El relato y la economía
Nadie ignora que el amor desmedido que, desde hace algunas semanas, dicen sentir los integrantes del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por el injustamente despreciado peso nacional se debe exclusivamente a su pasión por el dólar norteamericano. No se trata de un sentimiento personal –aunque les duele, por lo menos algunos están dispuestos a sacrificar los dólares que se las arreglaron para acumular en tiempos más tranquilos– sino de uno político, por llamarlo así, ya que les preocupa sobremanera la huida de cantidades enormes de lo que, por razones comprensibles, es la moneda de referencia nacional por antonomasia, de ahí las medidas pesificadoras que quisieran tomar pero que a veces, por miedo a las consecuencias, se ven constreñidos a postergar, de este modo intensificando el clima de incertidumbre que tanto ha contribuido a frenar la economía. El más activo en este terreno pantanoso es, cuándo no, el secretario de Comercio Guillermo Moreno, el funcionario que más ha hecho para agravar una crisis que parece destinada a tener muchas consecuencias políticas en los próximos meses al difundirse la sensación de que el gobierno está dando los consabidos manotazos de ahogado, produciendo todos los días novedades supuestamente espectaculares que pronto resultan inadecuadas. Luego de privar a los fabricantes locales de insumos importados imprescindibles obligando a algunos a suspender la producción so pretexto de que el país debería estar en condiciones de fabricar absolutamente todo, liberándose así de su dependencia de bienes importados, Moreno está presionando a los empresarios de distintos sectores, como el minero, para que entreguen dentro de 15 días las divisas correspondientes a las exportaciones, exigencia que según los afectados no podrán cumplir, ya que los importadores en otras partes del mundo son reacios a pagar a sus socios locales en el plazo perentorio fijado por el secretario de Comercio. Según los especialistas en la materia, sus órdenes no podrán sino provocar una caída adicional de las exportaciones del país, de tal modo haciendo todavía peor una situación que ya motiva alarma. Asimismo, el cepo cambiario, de dudosa legalidad, ha tenido un impacto muy negativo en el estado de ánimo no sólo de la minoría que está acostumbrada a pensar en dólares sino también en el de muchos otros, ya que en el pasado los controles policiales del tipo ensayado por el gobierno siempre han servido para anunciar la proximidad de una nueva convulsión económica. Tal y como están las cosas parece más que probable que el país esté por experimentar una más; el consumo se ha estancado, la industria ha dejado de crecer y el empleo ha comenzado a sentir del impacto. La voluntad de Cristina de avalar todas las decisiones de Moreno parece deberse a la convicción de que, por estar en juego su propia autoridad, cualquier cambio la debilitaría. Sin embargo, en todas partes la actividad económica es intrínsecamente cíclica, de suerte que era de prever que tarde o temprano llegaría a su fin el período de crecimiento “a tasas chinas” y que sobrevendría otro en el que tanto el gobierno como los empresarios tendrían que procurar prepararse para el siguiente, pero por desgracia no hay señales de que Cristina y los funcionarios a cargo de manejar la economía lo entiendan así. Antes bien, brindan la impresión de creer que cualquier modificación del “modelo” equivaldría a reconocer que ha fracasado, de modo que no tienen más alternativa que la de continuar por el rumbo emprendido sin hacer ningún esfuerzo por adaptarse a las circunstancias. En ocasiones, tanta inflexibilidad voluntarista podría justificarse, pero en la actual entraña muchos riesgos. En lugar de aprovechar la crisis internacional para introducir cambios esenciales, atribuyéndolos a la necesidad de reaccionar a tiempo frente a lo que está sucediendo en el exterior, el gobierno parece más interesado en impresionarnos por la firmeza de su adhesión al esquema que adoptó varios años atrás que en intentar revertir la desaceleración abrupta que se ha registrado en los últimos meses. Dicho de otro modo, todo hace pensar que está resuelto a continuar tratando de subordinar la realidad al relato, empresa que, desde luego, no podrá terminar bien.
