Chismografía barata y tilinga

Lo que pretendidamente fue una coincidencia terminó siendo sintomático: el mismo día que Juan José Saer dejaba de leer y escribir (o sea respirar, porque él redactaba con los pulmones), ese mismo día, la revista Ñ por un lado y el filósofo -y guardián K- José Pablo Feinmann se ocupaban del gran escritor santafesino, sepultado en el Père Lachaise parisino junto a Balzac y Morrison.

Feinmann, en Radar, dijo que «nunca le había pasado gran cosa con Saer», a quien simplificó de aburrido y de operador literario.

Unas horas antes, Ñ cacareaba desde su tapa. Allí, dos gallos simbolizaban una riña de supuestos cánones literarios. Quien disparó el pugilato fue Damián Tabarovsky, para muchos la nueva esperanza blanca de la escritura argentina, otro niño terrible que además de escribir bien viene a apuntar con el dedo lo que para él es vulgar e inflado y lo que para él es imbécil.

Semejante griterío aturdió la vanidad de los señalados y fue Guillermo Martínez quien contraatacó. Tabarovsky en su libro denomina a Martínez «escritor joven y serio, que propone la reinstalación de lo más retrógrado de la tradición literaria argentina». Casi nada.

Martínez no sólo le contestó a Tabarovsky, sino a todos los que habitan su carpa: Saer, Aira, Piglia, Kohan. «Tabarovsky parece creer por ejemplo que César Aira es en la literatura argentina algo así como el nuevo Mesías. (…) En su propia miopía de fanático ni siquiera contempla la posibilidad de que haya escritores quizá tan inteligentes como él mismo que después de leer las cien mil novelas de Aira permanezcan ateos (…) para dedicarse a búsquedas más estimulantes que la repetición de la banalidad». Guau, qué ladridos.

Luego, Ñ vulgarizó más aún el debate, hasta convertirlo en chismografía conjetural.

La reacción de la gente fue inmediata. Puteadas más o menos ingeniosas subieron al ciberespacio. Los blogs literarios chorrearon insultos. Pero ninguno como este, al cual desde esta columna se adhiere: «Asisto sin remedio a la tilinguería marketinera del periodismo cultural porteño que, para su desgracia, decide exhibirse con todas sus pompas el mismo día en que acontece la muerte de un gran, gran escritor argentino.»

Pablo Perantuono


Lo que pretendidamente fue una coincidencia terminó siendo sintomático: el mismo día que Juan José Saer dejaba de leer y escribir (o sea respirar, porque él redactaba con los pulmones), ese mismo día, la revista Ñ por un lado y el filósofo -y guardián K- José Pablo Feinmann se ocupaban del gran escritor santafesino, sepultado en el Père Lachaise parisino junto a Balzac y Morrison.

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