En sus marcas…

A menos de un año de las próximas elecciones presidenciales, los diversos contendientes están preparándose para la campaña que les aguarda. Entre los primeros en anotarse en la carrera están el ex presidente provisional Eduardo Duhalde y el gobernador de Chubut, Mario Das Neves. Pronto los seguirán los radicales Ricardo Alfonsín, Julio Cobos y, tal vez, Ernesto Sanz, el líder de Proyecto Sur, Fernando “Pino” Solanas, Elisa Carrió, los peronistas Felipe Solá, Alberto Rodríguez Saá y muchos otros, que podrían incluir al santafecino Carlos Reutemann y el bonaerense Daniel Scioli, aunque ambos parecen reacios a comprometerse hasta que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner haya decidido si realmente quiere ser reelegida. También parece tener dudas en cuanto a la conveniencia de postularse el jefe del gobierno porteño, Mauricio Macri. Según las encuestas más recientes, desde la muerte de su marido Cristina aventaja por un margen respetable a sus hipotéticos rivales, pero puede que el apoyo adicional así supuesto resulte ser efímero. En un país de régimen presidencialista, la proliferación de aspirantes a suceder a Cristina es un fenómeno natural. Diez meses antes de las elecciones presidenciales norteamericanas, aún había docenas de candidatos que creían contar con posibilidades. Sin embargo, mientras que en Estados Unidos se entendía que las elecciones primarias servirían para reducir de manera ordenada el número de contendientes, aquí el proceso de selección será mucho más confuso debido en parte a las dudas acerca del funcionamiento de la ley electoral, según la que deberían celebrarse primarias abiertas, simultáneas y obligatorias el 14 de agosto de 2011, y en parte a la cantidad desconcertante de partidos, facciones autónomas y coaliciones improvisadas que tendrían que organizarse antes de dicha fecha, todo lo cual, huelga decirlo, beneficia al oficialismo que, por lo demás, a diferencia de los deseosos de reemplazarlo está en condiciones de aprovechar los recursos económicos que le proporciona el manejo del Estado. Hasta el 26 de octubre pasado, quienes soñaban con un triunfo electoral confiaban en que les sería suficiente oponerse al autoritarismo, discrecionalidad y agresividad del “pingüino o pingüina” que representara el oficialismo, confiando en que aun cuando no lograran imponerse en la primera vuelta podrían hacerlo en el balotaje, pero entonces el panorama cambió. Para merecer el apoyo ciudadano, los candidatos opositores no podrán limitarse a criticar el “estilo” kirchnerista. Tendrán que intentar convencer al electorado de que un eventual gobierno suyo sería netamente mejor y que, para más señas, está comprometido con un “modelo” superador del existente que a juicio de muchos ya está por agotarse. Que éste sea el caso puede considerarse positivo. En demasiadas ocasiones, las elecciones presidenciales se han visto dominadas por la voluntad abrumadoramente mayoritaria de repudiar el statu quo para romper con el pasado e iniciar una etapa radicalmente nueva. Por supuesto, los cambios resultantes raramente han sido tan drásticos como procuraban hacer pensar quienes se afirmaron resueltos a hacer de la Argentina un país muy diferente. A pesar de toda la agitación superficial, las estructuras básicas no se han modificado mucho desde mediados del siglo pasado, mientras que siguen siendo los mismos los problemas más urgentes, los planteados por la inflación, la falta de competitividad, la corrupción crónica, un sistema educativo penosamente inadecuado, el deterioro constante de la infraestructura, la exclusión de sectores cada vez más amplios y la inequidad resultante, además de la pavorosa ineficiencia del Estado. En efecto, son tan graves los problemas que se han acumulado en el transcurso de muchas décadas que es comprensible que tantos políticos hayan preferido concentrarse en las deficiencias atribuidas a los mandatarios de turno a intentar formular propuestas concretas pero, siempre y cuando el gobierno actual no se las arregle para cometer tantos errores que aquellos líderes opositores que se postulen para reemplazarlo puedan limitarse a denunciarlas, el fortalecimiento acaso pasajero de Cristina obligará a los presidenciables en potencia a decirnos lo que harían a fin de sacar al país del pantano en que sigue atrapado.


