Piedra libre al “bicho canasto”

De plaga insoportable a ilustre desaparecido. ¿Milagro o naturaleza?

Espero que la nota del 16 de diciembre, sobre los enemigos naturales de los “piojos de las plantas”, o sea los pulgones (áfidos, en lenguaje técnico), haya cumplido el objetivo de asombrarlo y dejarle muy en claro que actuando con inteligencia podemos precindir de biocidas para controlar plagas que parecen que se van a “llevar puesto” nuestro jardín … y eso que sólo mencioné a los más activos de sus predadores. Para ampliar el tema con un ejemplo, hoy les voy a refrescar la memoria sobre una plaga que a fines de los 70 y comienzos del 80 nos dio menudos dolores de cabeza, tanto en la ciudad como en las chacras. Me refiero al “bicho canasto” (Oiketicus platensis). En las chacras se había ensañado especialmente con las alamedas, que eran algo así como su “hábitat”. Dentro de nuestras ciudades del Alto Valle, recuerdo nítidamente que, al llegar el otoño, los árboles de calle parecían “adornados” con sus canastos, que pendían profusamente de sus ramas más delgadas. Al final de la primavera, generalmente el 1 de noviembre, las larvitas recién nacidas se meneaban al viento pendientes de un tenue hilo de seda y, al estilo Tarzán, se trasladaban de árbol en árbol, incrementando la infestación. Por razones de logística y presupuesto, no hubo “curas” de ningún tipo y se instaló una suerte de resignación generalizada de convivir con la plaga. Pasaron algunos años -no registré cuántos-, la plaga desapareció como por arte de magia, al menos en el ámbito de esta ciudad de Roca, y a partir de ese momento y hasta el día de hoy es sólo una anécdota. ¿Qué es lo que había pasado? Simplemente que al no utilizarse biocidas se permitió que actúen los enemigos naturales que esta plaga tiene en la región. Para nombrar algunos, me voy a referir a un trabajo de la doctora Estela M. Baudino, facultad de Agronomía de la Pampa, del 10 de noviembre de este año, a raíz de un intenso ataque al caldenal de Parque Luro (La Pampa), quien cita seis especies de avispitas parasitoides obtenidos de bichos de cesto recolectados en la Reserva Provincial Parque Luro. Estos parasitoides pertenecen a cinco familias de insectos del Orden Hymenoptera: Tetrastichus sp. (Eulophidae), Chirotica bruchii (Ichneumonidae), Conura sp.1 y Conura sp. 2 (Chalcididae), Perissocentrus sp. (Torymidae) y Chelonus (Braconidae). Todas ellas microavispas “parientes” cercanas de las citadas en mi nota de mediados de este mes. Me trae también a la memoria un dato suministrado por extensionistas del INTA Alto Valle, sobre la forma que tenían antiguamente los chacareros para amortiguar la infestación del “bicho canasto” … “cosechaban” todos los canastos posibles en el invierno, cavaban un hoyo en la tierra donde los depositaban y cubrían con una malla mosquitera. Ellos sabían que dentro de muchos de esos canastos había larvas parasitadas por microavispas predadoras y para facilitar la propagación de ellas permitían que sus adultos, muy pequeños, emergieran, pasaran a través de dicha tela y aseguraran un nuevo parasitismo, en tanto que las mariposas de la plaga, por su mayor tamaño, quedaban atrapadas. También una avispa de mayor tamaño, la conocida como “camuatí” (Polybia scutellaris”), voz guaraní que significa “avispas reunidas amigablemente” (“Ca”=avispa; “mu”=amistad y “atí”=reunión). Es negra y mucho más pequeña que la abeja doméstica, pues sólo tiene un centímetro de largo. Su figura es esbelta y graciosa. Hace su nido o colmena amasando barro y lo adhiere colgando de las ramas de los árboles. Su picadura es dolorosa y la miel que produce es muy sabrosa. En nuestra mesopotamia la conocen también con el nombre de “lechiguana”. En años recientes se ha registrado un notable incremento de estas avispas melíferas en todo el norte de la Patagonia y se instaló también la polémica sobre si se trata de una “inmigración” natural debido a un cambio en el clima regional o si es obra de empresas frutícolas del Valle Medio, que la habrían introducido con el fin de controlar el “bicho de cesto”. Junto con el beneficio que podría representar, también conlleva un peligro latente, ya que al instalarse incluso dentro de los montes frutales, especialmente con manejo orgánico, los cosechadores pueden entrar en contacto con los nidos y sufrir sus picaduras. Estas, si bien no son mortales de por sí salvo en casos de alergia, provocan accidentes especialmente si se trabaja en escaleras y el operario al huir pierde el equilibrio. Para finalizar entre sidra, vino y pan dulce, les deseo ¡Feliz Año Nuevo!


