginaba la desesperación de estas mujeres de subirse al auto de alguien que no conocen”, dijo comprensiva.

Una amiga de Meerapfel que habla ruso facilitó la comunicación. Las mujeres contaron que la guerra las sorprendió al noreste de Ucrania, una de las primeras ciudades que fue atacada. “Una de ellas explicó que una madrugada, su marido la despertó y le anunció que estaban en guerra. Cuando empezaron a escuchar bombas, agarraron algunas cosas y se fueron a un pueblito donde tenían amigos”, expresó.

Cuando la situación se volvió aún más extrema, ella y su cuñada optaron por abandonar el país. Durante todo un día intentaron tomar un tren para llegar a la frontera con Polonia hasta que, por fin, lo lograron.

“De ahí tomaron un bus hasta Berlín. Tuvieron la suerte de poder pagarlo porque sale 300 euros por persona. Por eso, mucha gente queda estancada. Las rutas están llenas y hay desabastecimiento en las estaciones de servicio. En total, ellas recorrieron 2400 kilómetros hasta Berlín”, describió.

“Otra -añadió- tiene a su hermano radicado en Rusia. Cuando le contó que estaban invadiendo Ucrania, el hombre no le creía. La información llegaba muy tergiversada”.

Un tercer asilo

Establecidas en Berlín, las mujeres consultaron a Meerapfel si podía acoger a una amiga que finalmente había logrado escapar de Ucrania, con sus hijas mellizas. “Esta chica tardó un poco más en salir porque viene de una ciudad muy bombardeada. Vive en un piso 14 y con los bombardeos, el edificio temblaba y parecía que los aviones se iban a estrellar. Les dio tanto miedo que durante una semana, ella, su esposo, sus dos hijas y los dos abuelos vivieron adentro un auto en un estacionamiento subterráneo del edificio”, advirtió Meerapfel.

También logró llegar a Polonia y luego, a Berlín. Su esposo y sus padres permanecen en el estacionamiento.

Los primeros días en Berlín fueron complejos por la angustia del recuerdo inmediato de la guerra y el terror. La anfitriona ofrecía a sus huéspedes salir al jardín para tomar sol. Pero no se animaban siquiera a atravesar la puerta. Una tarde, la hija más chica de Meerapfel logró entrar en confianza con una de las pequeñas ucranianas y todas terminaron jugando a las escondidas. “Fue lindo verlas y a las mamás contentas. Agradecen permanentemente, cuentan cosas y no pueden parar de llorar. Tampoco yo. Por suerte, están comunicadas con sus maridos y sus casas aún están en pie”, destacó.

Solidaridad a flor de piel

Las ucranianas -una es contadora y la otra, cocinera- constantemente preguntan de qué manera pueden retribuir la ayuda. “Es gente trabajadora que llega sin nada. Con un bolsito. Les dije que primero se repongan y después veremos. La próxima semana las voy a llevar para que se registren y logren recibir ayuda del estado, como cobertura en salud, escolaridad para las nenas y dinero para comida”, dijo.

No es la primera vez que Meerapfel se solidariza con situaciones sociales complejas. Cuatro años atrás, participó en proyectos de integración vinculados a la ola de refugiados de Afganistán y Siria. “Siempre estoy dispuesta a ayudar. Soy mamá y tengo una nena de la edad de estas chiquitas”, señaló la mujer que crió a sus cinco hijos en Alemania.


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