Nadie ignora que el amor desmedido que, desde hace algunas semanas, dicen sentir los integrantes del gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner por el injustamente despreciado peso nacional se debe exclusivamente a su pasión por el dólar norteamericano. No se trata de un sentimiento personal –aunque les duele, por lo menos algunos están dispuestos a sacrificar los dólares que se las arreglaron para acumular en tiempos más tranquilos– sino de uno político, por llamarlo así, ya que les preocupa sobremanera la huida de cantidades enormes de lo que, por razones comprensibles, es la moneda de referencia nacional por antonomasia, de ahí las medidas pesificadoras que quisieran tomar pero que a veces, por miedo a las consecuencias, se ven constreñidos a postergar, de este modo intensificando el clima de incertidumbre que tanto ha contribuido a frenar la economía. El más activo en este terreno pantanoso es, cuándo no, el secretario de Comercio Guillermo Moreno, el funcionario que más ha hecho para agravar una crisis que parece destinada a tener muchas consecuencias políticas en los próximos meses al difundirse la sensación de que el gobierno está dando los consabidos manotazos de ahogado, produciendo todos los días novedades supuestamente espectaculares que pronto resultan inadecuadas. Luego de privar a los fabricantes locales de insumos importados imprescindibles obligando a algunos a suspender la producción so pretexto de que el país debería estar en condiciones de fabricar absolutamente todo, liberándose así de su dependencia de bienes importados, Moreno está presionando a los empresarios de distintos sectores, como el minero, para que entreguen dentro de 15 días las divisas correspondientes a las exportaciones, exigencia que según los afectados no podrán cumplir, ya que los importadores en otras partes del mundo son reacios a pagar a sus socios locales en el plazo perentorio fijado por el secretario de Comercio. Según los especialistas en la materia, sus órdenes no podrán sino provocar una caída adicional de las exportaciones del país, de tal modo haciendo todavía peor una situación que ya motiva alarma. Asimismo, el cepo cambiario, de dudosa legalidad, ha tenido un impacto muy negativo en el estado de ánimo no sólo de la minoría que está acostumbrada a pensar en dólares sino también en el de muchos otros, ya que en el pasado los controles policiales del tipo ensayado por el gobierno siempre han servido para anunciar la proximidad de una nueva convulsión económica. Tal y como están las cosas parece más que probable que el país esté por experimentar una más; el consumo se ha estancado, la industria ha dejado de crecer y el empleo ha comenzado a sentir del impacto. La voluntad de Cristina de avalar todas las decisiones de Moreno parece deberse a la convicción de que, por estar en juego su propia autoridad, cualquier cambio la debilitaría. Sin embargo, en todas partes la actividad económica es intrínsecamente cíclica, de suerte que era de prever que tarde o temprano llegaría a su fin el período de crecimiento “a tasas chinas” y que sobrevendría otro en el que tanto el gobierno como los empresarios tendrían que procurar prepararse para el siguiente, pero por desgracia no hay señales de que Cristina y los funcionarios a cargo de manejar la economía lo entiendan así. Antes bien, brindan la impresión de creer que cualquier modificación del “modelo” equivaldría a reconocer que ha fracasado, de modo que no tienen más alternativa que la de continuar por el rumbo emprendido sin hacer ningún esfuerzo por adaptarse a las circunstancias. En ocasiones, tanta inflexibilidad voluntarista podría justificarse, pero en la actual entraña muchos riesgos. En lugar de aprovechar la crisis internacional para introducir cambios esenciales, atribuyéndolos a la necesidad de reaccionar a tiempo frente a lo que está sucediendo en el exterior, el gobierno parece más interesado en impresionarnos por la firmeza de su adhesión al esquema que adoptó varios años atrás que en intentar revertir la desaceleración abrupta que se ha registrado en los últimos meses. Dicho de otro modo, todo hace pensar que está resuelto a continuar tratando de subordinar la realidad al relato, empresa que, desde luego, no podrá terminar bien.
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