Espero que la nota del 16 de diciembre, sobre los enemigos naturales de los “piojos de las plantas”, o sea los pulgones (áfidos, en lenguaje técnico), haya cumplido el objetivo de asombrarlo y dejarle muy en claro que actuando con inteligencia podemos precindir de biocidas para controlar plagas que parecen que se van a “llevar puesto” nuestro jardín ... y eso que sólo mencioné a los más activos de sus predadores. Para ampliar el tema con un ejemplo, hoy les voy a refrescar la memoria sobre una plaga que a fines de los 70 y comienzos del 80 nos dio menudos dolores de cabeza, tanto en la ciudad como en las chacras. Me refiero al “bicho canasto” (Oiketicus platensis). En las chacras se había ensañado especialmente con las alamedas, que eran algo así como su “hábitat”. Dentro de nuestras ciudades del Alto Valle, recuerdo nítidamente que, al llegar el otoño, los árboles de calle parecían “adornados” con sus canastos, que pendían profusamente de sus ramas más delgadas. Al final de la primavera, generalmente el 1 de noviembre, las larvitas recién nacidas se meneaban al viento pendientes de un tenue hilo de seda y, al estilo Tarzán, se trasladaban de árbol en árbol, incrementando la infestación. Por razones de logística y presupuesto, no hubo “curas” de ningún tipo y se instaló una suerte de resignación generalizada de convivir con la plaga. Pasaron algunos años -no registré cuántos-, la plaga desapareció como por arte de magia, al menos en el ámbito de esta ciudad de Roca, y a partir de ese momento y hasta el día de hoy es sólo una anécdota. ¿Qué es lo que había pasado? Simplemente que al no utilizarse biocidas se permitió que actúen los enemigos naturales que esta plaga tiene en la región. Para nombrar algunos, me voy a referir a un trabajo de la doctora Estela M. Baudino, facultad de Agronomía de la Pampa, del 10 de noviembre de este año, a raíz de un intenso ataque al caldenal de Parque Luro (La Pampa), quien cita seis especies de avispitas parasitoides obtenidos de bichos de cesto recolectados en la Reserva Provincial Parque Luro. Estos parasitoides pertenecen a cinco familias de insectos del Orden Hymenoptera: Tetrastichus sp. (Eulophidae), Chirotica bruchii (Ichneumonidae), Conura sp.1 y Conura sp. 2 (Chalcididae), Perissocentrus sp. (Torymidae) y Chelonus (Braconidae). Todas ellas microavispas “parientes” cercanas de las citadas en mi nota de mediados de este mes. Me trae también a la memoria un dato suministrado por extensionistas del INTA Alto Valle, sobre la forma que tenían antiguamente los chacareros para amortiguar la infestación del “bicho canasto” ... “cosechaban” todos los canastos posibles en el invierno, cavaban un hoyo en la tierra donde los depositaban y cubrían con una malla mosquitera. Ellos sabían que dentro de muchos de esos canastos había larvas parasitadas por microavispas predadoras y para facilitar la propagación de ellas permitían que sus adultos, muy pequeños, emergieran, pasaran a través de dicha tela y aseguraran un nuevo parasitismo, en tanto que las mariposas de la plaga, por su mayor tamaño, quedaban atrapadas. También una avispa de mayor tamaño, la conocida como “camuatí” (Polybia scutellaris”), voz guaraní que significa “avispas reunidas amigablemente” (“Ca”=avispa; “mu”=amistad y “atí”=reunión). Es negra y mucho más pequeña que la abeja doméstica, pues sólo tiene un centímetro de largo. Su figura es esbelta y graciosa. Hace su nido o colmena amasando barro y lo adhiere colgando de las ramas de los árboles. Su picadura es dolorosa y la miel que produce es muy sabrosa. En nuestra mesopotamia la conocen también con el nombre de “lechiguana”. En años recientes se ha registrado un notable incremento de estas avispas melíferas en todo el norte de la Patagonia y se instaló también la polémica sobre si se trata de una “inmigración” natural debido a un cambio en el clima regional o si es obra de empresas frutícolas del Valle Medio, que la habrían introducido con el fin de controlar el “bicho de cesto”. Junto con el beneficio que podría representar, también conlleva un peligro latente, ya que al instalarse incluso dentro de los montes frutales, especialmente con manejo orgánico, los cosechadores pueden entrar en contacto con los nidos y sufrir sus picaduras. Estas, si bien no son mortales de por sí salvo en casos de alergia, provocan accidentes especialmente si se trabaja en escaleras y el operario al huir pierde el equilibrio. Para finalizar entre sidra, vino y pan dulce, les deseo ¡Feliz Año Nuevo!

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