Milei se cocina en su propia salsa
Al rodearse de personas sin experiencia en política, comenzando con Karina, permitió que crecieran en importancia aquellas prácticas por las que fue elegido para combatir.

A menos que a uno le preocupen los costos sociales, matar la inflación no es difícil; basta con reducir drásticamente el gasto público y negarse a emitir más dinero que el justificado por lo que ingrese a las arcas estatales. En cambio, sanar una cultura política congénitamente enferma sí plantea un sinnúmero de problemas que no pueden solucionarse aplicando un par de medidas sencillas.
¿Lo entiende Javier Milei? Hay motivos para dudarlo. Obsesionado como estaba por el desafío económico, al iniciar su gestión creyó que los políticos no tardarían en adaptarse a la nueva realidad que estaba construyendo. Hasta hace poco, parecía haber acertado, ya que ninguna facción opositora ofrecía al electorado una alternativa convincente al proyecto que impulsaba, pero en política siempre es prematuro cantar victoria. Gracias a Milei, la inflación ha dejado de ser la prioridad absoluta que era cuando Sergio Massa, flanqueado por Alberto Fernández y Cristina Kirchner, manejaba las cuentas nacionales. Ha cedido su lugar a temas como la seguridad ciudadana, la corrupción, el empleo y el bienestar social que, para el gobierno actual, no requieren su participación activa.
A Milei le gusta teorizar en torno a lo bueno que sería dinamitar al Estado – dice ser “un topo” decidido a sabotearlo desde dentro -, pero pronto descubrió que, para gobernar, necesitaría el apoyo de varias docenas de parlamentarios y decenas de miles de funcionarios. Como pudo preverse, una proporción sustancial, acaso la mayoría, de los reclutados serían personas recién convertidas al credo libertario. Puesto que Milei se enorgullece del desprecio que siente por todo lo vinculado con la política, no les exigió nada salvo, es de suponer, algunas manifestaciones de lealtad que merecerían la aprobación de su hermana Karina.
Milei parece haber olvidado que cuando rabiaba contra “la casta”, aludía no sólo a un conjunto de individuos determinados sino también a lo que hacían con el poder que les había prestado el electorado. Al rodearse de personas sin experiencia en política, comenzando con Karina, permitió que crecieran en importancia aquellas prácticas por las que fue elegido para combatir. Puede que los kirchneristas se destaquen por su desfachatez cuando de minimizar la significancia de la corrupción se trata, pero ello no quiere decir que otros, incluyendo a los libertarios, sean inmunes a las tentaciones que brinda.
Aun cuando resulte que “el jefe” Karina, en que Milei dice confiar absolutamente, haya sido la víctima inocente de una “campaña” urdida por resueltos a hacer caer al gobierno, las heridas provocadas por la difusión de los audios de Diego Spagnuolo tardarán mucho en curarse. Y si la Justicia decide que las acusaciones vertidas por el presuntamente despechado ex funcionario son verídicas, para recuperarse el gobierno tendría que renovarse por completo, alejando a Eduardo “Lule” Menem y a Karina del centro del poder, algo que, de acuerdo común, afectaría muy negativamente el estado de ánimo de su hermano que depende tanto de ella.
Todos los economistas serios saben muy bien lo que hay que hacer para alcanzar la estabilidad monetaria aunque, claro está, entienden que, por razones comprensibles, los gobernantes de turno preferirían no tener que tomar decisiones que podrían perjudicarlos personalmente, pero los deseosos de poner fin a la corrupción, impedir que oportunistas farsantes de trayectoria cuestionable ocupen puestos clave y así por el estilo, enfrentan desafíos que son mucho más complicados. Por desgracia, se trata de una tarea inacabable que mantendrá permanentemente ocupada a una legión de especialistas en la materia, como sucede en Singapur y los países escandinavos que son considerados relativamente libres del mal.
Milei triunfó en 2023 merced al hastío que el grueso de la ciudadanía sentía tanto por la ineptitud como por la rapacidad egoísta de la clase política nacional cuyos integrantes brindaban la impresión de haberse acostumbrado a privilegiar sus propios intereses personales y corporativos. Sin embargo, aunque desde el vamos era evidente que las ideas económicas de Milei eran muy distintas de las reivindicadas no sólo por el oficialismo de aquel entonces sino también por muchos otros, no puede decirse lo mismo de su actitud frente a las deficiencias éticas que muchos atribuían a miembros de “la casta”. Aunque en campaña no vacilaba en atacarlos con furia por sus presuntos pecados económicos, raramente incluía la corrupción en su lista de quejas. Antes bien, pareció creer que sería suficiente hambrear al sector público para privar de tal manera a los políticos de oportunidades para enriquecerse a costillas de la mayoría.

A menos que a uno le preocupen los costos sociales, matar la inflación no es difícil; basta con reducir drásticamente el gasto público y negarse a emitir más dinero que el justificado por lo que ingrese a las arcas estatales. En cambio, sanar una cultura política congénitamente enferma sí plantea un sinnúmero de problemas que no pueden solucionarse aplicando un par de medidas sencillas.
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