El disparador: El tío Guillermo

Datos

Una tarde de primavera, cuando tenía diecinueve años, entré a la cocina de la casa de mis viejos y había una persona a la que no le vi la cara porque la tenía tapada con un libro. Pero al escucharme bajó su novela y me encontré con el tío Guillermo, que leía con su pipa colgando de la boca.
Más de quince años después, en la semana de su cumpleaños, me pregunto por qué aún tengo tan grabada esa imagen
-elegante, romántica- del único hermano de mi papá. Es probable que nunca más haya visto -al menos que recuerde- a alguien en mi casa leyendo una novela, mucho menos en un día y en un horario laboral.
Guillermo interrumpió su lectura y se dio una de las pocas charlas -quizás la única con verdadera conexión- que tuvimos. Además de cariño y calidez, hubo algo en el aire que ahora, con el paso del tiempo, creo que puedo reconocer como pasión y compromiso. Mi tío
-puntano, pausado, arquitecto, pero sobre todo un soñador- me preguntó por mis estudios de periodismo con el mismo interés y la genuina curiosidad que puede tener un niño que anhela descubrir el mundo. Me escuchó, se involucró, deseaba desentrañar de qué se trataba eso que hacía su sobrino.
Después conversamos de literatura, algo que nunca me había pasado en mi entorno familiar, en donde primaban otros intereses: la vida era lo concreto, lo pragmático, las obligaciones de lo cotidiano. Mi tío flotaba en otra frecuencia, era lo que en casa no había: un gran lector, sobre todo de novelas de detectives, policiales y suspenso. Creo que me habló de Sherlock Holmes, Agatha Christie y Mark Twain.
Años después mi tío se enfermó del corazón -¿de qué otra cosa podía sufrir un hombre como él?-, la peleó, murió, pero quedó en el aire. Para mi viejo fue un hachazo que lo dejó rengo. Algunas veces, cuando nombraba a su hermano, a mi viejo se le entrecortaba la voz, carraspeaba la garganta para disimular y los ojos se le llenaban de lágrimas; una vez me dijo que conservaba una caja con novelas de bolsillo de Guillermo. Cuando mi viejo murió, fui al depósito a buscarlas. Nunca las encontré.

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