Se llama Cristóbal, vino de España y «colonizó» una joya del agro de Río Negro

Llegó desde la “madre patria” en 1949, cuando solo tenía 11 años. Fue tras un viaje de 19 días en barco, en que lo acompañaron su madre y uno de sus hermanos. Su padre, Jaime, había llegado unos meses antes decidido a apostar a la producción en la Patagonia. El Valle Medio del río Negro fue la última parada.

En Río Negro, la presencia productiva de Cristóbal Parra está hoy concentrada en un establecimiento agropecuario de gran escala que abarca cientos de hectáreas en el Valle Medio y donde se realiza ciclo completo ganadero. Pero no siempre fue así: antes de consolidarse en esa unidad, de la cual es socio junto a sus hijos, su historia estuvo marcada por chacras dispersas, esfuerzo familiar y una apuesta constante al trabajo.

La semilla la plantó su padre, Jaime, al llegar desde España a Argentina cuando terminaba la década de 1940; su nombre es ampliamente reconocido en Luis Beltrán, por su gran y desinteresado aporte al desarrollo de la comunidad. Junto a sus hijos José y Cristóbal, empezó cultivando hortalizas y frutales. Más tarde, serían sus hijos, Luis y Marcelo, quienes también sumarían su impulso para transformar ese legado en un campo modelo.

En diálogo con Diario RÍO NEGRO, Cristóbal comparte su historia con un nivel de detalle que sorprende. Su llegada a la Patagonia, sus inicios en la producción, y sus muchísimas enseñanzas en este apasionante relato.

PREGUNTA: ¿Qué puede contarnos de aquel viaje en barco?
RESPUESTA:
Parte de los pasajes los pagó mi papá, mi mamá también había vendido varias cosas que quedaron en España y que eran de papá. Una de las cosas que estaba sobrando ahí era una burra. Mi mamá le dice a su padre que se quedara con la burra, y le contesta “no, yo más burras no quiero, mejor vamos a la feria y la vendés”. Fuimos y la vendimos, por supuesto. No estaba cerca la feria, tuvimos que caminar, salimos a la medianoche. Subimos al barco, se llamaba Cabo de Hornos. La primera parada fue Santos, en Brasil. Luego Montevideo, de donde salimos una tardecita a Buenos Aires. Con mi hermano no dormimos esa noche, pensando en que íbamos a llegar a Buenos Aires y ver a papá, que nos esperaba en Gaiman (Chubut).

P: ¿Y a la Patagonia cómo llegaron?
R:
Estuvimos una semana en Buenos Aires hasta que tomamos un tren en Constitución que nos dejó en San Antonio Oeste (Río Negro) donde nos esperaba un colectivo de una empresa de Comodoro Rivadavia. Hacía mucho frío, llovía en el camino y adentro del colectivo. A fines de julio llegamos a Gaiman, a mi papá le gustaba la idea de tener chacra ahí porque veía que los chacareros vecinos tenían auto y camión. Mi padre dijo “yo voy a trabajar esta tierra”. Lo que se producía ahí era zapallo, zapallito, morrón, cebolla, ajo, papa, y él cultivó todo eso. Producía para vender en Comodoro Rivadavia en invierno, que es cuando se sacaba mejor precio. Mi papá estaba muy contento con los precios, y ni bien vio cómo era la cosa, nos hizo la carta de llamada para que nos viniéramos mi madre, mi hermano José y yo. 

Cristóbal manejando un tractor en 1958, en Luis Beltrán, durante la celebración del Día del Agricultor.
Cristóbal manejando un tractor en 1958, en Luis Beltrán, durante la celebración del Día del Agricultor.

P: ¿Y por qué decidieron venir al Valle Medio?
R:
Mi padre estuvo tres años en Gaiman, ya tenía camioneta. Cuando salía a vender a las verdulerías de Gaiman y Trelew, conoció a un camionero que se había criado en Luis Beltrán (Río Negro), y le llamó la atención que Gaiman no producía nada de lo que llevaba en ese camión: uvas, peras, ciruelas, manzanas, duraznos. Además, cuando Gaiman salía con los primeros tomates y morrones, los mercados ya estaban llenos de tomates y de morrones. Ese señor camionero venía al Valle Medio a comprar, su padre era productor ahí, y mi papá le pregunta si podía llevarlo para conocer esa zona, quería saber por qué tenían mercadería un mes antes que nosotros y también después que nosotros. En 1952 viaja y ni bien vio cómo era, compró una chacra en Luis Beltrán, que le gustó por su suelo, por las plantas que tenía y porque ya tenía vivienda. Era poca tierra la que vendía el dueño: solo 3,5 hectáreas de las 10 que tenía, el resto se la alquiló. Ahí había pera, manzana, ciruela, pero poco, en la mayor parte del campo no había nada implantado. Llegamos y empezamos a producir con papá. José y yo éramos chicos, terminamos la escuela primaria. 

