Tendencia positiva

Por primera vez en la historia de la humanidad, no es utópico que para muchas personas la pobreza sea un mal recuerdo.

Por motivos de «corrección política», los funcionarios de instituciones internacionales como el Banco Mundial se creen obligados a hacer gala de su sensibilidad lamentando las penurias de los centenares de millones de pobres que viven en el Sur de Asia, Africa y América latina, razón por la cual sus informes anuales suelen saber a protestas contra la desigualdad existente, como si los autores sospecharan que de no haber sido por el egoísmo del Primer Mundo todos los hindúes, paquistaníes, somalíes, congoleños, argentinos y brasileños estarían nadando en la prosperidad . Sin embargo, en base a los mismos datos los directivos del Banco Mundial bien podrían permitirse una dosis de triunfalismo. Según las estadísticas disponibles, mientras que en 1999 el 29 por ciento de los habitantes del planeta vivía en extrema pobreza – condición que conforme al Banco Mundial supone contar con un ingreso inferior a un dólar por día -, en la actualidad sólo el 20 por ciento se ubica en dicha categoría gracias en buena medida a los avances notables registrados por China, país que está en vías de crear una economía netamente capitalista administrada por miembros del Partido Comunista. Asimismo, a juicio de los economistas de la institución, sigue siendo realista la meta de reducir la proporción de la población mundial que vive en la extrema pobreza a la mitad para el año 2015.

Pues bien: de haber disfrutado el mundo entero de la prosperidad igualitaria en el pasado reciente, estarían más que justificados los lamentos y las diatribas de los muchos que dan por descontado que la miseria extrema es la consecuencia directa y previsible del capitalismo liberal, pero ocurre que fuera de algunas obras imaginativas de ciertos escritores de la antigüedad la humanidad nunca ha gozado de la edad de oro así supuesta.Por el contrario, hasta hace muy poco la abrumadora mayoría de las personas vivía, breve y brutalmente, con «menos de un dólar por día» o su equivalente. Puesto que en muchas zonas la auténtica «lucha contra la pobreza» sólo comenzaba a cobrar fuerza después de la Segunda Guerra Mundial, el que la miseria extrema ya se vea tratada como una aberración vergonzosa por la cual todos deberían sentirse culpables es un logro realmente asombroso. Por primera vez en la historia de la humanidad no es utópico prever que durante la vida de muchas personas ya nacidas la clase de pobreza a la cual aludía el Banco Mundial en su informe anual sea nada más que un mal recuerdo.

Desde luego que no es inevitable que éste sea el caso. Como es natural, muchos son reacios a permitir que se produzcan los cambios profundos que son inherentes al desarrollo, ya por estar comprometidos con ideologías o culturas premodernas o antimodernas, ya por entender muy bien que a ellos personalmente el progreso personal les supondría una pérdida de ingresos o de prestigio que les resultaría traumática. Aunque en términos generales son conocidas las recetas que andando el tiempo posibilitarían la transformación de grupos de marginados que están sumidos en la miseria más absoluta en «incluidos» que, sin ser ricos, puedan vivir con dignidad y aspirar a que sus descendientes disfruten de todos los bienes materiales y culturales considerados imprescindibles en el mundo actual, aplicarlas en todas partes será sumamente difícil. En países como Afganistán, las guerras continuas y el fanatismo religioso constituyen obstáculos que parecen ser virtualmente insuperables, mientras que en Africa la misma mezcla fatal se ha visto combinada con una pandemia de sida que está socavando sociedades ya extremadamente precarias y matando a casi toda una generación de adultos jóvenes. Si bien en otras partes, barreras como las supuestas por la corrupción sistemática, la irresponsabilidad populista, el parasitismo burocrático y la negativa de muchos a adaptarse a las exigencias del orden económico, el capitalista y liberal, que ha brindado a tantos centenares de millones de personas oportunidades que han aprovechado para dejar atrás la miseria ancestral, son menos intimidantes que las supuestas por las guerras, los fanatismos y las plagas, pero, como sabemos mejor que nadie, son plenamente capaces de inmovilizar a sociedades que en buena lógica deberían hallarse entre las más opulentas del mundo entero.


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