A menos de un año de las próximas elecciones presidenciales, los diversos contendientes están preparándose para la campaña que les aguarda. Entre los primeros en anotarse en la carrera están el ex presidente provisional Eduardo Duhalde y el gobernador de Chubut, Mario Das Neves. Pronto los seguirán los radicales Ricardo Alfonsín, Julio Cobos y, tal vez, Ernesto Sanz, el líder de Proyecto Sur, Fernando “Pino” Solanas, Elisa Carrió, los peronistas Felipe Solá, Alberto Rodríguez Saá y muchos otros, que podrían incluir al santafecino Carlos Reutemann y el bonaerense Daniel Scioli, aunque ambos parecen reacios a comprometerse hasta que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner haya decidido si realmente quiere ser reelegida. También parece tener dudas en cuanto a la conveniencia de postularse el jefe del gobierno porteño, Mauricio Macri. Según las encuestas más recientes, desde la muerte de su marido Cristina aventaja por un margen respetable a sus hipotéticos rivales, pero puede que el apoyo adicional así supuesto resulte ser efímero. En un país de régimen presidencialista, la proliferación de aspirantes a suceder a Cristina es un fenómeno natural. Diez meses antes de las elecciones presidenciales norteamericanas, aún había docenas de candidatos que creían contar con posibilidades. Sin embargo, mientras que en Estados Unidos se entendía que las elecciones primarias servirían para reducir de manera ordenada el número de contendientes, aquí el proceso de selección será mucho más confuso debido en parte a las dudas acerca del funcionamiento de la ley electoral, según la que deberían celebrarse primarias abiertas, simultáneas y obligatorias el 14 de agosto de 2011, y en parte a la cantidad desconcertante de partidos, facciones autónomas y coaliciones improvisadas que tendrían que organizarse antes de dicha fecha, todo lo cual, huelga decirlo, beneficia al oficialismo que, por lo demás, a diferencia de los deseosos de reemplazarlo está en condiciones de aprovechar los recursos económicos que le proporciona el manejo del Estado. Hasta el 26 de octubre pasado, quienes soñaban con un triunfo electoral confiaban en que les sería suficiente oponerse al autoritarismo, discrecionalidad y agresividad del “pingüino o pingüina” que representara el oficialismo, confiando en que aun cuando no lograran imponerse en la primera vuelta podrían hacerlo en el balotaje, pero entonces el panorama cambió. Para merecer el apoyo ciudadano, los candidatos opositores no podrán limitarse a criticar el “estilo” kirchnerista. Tendrán que intentar convencer al electorado de que un eventual gobierno suyo sería netamente mejor y que, para más señas, está comprometido con un “modelo” superador del existente que a juicio de muchos ya está por agotarse. Que éste sea el caso puede considerarse positivo. En demasiadas ocasiones, las elecciones presidenciales se han visto dominadas por la voluntad abrumadoramente mayoritaria de repudiar el statu quo para romper con el pasado e iniciar una etapa radicalmente nueva. Por supuesto, los cambios resultantes raramente han sido tan drásticos como procuraban hacer pensar quienes se afirmaron resueltos a hacer de la Argentina un país muy diferente. A pesar de toda la agitación superficial, las estructuras básicas no se han modificado mucho desde mediados del siglo pasado, mientras que siguen siendo los mismos los problemas más urgentes, los planteados por la inflación, la falta de competitividad, la corrupción crónica, un sistema educativo penosamente inadecuado, el deterioro constante de la infraestructura, la exclusión de sectores cada vez más amplios y la inequidad resultante, además de la pavorosa ineficiencia del Estado. En efecto, son tan graves los problemas que se han acumulado en el transcurso de muchas décadas que es comprensible que tantos políticos hayan preferido concentrarse en las deficiencias atribuidas a los mandatarios de turno a intentar formular propuestas concretas pero, siempre y cuando el gobierno actual no se las arregle para cometer tantos errores que aquellos líderes opositores que se postulen para reemplazarlo puedan limitarse a denunciarlas, el fortalecimiento acaso pasajero de Cristina obligará a los presidenciables en potencia a decirnos lo que harían a fin de sacar al país del pantano en que sigue atrapado.

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