Hebe Uhart: viajar, escribir y volver a viajar

La notable escritora argentina recibió a “Río Negro” en su pequeño departamento del barrio de Almagro para hablar sobre su modo de hacer literatura, de por qué se decidió por la crónica para sus últimos textos y para dar consejos a los aspirantes a escritores.

En su pequeño departamento del barrio porteño de Almagro donde da talleres de escritura hace décadas, entre galletitas y pocillos de café que ella misma preparó, Hebe Uhart enciende un cigarrillo: “Fumaba mucho antes, pero voy a fumar uno sólo con vos. Me dijo un médico, ‘cinco fume nada más’, y yo lo escucho”, dice –aunque luego fumará otro más-, mientras revisa un cuadernito con anotaciones para sus clases y cuenta un sinfín de anécdotas, pequeños relatos de sus viajes. Es que Uhart, además de docente y cuentista capaz de llegar a lo profundo desde lo simple y rutinario (y si no léase “Guiando la hiedra”), es una viajera crónica: “Julio Ramón Ribeiro dice: ‘no sé si fumo para escribir o escribo para fumar’. Bueno, yo diría: ‘no sé si viajo para escribir crónicas o escribo crónicas para viajar’”, ríe.

Uhart (Buenos Aires, 1936) acaba de ganar el Premio Iberoamericano Manuel Rojas a la trayectoria, por el aporte al diálogo cultural y artístico de Iberoamérica, que entrega el gobierno de Chile y que recibirá en diciembre. “‘Trayectoria’… -interrumpe ella- trato de inmunizarme a esa idea, no pensar que el premio es a la trayectoria. Kafka decía que a los escritores hay que tenerlos a pan y agua, o a pasto. Razón tenía. Creer en los premios o los castigos es pensar que los demás te pueden dar algo más de lo que vos te podés dar a vos mismo. Para un escritor lo fundamental es la continuidad. Un premio es como una feria, te hace perder un poco de continuidad”.

P- Nunca trató de llamar mucho la atención, no manda a concursos.

R- No. Porque no he creído que podía ganar y también por vagancia.

P-¿Le interesa el reconocimiento?

R- Pienso que sí, el que escribe quiere un poco de reconocimiento. Lo que pasa es que yo tengo una visión muy limitada de los lectores, muy personal. Me gusta el contacto con lectores, pero no tengo la idea abstracta del lector… no pienso en el lector cuando escribo. El primer lector es uno, así que pienso más bien en eso.

P- ¿Relee sus cuentos, sus crónicas?

R- No, ya está. No releo los cuentos de la misma manera que no vuelvo atrás por ninguna cosa. Si me olvidé el paraguas en una casa para mi volverlo a buscar es un karma. Lo dejo. Es una modalidad, hay gente que relee porque cuida más, es otra modalidad.

P- Está la famosa frase de Borges de que publicar es la única manera de dejar de corregir.

R- No, soy muy de pensarlo antes. Cuando ya lo voy a escribir ya está maduro. Porque el que escribe son dos. Uno que ficciona o idea, o trabaja una crónica, y otro que se acompaña. El que se acompaña tiene que saber cuando está maduro para escribir. Cuando no sale es porque no está maduro. El acompañante se da cuenta. También, sea cuento o crónica hay que aprender a esperar, es una artesanía, una escuela de paciencia. En la crónica, por ejemplo, hay que aguantar cosas mediocres o vulgares, pero de pronto encontrás un personaje. Sí, seguís la intuición hasta que, de repente, se da el encuentro.

P- ¿Abandonó el cuento?

R- Y no lo sé. Sabés que el verbo “soler” no tiene futuro. Yo sé lo que solía hacer, solía hacer cuentos. Ahora no suelo hacer cuentos, suelo hacer crónicas, pero no sé qué voy a hacer, si voy a hacer.

P- ¿Por qué el giro a la crónica? ¿Qué encuentra ahí que no en el cuento?

R- Yo ya había escrito suficiente de mi infancia, de mi adolescencia, de mi familia, de la inmigración, de todo, y un poco quise salir a ver el mundo. La crónica te da mayor conocimiento del afuera, de las formas de habla de otros lugares y por lo tanto de formas de pensar. Del habla y formas de pensar nuevas, que no hubiera podido inventar nunca. Un Quom me dijo, por ejemplo, “el monte shopping”. Yo nunca hubiera podido acuñar esa expresión. Para él, el monte es shopping, porque le da comida, le da farmacia, le da diversión. Monte shopping, hay cosas que no se pueden inventar.

P-¿El viaje es esencial para la crónica?

R- No, hay un cronista brasileño que le hace una crónica preciosa a un paraguas. A cualquier cosa se le puede hacer, un camino de hormigas da para mucho. A mí porque me gusta viajar. Como dice Julio Ramón Ribeiro, “no sé si fumo para escribir o escribo para fumar”. Bueno, yo diría “no sé si viajo para escribir crónicas o escribo crónicas para viajar”. Me gusta volver, pero me gusta viajar.

P-¿Qué le gusta?

R- Aprendí mucho haciendo crónicas, me enseñó la gente muchas cosas, te enseñan cosas de vos mismo. Porque en un lugar distinto, te convertís también en alguien distinto, descansar del yo habitual, de la casa, de la rutina.

