En política, todo es personal
Hoy, la política suele ser una competencia entre dos o tres individuos que improvisan sus propios partidos sobre la marcha, usando pedazos sacados de otros

Los autores de la Constitución Nacional dicen que “los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático”, pero ocurre que en todas partes hasta los supuestamente más consolidados están desintegrándose y pocos creen que sobrevivan por mucho tiempo los que están tomando su lugar.
Al perder su poder de atracción los esquemas ideológicos que, hasta hace dos o tres décadas habían servido para darles cierta coherencia, los partidos dependen cada vez más de la imagen del líder. Es por tal motivo que los angustiados por el avance de lo que llaman “la ultraderecha” no son los únicos que advierten que la democracia está en crisis.
En las elecciones legislativas del domingo pasado, importaron mucho menos las presuntas cualidades de los candidatos, casi todos poco conocidos por la mayoría de los votantes, de La Libertad Avanza que las atribuidas al presidente Javier Milei. Aunque no estaba directamente en juego el Poder Ejecutivo, virtualmente todos los comentaristas han interpretado los resultados como si se hubiera tratado de una reedición del balotaje de 23 meses atrás; dieron por descontado que el triunfo fue de Milei y, hasta cierto punto, de su hermana Karina.
La situación es parecida en Estados Unidos, donde los caprichos de Donald Trump pesan más que las opiniones de todos los demás miembros del Partido Republicano, en la Francia de Emmanuel Macron, el Reino Unido de Keir Starmer y en muchos otros países. Hoy, la política suele ser una competencia entre dos o tres individuos que improvisan sus propios partidos sobre la marcha, usando pedazos sacados de otros cuyos dirigentes han sido incapaces de conseguir votos en cantidades suficientes.
Fue lógico, pues, que una vez confirmada la muy buena elección que hizo La Libertad Avanza – es decir, Milei -, tantos se preguntaran cómo aprovechará el aval poderoso así logrado. ¿Se sentirá envalentonado, convencido de le convendría seguir cubriendo de insultos soeces a quienes lo critican, o procurará ampliar su base de sustentación parlamentaria tratando bien a legisladores vacilantes? Al enterarse el domingo de que, para su propia sorpresa, LLA había superado a la Fuerza Patria de Cristina Fernández de Kirchner y sus aliados por diez puntos, Milei adoptó una postura conciliatoria, pero puede la moderación de la que hizo gala se haya debido a que se había preparado mentalmente para explicar una derrota o, a lo mejor, un éxito menos contundente que el que obtuvo.
Sea como fuere, no cabe duda de que, hasta nuevo aviso, el destino de la Argentina, cuyo sistema político siempre ha sido aún más presidencialista, para no decir caudillista, que los de otros países democráticos, dependerá de las decisiones de una sola persona. Si así lo quiere, Milei podrá construir una coalición amplia incorporando a buena parte de la dirigencia del ya difunto Juntos por el Cambio y también a muchos que eligieron militar en el peronismo porque a su entender era el movimiento gubernamental por antonomasia. Caso contrario, Milei podría intentar disciplinar a todos los tentados a rendirle pleitesía, castigando a disidentes que se resistan a repetir en público las verdades libertarias.
Como el norteamericano Trump al que admira, Milei posee una ideología con raíces históricas a la que ha agregado una cuota perturbadora de rarezas personales. ¿Toma en serio lo de “las fuerzas del cielo” y la sabiduría que atribuye a sus asesores caninos? Si tales excentricidades no inciden en lo que efectivamente hace, carecerán de significado aunque, desde luego, continuarán dando un toque de color a la imagen pública que ha labrado y que le ha permitido persuadir a muchos de que dista de ser un miembro típico de la tan desprestigiada “casta” política nacional, una distinción que, demás está decirlo, sigue siéndole sumamente valiosa.
Milei quiere que su propio credo sustituya al peronista que, por muchos años signados por la declinación nacional, figuraba como “el sentido común de los argentinos”. Aunque es perfectamente posible que, como sucedió en todos los demás países de cultura occidental, el grueso de la población acepte que no hay ninguna alternativa viable al capitalismo liberal con tal que lo acompañe un sector público financieramente sostenible que sea capaz de mitigar los problemas sociales resultantes, sería muy poco probable que se entusiasmara por la versión extrema que, a juzgar por sus arengas, Milei preferiría.
A lo mejor, pues, tendría que conformarse con lo que para él sería un fracaso, porque una Argentina “normal” según las pautas internacionales que todavía rigen no sería un paraíso libertario, pero para otros, en especial para los despreciados ñoños republicanos, sería un éxito notable.

Los autores de la Constitución Nacional dicen que “los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático”, pero ocurre que en todas partes hasta los supuestamente más consolidados están desintegrándose y pocos creen que sobrevivan por mucho tiempo los que están tomando su lugar.
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