Periodismo

Por Jorge Gadano

La investigación es, por lo común, tenida como una especialidad dentro del periodismo. Habría, en general, periodistas, y en particular periodistas que se dedican a la investigación. Se podrían, aun, encontrar «subespecialidades» múltiples en el periodismo de investigación, como podrían ser la de buscar los motivos por los cuales los buques tanques cargados de petróleo de tanto en tanto chocan entre sí o se parten en dos (como acaba de ocurrir con el «Prestige» en el Cantábrico) sin que a nadie se le ocurra nada para evitarlo. O bien averiguar las causas de la milagrosa sobrevivencia de la Unión Cívica Radical, un partido más que centenario cargado de fracasos que, no obstante, mañana volverá a vivir una interna para elegir candidatos. O, en fin, tratar de entender las razones profundas por las cuales el gobierno neuquino eligió, entre tantos periodistas disponibles, a Jacobo Gereritz para colocarlo al frente de la red provincial de radios, en reemplazo del extinto Néstor Radivoy.

Para quienes toman al periodismo como un ropaje destinado a disfrazar su obsesión por recibir alguna migaja presupuestaria oficial, la investigación debe ser un mal satánico, propio de quienes, como Giordano Bruno, tienen su destino fatal en la hoguera. Pero para los simples periodistas, aquellos que eligen el oficio por vocación, porque les gusta descubrir lo encubierto, la investigación tiene que ser parte de la rutina cotidiana. No sólo, por ejemplo, con el objeto de encontrar el paradero de un vicegobernador, sino para corroborar si lo que dice el parte meteorológico es correcto. Lo es por lo general, pero nunca se debe excluir la posibilidad de que cuando anuncia lluvias brille el sol. En el caso, la tarea investigativa es de lo más sencilla y no implica, como otras, riesgo alguno: consiste en mirar por la ventana. Lo que, por lo demás, puede deparar alguna sorpresa feliz, porque en una de ésas se ve pasar por ahí al vice buscado.

Aldo Rico, quien hizo mucho para ser famoso, quiso alguna vez tomar distancia de la gente que piensa diciendo que «la duda es la jactancia de los intelectuales». Con lo cual se jactó, por interpretación en sentido contrario, de ser un hombre que no duda. Como, se supone, debe serlo todo militar (lo que, dicho sea de paso, ha sido la causa de grandes desgracias en la Argentina).

Jactancias aparte, es claro que proscribir la duda es como vedar el pensamiento crítico. Como lo es, por consiguiente, que no puede haber periodismo genuino sin el ejercicio constante y hasta obstinado de la duda frente a los poderes constituidos. Porque el poder es sinónimo de secreto, de encubrimiento. Y el periodista es, esencialmente, un descubridor.

Ignacio Ramonet, el director de «Le Monde Diplomatique», dijo la semana pasada en Buenos Aires que el buen periodista es aquel que desconfía de la información que le llega naturalmente, y tiene el instinto inmediato de verificar si se corresponde con la realidad.

Un ejemplo de que es preciso desconfiar lo aportó, sin proponérselo, uno de los precandidatos radicales a la presidencia de la República, el senador Leopoldo Moreau. Dijo a mitad de semana que su partido ha sido siempre una «escuela de democracia». Quedó escrito en un diario, y un lector desprevenido puede quedar convencido de que así ha sido. Pero todo aquel que aplique el método de la duda deberá investigar en esa escuela, y con toda seguridad encontrará mucha deserción escolar y gran cantidad de alumnos repitientes. Sin descartar, por supuesto, que hubo otros que completaron exitosamente los cursos y que no faltaron los que, insatisfechos con los maestros, se fueron en busca de otra escuela.

Ciertamente, dudar es reflexionar y para hacerlo hay que tener tiempo. En eso cobra relevancia el rol de los diarios. Según Ramonet, son los que aportan a la información en bruto dos elementos sustanciales: la calidad de la escritura y la reflexión. Un periodista verdadero es, así, un analista de 24 horas. Para Ramonet, la tevé, Internet, la radio «no precisan periodistas sino inmedialistas, algo así como un espejo que refleje el rayo de sol». Sería lo que hoy se llama «comunicador», que limita su papel a recibir y transmitir.

Un conocido proverbio dice que «la mentira tiene patas cortas». En ocasiones las patas no son tan cortas, pero en el corto o en el largo plazo la verdad siempre gana. Las patas pueden ser muy largas -como en la Alemania de Goebbels- si toda la prensa está controlada por el poder. Pero de no ser así, más temprano que tarde la verdad triunfa, porque el ciudadano elige el medio creíble, que es -Ramonet dixit- aquel cuya información coincide con lo que la realidad le muestra.

Existen todavía, aun en los sistemas democráticos, casos de mandatarios-mandantes que logran, mediante el control de los tres poderes del Estado y de la prensa, amarrarse al poder de por vida. Santiago del Estero es un ejemplo en tal sentido y, seguramente, no faltarán gobernadores que sueñan con seguir las huellas de Carlos Juárez. Pero ésta no es la norma, sino la excepción.


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