P: Pero me imagino que también trabajaban en el campo, ¿no? 
R:
¡Qué te parece! Se nos hacía poco todo el trabajo que nos daba papá. Tenía 15 años. Con José arrancábamos la papa, la embolsábamos y la traíamos con los caballos al galpón. Con la cebolla, lo mismo. Pusimos en producción esas 10 hectáreas con cultivos anuales: tomates, cebollas, papas, morrones, choclos, y así lo sacamos adelante. Luego un vecino nuestro que estaba en Roca y sabía que nosotros estábamos en Beltrán, le escribió a mi padre preguntando si había posibilidad de comprar chacras ahí, y le responde que sí. El señor compra una chacra de cinco hectáreas, pero en total había 10 en venta: las otras cinco las compra mi papá. Y después se da que, en la chacra de al lado cuyo dueño era de Cipolletti, se vendían otras cuatro hectáreas y luego quince más. Las primeras cuatro las compró un español conocido nuestro que quería comprar tierra en Beltrán, y papá se quedó con las otras quince, y así fuimos creciendo. No comprábamos cualquier tierra: si a mi papá una chacra le interesaba era porque sabía que el suelo era de medio para arriba, tenía buen ojo. Más tarde se compró el primer tractor, aumentamos la producción y ya papá dijo “hay que vender a Buenos Aires”, hacia donde empezamos a despachar en tren desde Darwin.

«No comprábamos cualquier tierra: si a mi papá una chacra le interesaba era porque sabía que el suelo era de medio para arriba, tenía buen ojo.»

Cristóbal Parra sobre su padre, Jaime Parra.

P: ¿Qué vendían principalmente?
R:
Tomates, pero tenía ciertos problemas para llevar en tren: maduraba rápido, sobre todo cuando le agarraba calor. Entonces papá compró su primer camión en 1957, era un Bedford 57. Con ese ya empecé a viajar y a ir más lejos, iba hasta Comodoro Rivadavia a vender. Mi hermano más que nada se había abocado al tractor y al laboreo de la tierra, y empezamos a ocupar gente para que ayudaran en las labores. Ante los problemas que tuvimos con el tomate, decidimos aumentar la producción y vender más, pero cambiando la logística. El tomate era algo que cosechábamos todos los años. Se nos hizo chico un solo camión, y en 1960 mi papá compra otro Bedford. Salíamos con los dos camiones a vender, Darwin y Plaza Huincul eran mercados importantísimos para nosotros, mandábamos camionadas. Y de a poco, nos fuimos volcando a los frutales, que era lo que se podía vender más diferenciado en el sur. La producción de hortalizas nos sirvió para juntar plata rápido, para comprar tierras y los camiones.

P: ¿Cómo siguió este proyecto familiar?
R:
Se casó mi hermano, y a los dos años me caso yo también. Estando en Argentina tuvimos hermanos mellizos, que crecían y a los que papá les iba enseñando lo mismo que a José y a mí, así que empezaron a dar los mismos primeros pasos. Le propusimos a papá que por un lado trabajemos juntos José y yo, y por el otro él con los mellizos. Y papá dijo que sí, que lo veía muy bien. Y ahí alquilamos tierra José y yo, y empezamos por cuenta nuestra haciendo verduras, no queríamos meternos en la fruta de entrada. Después de nuestro primer año de cosecha juntamos plata y compramos 25 hectáreas frente al balneario de Beltrán. Ahí empezamos a trabajar y a poner frutales también nosotros, más que nada damascos, y después agregamos ciruelas y manzanas, y más tarde algo de peras y uvas de mesa.

P: Eran hermanos y socios.
R:
Sí, habrán sido cuatro años que estuvimos José y yo juntos. Un día le digo “¿y si nos repartimos y cada uno con lo suyo?”. Y lo hicimos, es como si él también lo hubiera tenido pensado, nunca hubo un problema. Nos dividimos la tierra, y empecé con el garaje de la casa, en Beltrán, para preparar y embalar la mercadería. A veces lo hacía yo, a veces tenía una o dos personas para que me dieran una mano. Hasta que en un momento dije “tengo que tener un galpón más grande”, para envasar seguro y más ordenado, y compré un terreno, un cuarto de manzana más o menos. Seguía firme con la comercialización y haciendo chacras, las dos cosas. Como particularidad, tenía las chacras separadas: 50 hectáreas en un lado, 40 en otro, 10 en otro. Complicado para la logística, pero positivo para las heladas y el granizo.