Historias de jóvenes de Río Negro que apuestan a la universidad pública: los desafíos ante la crisis
Se las ingenian para sostener, como sea, sus estudios universitarios. Pero en muchos casos, las carreras se extienden ante la necesidad de trabajar.
Fuerza de voluntad, vocación o la convicción de que la educación es la única salida. Pese a las adversidades, muchos jóvenes buscan la manera de avanzar en los estudios universitarios. En muchos casos, las carreras se alargan por la necesidad imperiosa de trabajar. O se cursan menos materias para recortar, por ejemplo, los gastos de transporte. Sobra ingenio, esfuerzo y perseverancia.
Aldana Vargas tiene 26 años, es de Trelew y estudia Comunicación Social en la Universidad Nacional de Río Negro, en Viedma. En un principio, compartía gastos de alquiler con una compañera, pero hoy vive sola en un departamento por el que paga 300 mil pesos. Su padre la ayuda con este monto. «Económico, aseguró, para lo que es Viedma».
Recientemente, encontró un trabajo en un medio de comunicación comunitario. «Me aporta experiencia y me ayuda para mantenerme. Es un extra. Hice otros trabajos pero nada formal. Nunca conseguí una beca. Me anoté, no apliqué y no volví a intentar: pensé que, quizás, era mejor que le llegara a otros chicos con más necesidades», comentó Aldana.

Para imprimir los apuntes de la facultad, acude a un emprendimiento de fotocopias. «Es más barato que en el centro. Hace poco un amigo gastó 20 mil pesos en un cuadernillo de 150 páginas por el que yo pagué 12 mil pesos. Tratamos de leer todo lo que podemos de la computadora«, dijo.
Aldana comentó que muchos de sus compañeros son oriundos de Chubut, de la Línea Sur e incluso de Neuquén. Más allá de los costos para alquilar, se topan con inconvenientes para movilizarse. «El colectivo es caro y al no tener el domicilio en Viedma, no acceden a los beneficios. El boleto sale casi mil pesos. Por eso, intentan rebuscársela con cualquier tipo de emprendimientos, como maquillaje, venta de ropa o de artesanías», señaló.

El desafío de conseguir trabajo fuera del horario de las cursadas
Quillén Morales reside en Carmen de Patagones y cursa el tercer año de la carrera de Abogacía en la Universidad Nacional de Río Negro, también en Viedma. Sus padres, reconoció, ayudan en gran medida a sostener los estudios. Y la vida misma.
«Dejando de lado la parte de la comida que está complicada, debo tomar dos colectivos para la universidad y tengo más de una hora de viaje. Es como si estuviese en Capital Federal. Intenté encontrar un trabajo, pero las cursadas son por la tarde y eso juega en contra. Por eso, intenté buscar alguna changuita. Tiro cartas y cobro 15 mil pesos cada sesión. Tengo dos por semana«, contó Quillén, de 22 años.
Contó que muchos de sus compañeros se vieron obligados a buscar trabajo y por lo tanto, debieron abandonar las cursadas. O cursar menos materias. «Cada vez hay menos concurrencia en las aulas. Hay gente que deja sus pueblos con la idea de estudiar en otros lugares, pero se les hace insostenible. Y se terminan volviendo», advirtió y consideró: «Es un año difícil a nivel físico, psicológico y económico. No es imposible, pero sí complejo. Es imposible hacer actividad física o recreativa porque se intenta sostener el estudio y el trabajo. Implica mucho estrés. Por eso, la sede Atlántica de la Universidad de Río Negro hizo un convenio con psicólogos para generar más acceso a la contención«.
Insistió en la importancia de la Ley de Financiamiento Universitario «no solo por una cuestión de sueldos para docentes y no docentes sino para seguir manteniendo infraestructura y generar más acceso a las becas. De esta forma, se podría garantizar la continuidad de los estudios«.
La digitalización ayuda a evitar las fotocopias
Javier Ramírez nació en Tigre, provincia de Buenos Aires, pero tiempo atrás, se radicó en Bariloche atraído, en parte, por el Profesorado de Educación Física en el Centro Regional Universitario de Bariloche. «Con la pandemia corté el estudio y ahora retomé. Me pidieron el departamento que alquilaba y me costó mucho encontrar otro, más con dos perritas. Ahora estoy viviendo en el barrio san Francisco IV», afirmó este joven de 27 años que trabaja en una escuela de handball aunque, aseguró que «agarra lo que surja«. También coordina el funcionamiento de una planta de campamentos entre agosto y diciembre.
«Desde un primer momento, trabajé y estudié, pero antes como vivía con mis viejos, vivía más holgado. Ahora no queda otra que buscar trabajos y trabajos para vivir y sostener los estudios«, recalcó. Destacó que en Bariloche, se logró el boleto estudiantil que aliviana los costos de los estudiantes.
«La digitalización también facilita mucho porque las fotocopias son caras. Pero hay veces en que no queda otra que sacarlas. Por otro lado, en mi carrera tenemos posibilidad de elegir entre dos proyectos: el trayecto de montaña y la problemática pedagógica. Quienes elegimos Montaña tenemos un costo alto para equiparnos. Requerís equipo más técnico. Muchos, entonces, eligen el otro trayecto», comentó.

Después del receso invernal, añadió, suele notarse una fuerte deserción estudiantil. «Este año esto se adelantó. Las aulas están cada vez más vacías. Calculo que tiene que ver con el alto costo de vivir en Bariloche. Muchos se vuelven a sus localidades», consideró.
Mencionó también que «las actividades de extensión y de investigación se vuelven cuesta arriba. Son importantes porque nos conectan con la comunidad pero requieren tiempo y dedicación«. «Más allá de estar desfinanciadas -agregó-, hoy los estudiantes priorizan trabajar para pagar el alquiler, la comida y sostener los estudios».
«Aulas cada vez más vacías»
Santiago Rodríguez, de General Roca, transita el cuarto año de Kinesiología en la Universidad Nacional de Río Negro en la capital de la provincia. «En Viedma, un monoambiente cuesta 450 mil pesos. Por mes, uno gasta 200 mil pesos en comida, cuidando en extremo lo que come. Ni hablar de las marcas. El costo es altísimo. Las actividades de recreación se van ajustando. Mis viejos son docentes y hacen un gran esfuerzo para que yo pueda estudiar«, valoró este joven, de 23 años.
Advirtió que no encuentra tiempo para trabajar ya que, más allá de la cursada, se hizo cargo del manejo de la fotocopiadora de la sede Atlántica de la universidad. «Es ad honorem, pero sin dudas es una buena herramienta para muchos estudiantes porque el valor de las fotocopias es la mitad de lo que cuesta en la ciudad. Mantenemos precios acordes al bolsillo. No se busca una ganancia«, planteó.

Al igual que sus compañeros, advirtió que hoy, la necesidad de trabajar en forma paralela a la carrera es la única forma de sostener los estudios. «Se estiran los tiempos de estudio y por eso, hoy cuesta más recibirse», subrayó.
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