El 23 de agosto: el día de la perfección
¿Cómo, ante semejante presión popular, un jugador como Di María puede abstraerse al punto de lograr esa ejecución perfecta? La respuesta está en la categoría, en la madurez.

Recuerdo aquellas épocas del profesorado, cuando el análisis de un movimiento exigía una descripción milimétrica.
Cátedras que insistían en la posición del pie, la inclinación del torso, el giro del hombro, la dirección de la mirada… y vaya uno a saber cuántas otras sutilezas que hacían de un simple gesto técnico algo cercano a la perfección.
Atención a la discapacidad
Sin embargo, rara vez se hablaba de un elemento esencial: la sensibilidad del ejecutante. Ese sexto sentido que transforma un instante de inspiración en una verdadera obra de arte. Ese momento en el que aparece un insolente, con desparpajo inusual, para romper lo preestablecido.
La perfección es, después de todo, terreno de hedonistas. De espíritus sensibles y paladares exigentes. Por eso es exacta, corrediza … y tan inalcanzable.
Y, sin embargo, hubo un instante en que todo pareció detenerse. Fue el 23 de agosto de 2025. Corrían 36 minutos del segundo tiempo del clásico rosarino cuando Ángel Di María se hizo de la pelota. Lo que sucedió a continuación no necesita exageraciones: fue simplemente inolvidable.
El partido en el Gigante de Arroyito, venía trabado, de pierna fuerte. Fernández comete una falta a Coronel a unos 27 metros del arco. La tensión podía cortarse con una navaja.
Entonces, el 11 se adueña del momento. Besó la pelota con los labios, conteo ritual de pasos hacia atrás, breve carrera. Y una pegada colmada de e(a)fecto que viaja en una parábola eterna hasta clavarse en el ángulo superior izquierdo del paraguayo Espínola.
Así de simple. Así de perfecto.
Fideo se saca la camiseta, extiende los dedos, corre como un niño con los brazos abiertos. El gol es suyo, pero también de su gente.
Y uno se pregunta: ¿cómo, ante semejante presión popular, un jugador puede abstraerse al punto de lograr esa ejecución perfecta? La respuesta está en la categoría, en la madurez, en esa capacidad de domar la emoción y ponerla al servicio del arte.
No es casual. Ya lo había hecho antes, con una rosca similar, en el PSG ante el Reims, el Montpellier, el Mónaco o el Angers, siendo figura además de la Selección nacional; del Real Madrid, Benfica, Manchester United y Juventus.
Y cómo no recordar aquel “23 de agosto” de 2008, cuando con una definición sutil y elevada le dio el oro olímpico a la Argentina en Beijing, o la vaselina inolvidable a Brasil en la final de la Copa América 2021, o el toque mágico en la final de Qatar 2022.
Por eso, en honor al eterno «Negro» Roberto Fontanarrosa, bien podría instituirse “el 23 de agosto” como el Día de la Perfección. Porque mientras Fideo hacía poesía en Rosario, en otro punto del país, también sucedía algo extraordinario.
En el estadio de Vélez Sarsfield, Santiago Carreras convirtió todos sus envíos a los palos —desde distintas distancias y perfiles— y fue figura decisiva en el primer triunfo histórico de Los Pumas sobre los All Blacks en suelo argentino: 29-23. Un partido impecable, donde el equipo nacional fue tan efectivo como valiente.
Y entonces uno entiende que el deporte, cada tanto, nos regala momentos así. Como un suspiro necesario después de una semana asfixiante, donde hechos lamentables como los ocurridos en el Libertadores de América, durante el partido entre Independiente y Universidad de Chile, nos alejan peligrosamente de nuestra condición humana.
Pero si alguna vez perdemos el rumbo, si el barro nos gana, si la violencia nos ensordece, habrá que volver a mirar un 23 de agosto.
Porque hay días en que el deporte deja de ser un juego y se convierte en una forma de redención.
Y aunque el mundo insista en caerse a pedazos, todavía hay una pelota que entra en el ángulo, un zurdazo que viaja con destino de milagro, una ovalada que rebasa la H victoriosa.
Y mientras eso ocurra, mientras alguien —aunque sea uno solo— se atreva a buscar la belleza en medio del caos, entonces, quizá, no todo esté perdido.
*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com

Recuerdo aquellas épocas del profesorado, cuando el análisis de un movimiento exigía una descripción milimétrica.
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