La vida de los fleteros: ganar el pan arriba de la camioneta

En la capital rionegrina se estima que existen unos 70 que prestan servicios en distintos sitios claves para las cargas. Es una salida laboral ante escasas oportunidades en otros rubros.

La cantidad de kilómetros y el modelo no importan: las camionetas Ford y Chevrolet que han cumplido 30 años o más de uso se han transformado en las fieles compañeras de los fleteros.

Las calles y playas de estacionamiento de corralones suelen reflejar a diario la vida de estos buscavidas. Son muchos los que comparten más momentos juntos en distintas bases que con sus familias.

Su actividad sirve para poner en vidriera un fenómeno socioeconómico de la ciudad: escasez de empleos genuinos, por fuera de los circuitos de generación de trabajo en la administración pública con su industria del expediente a “full”. Entonces, optan por el volante y las cuerdas para sujetar cargas.

El núcleo que presta servicios actúa a riesgo de que aparezca la demanda, de que el vehículo sufra una avería o bien que algún control de tránsito les observe cierto deterioro y el chofer termine el día con el secuestro del vehículo.

Hay un origen heterogéneo en sus perfiles laborales. La gran mayoría se inició en la actividad después de pasar años en el asiento de un taxi, atender una verdulería, albañilería, desarrollar la venta ambulante o haber obtenido una pequeña jubilación que le obliga tener que ganar la calle en la búsqueda de otros ingresos.

Ganarse las monedas arriba de la camioneta requiere de paciencia sobre todo si hay que pelear precio y evitar que un competidor le gane de mano en un viaje. Por lo menos, es lo que se observa en forma cotidiana.

Sus vidas se nutren de anécdotas, amistades, vivencias que en muchas ocasiones son sólo sus colegas o el círculo más cercano quienes saben lo que representa permanecer ocho, diez y hasta doce horas al volante soportando frío, calor o lluvia, de acuerdo al compromiso que deben asumir.

A veces, cuando están muchas horas fuera de su casa, se los ve acompañados de un familiar, porque no tienen la costumbre de circular con el cliente. Es una manera, no la ideal, de pasar tiempo cerca de los afectos.

Los choferes cuentan con dos referentes emblemáticos: Roberto Elbert, uno de los más antiguos, y otro personaje que llaman “Mc Gyver”, un señor que peina canas y suele ofrecer servicios en el ingreso de un corralón. Éste, lleva ese apodo por haber aprendido varios oficios, como el protagonista de una serie norteamericana de espionaje que fue el furor en los ‘90 y estaba capacitado para armar una lanzadera misilística empleado un caño y alambre.

El mayor temor son los días de clima adverso. Se transforma en un momento esquivo como para llevar algo en el bolsillo a su casa al final de cada jornada.

Unos 20 años atrás, los fleteros eran contados con los dedos de una mano. En la actualidad, se estima una cantidad de servicios que ronda los 70 por necesidades manifiestas.

A medida que el sector fue logrando dinamismo y creciendo sin regulación alguna, ellos mismos han establecido límites. Sobre todo por el tipo de carga y momento de prestar un servicio.

Ya saben que deben evitar sospechosas contrataciones de traslado de bultos pasadas las 22, y desechar llamados cuando en algunas ocasiones, los piden para trasladar perros de caza en la oscuridad y en zonas suburbanas.

El dato

La espera de clientes y las reflexiones cotidianas

“Es duro y sacrificado, a veces realizamos ‘changas’ por basura y en otras oportunidades tenemos pesadas mudanzas, nos metemos en lugares insólitos y se nos llena el vehículo de barro”, cuenta Luis Armando Sandoval.

“Lucho”, como le dicen los allegados y clientes, comparte la célebre F 100 con su hijo Esteban. Aun cuando la actividad no tiene una formalidad, esta familia es precursora en aportar su granito de arena e inaugurar un conjunto de principios considerados básicos como para que cualquiera pueda ejercer esta tarea privada.

Sus normas son respetar los precios de los colegas, ser atentos y amables con los clientes, y estar prestos a los requerimientos de quienes los contratan.

“Esto –apunta Lucho– me ha permitido contar con un stock de clientes, y así como hay un precio, también hay que mostrar confianza y responsabilidad”.

Para Diego Facio, empleado de Elbert, esta labor “es una lotería” porque “en los días de lluvia no se puede entrar a los barrios, hay que aguantarse muchas cosas, por ejemplo hacer fuerza para subir un lavarropas tres pisos por escalera”.

Espera que este trabajo “sea transitorio porque no me gusta, quisiera proyectarme porque soy cocinero, pero le tengo que poner el pecho y llevar el plato a mi casa” para alimentar a la familia.

“El servicio es rentable mientras el vehículo no choque o sufra una rotura, acá (en la parada) a veces nos llevamos bien y otras mal, pero tratamos de pasarlo de lo mejor”, observa Fabián Maldonado.

Datos

300/400
pesos es el valor en que rondan los fletes, aunque algunos se ven obligados a bajar el precio.

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