Tres razones para premiar a Bob Dylan

Con los Nobel hay que hacer como con los Oscar: uno se puede alegrar, puede disentir, puede incluso prescindir perfectamente de ellos, pero jamás indignarse. La Academia sueca, como la de Hollywood, está integrada por gente cuya trayectoria nadie conoce, con gustos e intereses como cualquiera de nosotros, que sufren las mismas presiones y dolores de cabeza, y que muchas veces ni siquiera son quienes más saben sobre el tema en que votan.

Por eso, más allá de que a alguien puedan gustarle mucho o poco las composiciones, la lírica, los poemas o las crónicas de Bob Dylan, es en vano impugnar el Nobel literario que acaba de recibir. Los premios a veces son justos, otras injustos, por lo general llegan tarde y en tantas otras ocasiones involucran intereses que van más allá de una obra.

Más interesante es pensar cuáles pueden ser las razones por las que este año le haya tocado a Dylan: La primera es el golpe de efecto: algo que a pocas horas de conocida la noticia ha demostrado ser una estrategia exitosa. El mundo de las letras, de la música, de la cultura popular, del periodismo y por ende muchas personas reales y virtuales están hablando de lo mismo al mismo tiempo.

La segunda razón se deja entrever en el perfil de algunos de los laureados de los últimos años, que no provienen estrictamente del campo de la literatura. Ha habido dramaturgos (Harold Pinter, Dario Fo), periodistas (Svetlana Alexievich), y ahora un músico y poeta. Esta inclinación en las recientes votaciones de la academia sueca está en sintonía con una tendencia consolidada dentro del campo de las artes: los límites y las fronteras entre disciplinas se difuminan. Finalmente no podemos descartar, en la elección de Dylan, cierta inconfesable malicia eurocentrista. Los suecos, como tantos otros europeos, no sienten un afecto especial por la cultura estadounidense. Con Dylan, ahora son doce los americanos premiados desde 1901. La última había sido Toni Morrison, en 1993, hace ya más de veinte años.

A pesar de sonar, algunos, como favoritos eternos, ni Philip Roth, ni Gore Vidal, ni Don Dellilo, ni Cormac McCarthy, ni Thomas Pynchon, ni Richard Ford, todos enormes escritores de la segunda mitad del siglo XX, obtuvieron el Nobel. Dárselo a Dylan, más allá de sus méritos como músico y poeta, de su talento y su compromiso, en lugar de a cualquiera de ellos, es como decirle a los escritores estadounidenses de ficción literaria lo lamento, muchachos, pero no están a la altura. Un reconocimiento, como se dice, con algo de trampa.


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