La “prueba de escritorio” de Donald J. Trump

Mirando al sur

En la mañana del 11 de septiembre de 2001, George W. Bush sabía que un avión había impactado en una de las torres del World Trade Center cuando entró a presenciar una clase de lectura en la escuela primaria Emma E. Booker de Sarasota, Florida. Como los millones de televidentes globales que en ese momento estábamos instalados frente al televisor viendo cómo uno de los edificios más famosos del mundo escupía llamas desde sus pisos superiores, él también creía que se trataba de un accidente aéreo y ya había dado la orden de poner todos los medios a disposición para aliviar el desastre. Luego entró al aula.

Lo que pasó a continuación caló profundo en la memoria emocional de ese día y fue objeto de desconcierto primero y de mofas y críticas despiadadas después. Mientras alumnos de no más de siete años se disponían a leer en voz alta el cuento “The Pet Goat”, el jefe de gabinete Andrew Card entró al recinto y, sin interrumpir la clase, habló cuatro segundos al oído de Bush. Lo que le dijo, según trascendió después, fue: “Un segundo avión se estrelló contra la segunda torre. América está bajo ataque”.

Todos los que no nos despegamos del televisor ese día (fuimos millones) recordamos bien la reacción del presidente, que fue ninguna. Sus ojos se perdieron en algún punto del aula y así permanecieron hasta que la maestra dio por terminada la lectura. E incluso entonces, en lugar de levantarse e irse de una vez, George W. Bush dijo a los alumnos: “Son grandes lectores. Estoy muy impresionado. Muchas gracias por mostrarme sus habilidades para leer”. Les hizo un par de preguntas, volvió a halagarlos y sólo después se retiró del aula.

En momentos en que en Nueva York se vivía un apocalipsis, la impasibilidad del presidente de Estados Unidos fue como mínimo asombrosa. Pero vale preguntarse si realmente hizo mal, si no habrá hecho bien en quedarse unos minutos más para darles ánimos a esos niños de una escuela estatal que habían dedicado semanas a prepararse para su visita.

Quince años después, el único candidato que tiene el Partido Republicano para presentar a las elecciones de Estados Unidos, Donald J. Trump, dio una demostración de cómo cree que se debe reaccionar cuando su país atraviesa una situación traumática y violenta. Los familiares y amigos de las 49 víctimas fatales de la masacre de Orlando todavía no habían reconocido los cuerpos de sus seres queridos cuando Trump escribió en Twitter: “Aprecio las felicitaciones por haber tenido razón respecto del terrorismo islámico radical. No quiero felicitaciones. Quiero dureza y vigilancia. ¡Debemos ser inteligentes!”.

Felicitarse a sí mismo en momentos de shock y duelo nacional fue sólo el comienzo de una larga ristra de declaraciones desgraciadas e incluso falsas. Por la tarde, por ejemplo, aseguró que el asesino había gritado “Allahu Akbar” (Alá es el más grande) antes de empezar a disparar, algo que ningún testigo declaró ni corroboró. Después pidió la “renuncia inmediata” de Obama porque en su discurso al país tras el atentado no pronunció las palabras “terrorismo islámico radical”. Luego llamó (una vez más) a prohibir temporalmente el ingreso de musulmanes a Estados Unidos, perdiendo de vista que el asesino, Omar Mateen, nació y fue criado en Nueva York y el hecho cada vez más evidente de que no era un recluta de EI sino un homofóbico violento. En los días que siguieron aprovechó para volver a dar rienda suelta a una de sus teorías conspirativas favoritas: que “miles de musulmanes” celebraron en Nueva Jersey la caída de las Torres Gemelas. También aventuró que, si la “buena gente” del club nocturno Pulse hubiese estado armada, otra habría sido la historia. En FOX aseguró que Barack Obama tiene algún tipo de interés secreto y que por eso no arrasa con los terroristas, y el viernes por la mañana afirmó que por culpa de él y de Hillary Clinton habrá más ataques como el de Orlando.

Para muchos, incluso dentro de un Partido Republicano que contiene el aliento cada vez que Trump se dispone a vociferar, el magnate desaprobó estrepitosamente lo que un funcionario llamó “la prueba de escritorio”, es decir la capacidad de imaginarlo dentro del Salón Oval tomando decisiones en momentos de crisis y de asumir, antes que ninguna otra función, la de contener y sanar.

No es secreto que Trump es tosco y vulgar y que su estrategia de campaña preferida es el miedo. Pero incluso en su caso, podría esperarse cierta gravedad, empatía y liderazgo, aunque sea en las primeras horas de ocurrida una tragedia. Todavía está por verse si su retórica autocelebratoria tras el tiroteo masivo más grande de la historia de Estados Unidos juega a su favor o en su contra. Entretanto, cuesta aceptar que las amenazas a las que George W. Bush se hizo adepto al dejar atrás la escuela primaria Emma E. Booker (“están conmigo o están con los terroristas”; “Dios no es neutral”, etc.) son capaces de palidecer ante cualquier declaración posible de Donald J. Trump.

En momentos en que en Nueva York se vivía un apocalipsis, la impasibilidad del presidente de EE. UU. fue asombrosa. Pero vale preguntarse si realmente hizo mal.

Quince años después, Donald J. Trump dio una demostración de cómo cree que se debe reaccionar cuando su país atraviesa una situación traumática y violenta.

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En momentos en que en Nueva York se vivía un apocalipsis, la impasibilidad del presidente de EE. UU. fue asombrosa. Pero vale preguntarse si realmente hizo mal.
Quince años después, Donald J. Trump dio una demostración de cómo cree que se debe reaccionar cuando su país atraviesa una situación traumática y violenta.

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