INTA, ¿revolución o deserción? El futuro incierto de la agricultura familiar argentina
Una reorganización efectiva facilitaría la entrega de servicios y la transferencia tecnológica, evitando duplicaciones y asegurando la llegada de los recursos a quienes más los necesitan.

La agricultura familiar argentina se encuentra en una encrucijada. Años de investigación y publicaciones han puesto de manifiesto la necesidad crucial de capacitación, financiamiento y acceso a recursos para su plena inserción en un mercado cada vez más complejo. Sin embargo, la reciente transformación del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) plantea interrogantes inquietantes: ¿Estamos ante un cambio transformador o un paso más hacia la deserción del pequeño productor? ¿Y para quiénes se produce este cambio?
La historia nos muestra un patrón recurrente: el pequeño productor queda relegado en los márgenes del mercado, un actor secundario en las políticas agropecuarias. La centralización y descentralización cíclicas de los organismos, su constante reestructuración, nos dejan en una fase inicial, una promesa incumplida. La pérdida de autonomía del INTA, consecuencia de esta reorganización, es un golpe significativo. Esta subordinación limita su capacidad de respuesta a las necesidades específicas de la agricultura familiar, generando incertidumbre y, fundamentalmente, preocupación entre quienes dependen directamente de sus servicios.
El problema trasciende la simple reorganización burocrática. Se pierde de vista el objetivo primordial: el productor. Si bien la modernización y la adopción de tecnologías de punta son necesarias, la pregunta clave sigue sin respuesta: ¿Cómo accederán los pequeños productores a estos recursos? ¿Qué mecanismos concretos implementará el gobierno para garantizar su inclusión?
Un INTA eficiente debería promover una mayor integración y coordinación entre sus áreas y otras instituciones. Una reorganización efectiva facilitaría la entrega de servicios y la transferencia tecnológica, evitando duplicaciones y asegurando la llegada de los recursos a quienes más los necesitan. La adopción de tecnologías como la AgTech, el uso de datos satelitales y drones para el monitoreo de cultivos, promete mejorar la eficiencia productiva y la sostenibilidad.
Pero estas promesas requieren un sustento concreto: financiamiento adecuado, participación activa de la agricultura familiar en el diseño de las políticas, programas de capacitación sólidos y un acceso equitativo a los recursos para todos los productores, no solo para una minoría privilegiada. Se necesita transparencia: planes detallados, con cifras, programas específicos y comunicados oficiales que permitan al país visualizar el impacto real de esta transformación.
En definitiva, la agricultura familiar representa un pilar fundamental de la economía argentina. Si bien la transformación del INTA puede ser el comienzo de un gran avance, su éxito dependerá de una implementación transparente, equitativa y eficaz, que priorice la inclusión y el desarrollo sostenible de los pequeños productores. El desafío es convertir esta reorganización en una verdadera revolución, no en una deserción silenciosa. El INTA está escribiendo historia; la pregunta es: ¿qué historia escribirá?
* Licenciada y doctoranda en Historia.
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