P- ¿Se encuentra una realidad o depende de la mirada?

R- Depende siempre de la mirada del cronista. Hay muchas realidades. Hay realidades incontestables, si la gente se está muriendo de hambre, se está muriendo de hambre, hay límites. Pero dentro de los límites hay muchísimas miradas posibles. Hay dificultades para ver los procesos de cambio, para ver los matices; una crónica tiene que ver con no definir de antemano. Si definís de antemano, te perdés, hay que suspender el juicio inmediato y ver un poco más. Porque el arte, todo arte, es el manejo de la transición. Esos matices se ven en el lenguaje, formas de hablar son formas de pensar. Los tonos de voz son muy interesantes: con tonos de voz, “hijo de puta” puede ser miles de cosas. “Este día no existe”, “fulano no existe”, yo decreto el fin de las cosas que me son insoportables.

P- Sus diálogos no suelen tener grandes giros literarios. ¿Se escribe como se habla?

R-Eso lo dice Mansilla cuando lo avala a Fray Mocho, los argentinos tendemos a escribir como se habla. Se escribe como se habla, si no te viene una preocupación por el lenguaje y te empezás a obseder. Porque la idea de muchos es que las cosas extraordinarias se dicen en un tono extraordinario. La mayoría de los diálogos son fallidos porque no reflejan el habla, el habla es discontinua. Suele escribirse como si uno hablara muy correctamente y el otro le respondiera tan correctamente. Y no es así.

P-¿Se puede enseñar a escribir?

R- No, se pueden dar herramientas y alguna orientación. Un taller no enseña a escribir, el trabajo lo tiene que hacer el escritor con su vida. La herramienta es su propia vida y su propia experiencia, y cómo la maneja. Se puede dar alguna orientación, cómo colocarse, pero no más.

P-¿Un talento innato?

R- No, no es un talento innato. Es una cosa mejorable. Tampoco hay estados distintos, acá también hay una gradación, no hay escritores malos o buenos, hay todo un gris en el medio. Ni tampoco hay un solo nivel en el mismo escritor, hay gente que ha hecho una cosa hermosa y después no ha hecho más nada. Nadie nace en un nivel y queda ahí, gente que se transforma, que se deteriora, gente que se destapa de repente. Nadie está condenado de entrada, es un campo abierto.

P- No hay una forma sola de hacer literatura.

R- Por eso no es transmisible, es muy difícil pasarle la perspectiva tuya a otro.

P- ¿Mejor consejo para un alumno?

R- Lo dice Chejov: “No pulir, no limar demasiado, hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento”. En general se escribe bajo un fondo confuso. Al escribir me muevo en un terreno resbaladizo, debo ser objetivo, pero debo trasmitir un sentimiento. Debo ser libre, pero disciplinado. Cuanto más libre, más disciplinado. Va a ser público, pero se vincula a algo muy privado. Debo tener importancia del asunto entre manos, no es una lista de compras, pero tampoco esa importancia me tiene que volver solemne. Debo ser espontáneo y premeditado, las dos cosas. Debo tener paciencia para afrontar las dificultades sin que eso se note en la escritura. Debo escribir, en realidad, como un escolar sencillo. ¿No ves qué resbaladizo es el terreno?

“No tengo la idea abstracta del lector… no pienso en el lector cuando escribo. El primer lector es uno, así que pienso más bien en eso”,

sostiene Hebe Uhart.

Uhart acaba de ganar el Premio Iberoamericano Manuel Rojas a la trayectoria, por el aporte al diálogo cultural y artístico de Iberoamérica.

Una escritora tan prolífica como bien reconocida

Hebe Uhart (Buenos Aires, 1936) fue docente de filosofía en la UBA y da talleres de escritura desde hace más de 25 años. La mayor parte de su obra ficcional se encuentra publicada en “Relatos reunidos” (Alfaguara, 2010), que recibió el premio Fundación El Libro al Mejor Libro Argentino de Creación Literaria en 2011. En 2004, recibió el diploma al merito del premio Konex en categoría cuentos, quinqueño 1999-2003. En Alfaguara también publicó “Un día cualquiera”. “El gato tuvo la culpa”. En la editorial Adriana Hidalgo publicó sus libros de crónicas. En noviembre publicará un nuevo libro de crónicas.

Biblioteca Uhart: los últimos cinco

Datos

“No tengo la idea abstracta del lector… no pienso en el lector cuando escribo. El primer lector es uno, así que pienso más bien en eso”,
Uhart acaba de ganar el Premio Iberoamericano Manuel Rojas a la trayectoria, por el aporte al diálogo cultural y artístico de Iberoamérica.
“Del cielo a casa” (2003) Relatos que apuntan a la cotidianeidad.
“Camilo asciende y otros relatos” (2004) Cuentos que sintonizan lo popular.
“Turistas” (2008) Relatos sobre cosas que le pasaron o le contaron.
“Relatos reunidos” (2010) Antología de cuentos y nouvelles.
“Viajera crónica” (2011) Antología de escritos de viaje por el mundo.

Temas

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