Estilos contrapuestos

Salvo en las dictaduras, casi todos los dirigentes políticos son centristas que se afirman contrarios al capitalismo “salvaje” pero, aleccionados por el hundimiento del comunismo y el debilitamiento del socialismo democrático, entienden que no les cabe más opción que procurar brindar la impresión de ser capaces de domesticarlo. Por mucho que algunos se esfuercen por hacer creer que representan una ideología distinta, una alternativa auténtica al statu quo o, si se prefiere, un “modelo” particular, la mayoría da por descontado que las eventuales diferencias tienen poco que ver con las profundas divergencias filosóficas que tanto pesaban en el pasado reciente. En la actualidad lo que más importa es la imagen. El poder exagerado que ha acumulado la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no se debe a las ideas que suele reivindicar en sus alocuciones ya cotidianas sino a la convicción, que está muy difundida entre sus simpatizantes, de que lo que el país necesita es una líder tan fuerte que esté en condiciones de obligar a todos a obedecer sus órdenes inapelables. Hasta fines del año pasado la voluntad generalizada de colmar de poderes a Cristina por suponer que hacerlo ayudaría a garantizar la paz social e impulsar el crecimiento económico le permitió triunfar por un margen llamativo en las elecciones presidenciales, pero a partir de aquel momento muchos han comenzado a cuestionar la eficacia de la receta así supuesta. Además de desacelerarse abruptamente la economía que, según los especialistas, ya ha caído en recesión, un fenómeno que, con razón o sin ella, se ve atribuido a la torpeza no sólo de los funcionarios encargados de manejarla sino también a la falta de realismo de Cristina, la conducta a menudo arbitraria de la presidenta y su forma cada vez más agresiva de hablar están deslustrando la imagen que es la fuente de la mayor parte de su capital político. Por ahora, el mejor ubicado para aprovechar el deterioro de la imagen de la presidenta es el gobernador Daniel Scioli, dueño él de una radicalmente distinta. Si bien algunos partidarios de Scioli dicen que debería reaccionar con más vigor frente a la presidenta, que no deja pasar ninguna oportunidad para maltratarlo directa o indirectamente acusándolo de ser un administrador pésimo, cuando no un inútil, el bonaerense parece haber apostado a que, al cambiar el clima político, la ciudadanía querrá que el próximo presidente sea una persona tranquila, sensata, “normal”, de instintos innegablemente democráticos, o sea, alguien muy distinto de Cristina. Mientras que la presidenta se niega a celebrar conferencias de prensa genuinas, Scioli se ha acostumbrado a responder con cortesía a las preguntas de los periodistas, lo que es una manera de señalar que le es ajeno el maniqueísmo tan típico de los kirchneristas. Aunque la estrategia conciliadora que el gobernador ha adoptado no está exenta de riesgos, ya que no le convendría adquirir la reputación de ser una persona pusilánime, ha conseguido minimizar los costos políticos que le corresponden por el estado lamentable en que se encuentran las finanzas de la provincia; según las encuestas, una mayoría abrumadora de los bonaerenses lo imputa a la ofensiva furibunda emprendida en su contra por Cristina y el vicegobernador Gabriel Mariotto. Asimismo, luego de nueve años de gobierno kirchnerista, el famoso “estilo K”, el que resultaba tan provechoso cuando el grueso de la ciudadanía quería culpar a otros –el FMI, los militares, los inversores extranjeros, los economistas “neoliberales”– por las muchas desgracias nacionales, ha dejado de funcionar como antes. Parecería que está en vías de consolidarse el consenso de que lo que necesita el país no es un gobierno cuyos integrantes estén habituados a reaccionar frente a todos los reveses pronunciando diatribas contra los supuestos enemigos ideológicos y agraviando tanto a opositores internos como a los líderes de otros países sino más diálogo, más respeto mutuo y más serenidad. Así las cosas, la negativa de Scioli a prestarse al juego de Cristina, Mariotto y compañía para intercambiar con ellos las lindezas rudimentarias a las que nos han acostumbrado podría beneficiarlo, ya que la principal víctima política de la campaña de denigración furibunda desatada por los kirchneristas bien podría resultar ser Cristina.


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