El refugio dominguero de los colimbas

La esquina del Obispado de Neuquén tiene un sello imborrable: funcionó el Club del Soldado. Lo habilitaban los fines de semanay era el ámbito de contención del conscriptos que venían de lejos.

“Debemos considerar que un edificio es mucho más que una carcaza-continente, es más que un estilo arquitectónico. Contiene lo que podríamos denominar lo intangible: su alma”.

Esto lo escribió la arquitecta Liliana Montes Le Fort -de quien donde se busque un pedazo de historia de Neuquén se encontrará su huella-, y se publicó en “Río Negro” cuando se refaccionó el Obispado de Neuquén. Lo rescató el padre Juan San Sebastián en su relato-anecdotario del Club del Soldado, que desde 1965 a 1983 funcionó en avenida Argentina y Juan B.Justo.

Hoy está la óptica Wolf, pero antes de que en los 60 pasara a propiedad del Obispado por gestiones que realizó el recién nombrado obispo Jaime Francisco De Nevares, fue entre otras cosas sede de bancos y un colegio.

Hasta que a mediados de los 60 De Nevares lo convirtió en El Club del Soldado, que es lo que se pretende rescatar como postal de la historia de la capital neuquina, sin desdeñar tantas otras de singular importancia social y política, como por ejemplo haber sido el jugar donde comenzó a gestarse la Asamblea por los Derechos Humanos de Neuquén.

¿Por qué el Club del Soldado? El mismo De Nevares lo resume -como todos los datos de esta nota en material cedido por Radio Comunidad y el Archivo Histórico Municipal-, al decir que era necesario generarle un espacio de contención a los conscriptos del entonces Batallón de Ingenieros en Construcciones 181, que venidos no sólo del interior neuquino y rionegrino, sino hasta de la provincia de Buenos Aires, en los francos no tenían dónde ir y deambulaban por el centro, dormitando en los bancos de las plazas o la terminal de ómnibus.

Fue una imagen –relatada por Jaime en nota a revista Comunidad-, la que germinó la Casa del Soldado. “Caía una llovizna…” y al abrir la puerta del obispado vio a un grupo de soldados en la vereda. Los hizo pasar para que no se mojaran y le surgió la idea destinarles el salón de la esquina para que tuvieran dónde pasar las horas e, incluso, la noche del sábado al domingo, en los francos.

Del edificio, hoy pintarrajeado con los mensajes, desde los de las protestas sociales y gremiales a los grafitis más diversos, de las mesas y sillas cedidas por YPF, el televisor, el mostrador , el tocadiscos, se puede recordar mucho, pero la pretensión es rescatar “el alma”, la que le dio vida a partir de la excelsa sensibilidad de Jaime y la de los colimbas que hicieron que la historia del Club del Soldado merezca ser contada.

Néstor Berdichevski era de Buenos Aires y fue uno de esos soldados que pasaron por el club. Hoy dice: “el salón se llenaba, porque algunos podían ir a un bar, pero muchos no y ahí la gaseosa o el sándwich se cobraba lo mínimo. Había mesas de metegol, billar… Jaime era excepcional. Se acordaba de tods. Mi mandó un saludo cuando me casé”.

No sólo era el lugar de recreación en el día, también había dormitorios y así evitaban tener que regresar al cuartel.

Datos

No sólo era el lugar de recreación en el día, también había dormitorios y así evitaban tener que regresar al cuartel.

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios