Sol Gabetta: el secreto argentino
La chelista cordobesa deslumbra en Berlín. Tanto que los diarios alemanes acuñaron el término “gabettístico” para referirse a su fascinante musicalidad. ¿Quién es esta chica de 31 años?
BERLÍN.- Es uno de los grandes fenómenos de la música clásica actual, ofrece 130 conciertos por año y llena las salas más prestigiosas del mundo, pero lo que hace diferente a la chelista argentina Sol Gabetta es un don inusual: su fragilidad. “Cuando el músico no deja ver su propia fragilidad sólo es un buen músico que hace una buena interpretación. A mí eso no me alcanza”, explica en una entrevista en Berlín. Después de años en los que se buscaba que los conciertos sonaran “con una perfección como la del CD, donde se puede cortar y editar”, llegó la hora de “personalidades más naturales”, según Gabetta. “Si uno acepta su propia fragilidad y el público aprende a verla como un plus, la música alcanza su máximo poder de expresividad. La música no es perfección. Una interpretación debe cubrir la paleta entera del ser humano, también con sus defectos”. El diario alemán “Die Welt” acuñó el término “gabettístico” para referirse a esa “fascinante musicalidad” de las interpretaciones de la argentina. Pero la idea de que destreza técnica y lenguaje emocional deben ir de la mano define no sólo la música de Gabetta, sino también su trayectoria vital. Nacida en 1981 en el seno de una familia con raíces francesas y rusas de Villa María, Córdoba, la pequeña Sol alternaba religiosamente las horas de juego y la práctica del chelo: la vida y el instrumento eran dos caras inseparables. Con diez años ya había ganado su primer concurso y estaba instalada en Madrid. Luego siguió perfeccionándose en Suiza mientras terminaba el colegio a distancia. “Para mí era importante terminarlo. Como intérprete, toda cultura general, toda experiencia vital, toda apertura al mundo pesa más que el simple hecho de tocar bien”. Los premios internacionales alternaron con conciertos junto a orquestas como la Filarmónica de Munich, la Sinfónica de Viena, la Royal Scottish Philharmonic Orchestra o las Filarmónicas de Calgary y Seúl. Desde 2005 tiene en Suiza su propio festival de música de cámara, “SOLsberg” y enseña en la Academia de Basilea, donde reside. Ahora espera su reencuentro “oficial” con la Argentina: en octubre tocará por primera vez en el Teatro Colón de Buenos Aires. “Me da mucha emoción. Tocar en mi país es diferente”. Arrastrada por su propio discurso caudaloso y espontáneo –que esconde un dejo de acento cordobés– Gabetta reflexiona sobre su vida y su música como si fuesen un todo. “No cambiaría mi vida por ninguna. Pero hay que poder y saber llevarla. Casi no deja lugar a una vida personal normal al margen de esto”, confiesa. “Muchos músicos clásicos tienen problemas con el alcohol. Emocionalmente es una vida difícil de llevar. Estás con el público y la ovación y después de te vas al hotel y estás solo. En el medio hay muy poco. Mucha gente cae en un pozo”, dice Gabetta, que admite su vicio: “Mi novio me dijo que tengo una adicción a la compra”. Su otra adicción, por supuesto, es el chelo. Gabetta no sabe calcular cuántas horas al día pasada abrazada a él, pero reconoce que sólo puede abandonarlo “sin culpa” cuando lo manda a arreglar. “Si lo tengo en casa y me tomo un rato libre sin tocar, algo en el subconsciente me dice: ‘¡tendrías que estar estudiando!”. ¿Qué obtiene entonces un músico profesional a cambio de ese sacrificio? ¿Por qué entregar la vida a un instrumento? “Porque tenemos cierta obligación”, explica Gabetta. “Hoy la gente no tiene paz consigo misma. Internet, el teléfono… Todo el tiempo estamos en conexión hacia fuera. Las informaciones nos vienen tan rápido y tan seguido que no tenemos espacio para nosotros. Y eso es lo que hace la música: genera un encuentro con uno mismo”. “Es lo que ocurre durante un concierto: el espectador alcanza la paz interior durante una o dos horas. En el momento de la interpretación hay un puente directo entre lo que ocurre en escena y la persona. Mucha gente no quiere encontrarse consigo misma y por eso le cuesta empezar a escuchar música clásica”. Desde esa visión, la música se convierte así en algo más que entretenimiento: es el remedio que cura la separación de nosotros mismos, concluye Gabetta. “Somos los médicos del alma de la gente”. (DPA)
Pablo Sanguinetti
Comentarios