Un embrollo explosivo
Los resultados oficiales de las elecciones iraníes han provocado disturbios en las calles de Teherán, desconcierto en Estados Unidos y Europa, y alarma en Israel. Aunque todos reconocen que es bien posible que el presidente actual Mahmoud Ahmadinejad sí haya conseguido más votos que su rival principal, Hossein Mousavi, virtualmente nadie cree que haya triunfado por el margen arrollador anunciado, del 62% contra el 34%. Las dudas se basan en mucho más que el deseo natural de los occidentales y de buena parte de la clase media iraní de ver derrotado a un demagogo agresivo. En vísperas de la elección, se había difundido la impresión de que podría ganar Mousavi, un conservador gris que por la falta de alternativas se vio transformado en la gran esperanza de los reformistas hartos de la truculencia y el fanatismo religioso de Ahmadinejad. Los resultados fueron anunciados horas después del cierre de las elecciones y no, como se había previsto, tres o cuatro días más tarde. Por lo demás, según los partidarios de Mousavi, poco antes de sorprenderlos con el anuncio oficial fuentes del Ministerio del Interior les habían informado que la victoria sería suya. Por su parte, Mousavi se ha declarado «el presidente legítimo» de Irán, ya que a su juicio los resultados oficiales son producto de un fraude en escala masiva.
En Irán, el poder real está en manos del grupo de clérigos que conforman el Consejo de Guardianes encabezado por el ayatollah Ali Khamenei. Para reducir el riesgo de que ganara un político contrario a la revolución islámica, los clérigos vetaron a 466 aspirantes presidenciales de los 470 registrados, pero parecería que sintieron pánico al darse cuenta de la hostilidad creciente hacia el régimen de la juventud que quiere que su país normalice sus relaciones con el resto del mundo y no oculta su entusiasmo por la «satánica» cultura occidental y por lo tanto optó por cerrarle el paso a Mousavi, un candidato que, de no haber sido por la decisión de millones de descontentos de hacer de él su abanderado, hubiera merecido su plena aprobación.
En Irán, pues, la voluntad de cambio de los que quieren liberarse de una dictadura clerical ha chocado frontalmente contra la resistencia cerril de quienes detentan el poder y que, como los acontecimientos de los días últimos han confirmado, están más que dispuestos a reprimir con violencia las manifestaciones de protesta. Pero aun cuando el régimen logre restaurar la calma, de ahora en adelante sabrá que en opinión de sectores muy influyentes de la población, además de muchos gobiernos en el resto del mundo, no disfruta del apoyo de la mayoría y por lo tanto tiene que depender de organizaciones notoriamente brutales como la Guardia Revolucionaria. Para justificar la represión, Ahmadinejad y sus simpatizantes se han puesto a acusar al Occidente de querer reeditar en su país las «revoluciones de color» -en su caso, se viste de verde- que sirvieron para impulsar cambios en Ucrania y el Líbano, aunque hasta ahora la postura del gobierno norteamericano del presidente Barack Obama ha sido resueltamente neutral.
Los israelíes tienen motivos para sentirse preocupados por lo que podría suceder en Irán. Un régimen autoritario cuestionado, que se enfrenta con una crisis económica muy grave atribuible en buena medida a la torpeza extrema de Ahmadinejad -y a la convicción de muchos clérigos de que preocuparse por el manejo de la economía es, como decía el ayatollah Khomeini, «para burros» vendidos al Occidente-, podría caer en la tentación de batir el parche nacionalista, oponiéndose con más vehemencia aún a la existencia del Estados de Israel.
Conscientes del peligro así supuesto, son muchos los israelíes que creen que pronto tendrán que decidir entre atacar Irán en un esfuerzo por frenar su programa nuclear, y resignarse a convivir con la amenaza existencial que les supondría la cercanía de un enemigo mortal provisto de los medios que le permitirían borrar su país de la faz de la Tierra. Así las cosas, desde el punto de vista de los preocupados por el futuro inmediato del Medio Oriente, hubiera sido mucho mejor una victoria indiscutible de Ahmadinejad que el triunfo nada convincente que, según los clérigos iraníes por lo menos, efectivamente logró.
Los resultados oficiales de las elecciones iraníes han provocado disturbios en las calles de Teherán, desconcierto en Estados Unidos y Europa, y alarma en Israel. Aunque todos reconocen que es bien posible que el presidente actual Mahmoud Ahmadinejad sí haya conseguido más votos que su rival principal, Hossein Mousavi, virtualmente nadie cree que haya triunfado por el margen arrollador anunciado, del 62% contra el 34%. Las dudas se basan en mucho más que el deseo natural de los occidentales y de buena parte de la clase media iraní de ver derrotado a un demagogo agresivo. En vísperas de la elección, se había difundido la impresión de que podría ganar Mousavi, un conservador gris que por la falta de alternativas se vio transformado en la gran esperanza de los reformistas hartos de la truculencia y el fanatismo religioso de Ahmadinejad. Los resultados fueron anunciados horas después del cierre de las elecciones y no, como se había previsto, tres o cuatro días más tarde. Por lo demás, según los partidarios de Mousavi, poco antes de sorprenderlos con el anuncio oficial fuentes del Ministerio del Interior les habían informado que la victoria sería suya. Por su parte, Mousavi se ha declarado "el presidente legítimo" de Irán, ya que a su juicio los resultados oficiales son producto de un fraude en escala masiva.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios