Asesino que utilizó metodología de la dictadura
Por las páginas de la novela "Un crimen argentino", del periodista Reynaldo Sietecase, camina con paso sigiloso un "Hannibal" vernáculo que utiliza los mismos métodos de la dictadura militar, pero también las rutinas delictivas de la actualidad. Un policial que se basa en un hecho real y que ahonda en la historia negra de la Argentina reciente.
Buenos Aires.- «Un crimen argentino» novela de Reynaldo Sietecase, editada por el sello Alfaguara, cruza con eficacia literatura y periodismo para incursionar en la novela negra con una historia basada en un hecho real sucedido en Rosario en 1980.
La trama arranca con el asesinato de un empresario, cuyo cuerpo es disuelto en ácido en un tanque de fibrocemento. Desde esas páginas iniciales, se vislumbra sus conexiones con el mundo real: los desaparecidos del 70 y los secuestros extorsivos de hoy.
Para Sietecase, «el crimen funciona como metáfora de la dictadura y permite contar algo poco explorado, el hecho de que hasta un asesino brutal haya sido víctima del aparato represivo; porque este victimario sufrió a su vez apremios ilegales».
Autor de varios libros de crónicas («Como el viajero que huye», «Bares») y de poesía («Cierta curiosidad por las tetas», «Instrucciones para la noche de bodas», y «Pintura negra», entre otros títulos), Sietecase, quien ejerce el periodismo desde la revista «Ventitrés» y el espacio televisivo «Detrás de las noticias», esboza una suerte de teoría: «Las sociedades se revelan también a sí mismas por su forma de matar».
«Este crimen se cometió durante la dictadura sin ninguna connotación política -subrayó el autor-, pero el modo al disolver un cuerpo en ácido funciona como metáfora de cómo mataba el Estado».
Con su primera novela, da paso a un policial luego de una sugerencia que recibió de Tomás Eloy Martínez: «La cosa empezó como una investigación periodística dura. Accedí al expediente, a los 43 nombres que quería entrevistar, a la documentación, pero una charla en el «96 con Tomás me cambió el rumbo».
«El coordinaba un taller de la fundación Nuevo Periodismo de Gabriel García Márquez, asistí al taller y le pasé el texto que tenía hasta allí. Me dijo: «Antes de hacerle la crítica le quiero decir que ahí tiene una novela». Bueno, empecé a pensar el texto como una novela y a los dos años me preguntó cómo iba y me dijo: «Yo me alejaría del expediente, no lo miraría más, cambiaría los nombres y con esa base escribiría una novela», cuenta.
El libro de este rosarino nacido en 1961 participa de un montaje donde converge la ficción, el testimonio y la noticia periodística.
«Es deliberado; es mi exploración entre los límites del periodismo y la literatura. Yo vengo de ambos lados. Pensada la novela como una casa, los cimientos son la historia real, el libro está basado en un hecho real, en los mismos escenarios. Usé el mismo límite temporal, aunque después inventé situaciones, diálogos, personajes. Entre lo que inventé, está el encontrarle un motivo al crimen más allá de la plata», explica el autor.
«Creo que un escritor se tiene que tomar todas las libertades necesarias, y el que quiera buscar la verdad que vaya al expediente -considera Sietecase-. Uno de los personajes falsos es Agustina, una tía inventada que me permite tirar una línea del porqué de este crimen tan tremendo. El tiene un amor incestuoso con una tía que termina esfumándose. Todo jugaba en mi imaginación, también el padre represor, la infancia torturada».
Historia de ausencias, en «Un crimen argentino» se agita un criminal desaparecedor, un empresario desaparecido, una tía del asesino que no aparece, y la coartada del homicida -sobreimpuesta a los argumentos de la dictadura sobre sus víctimas- respecto de que los desaparecidos no son tales, sino que viven en el extranjero.
Voluntaria o involuntariamente, el hecho de esta novela empalma con la siempre conflictiva trama social de la Argentina, y se reactualiza con el tema de los secuestros extorsivos.
Una palabra sobrevuela la noche negra de este crimen que se repite infinitamente como en una sala de espejos: impunidad. «El asesino ni se tomó el trabajo de esconder aquello que lo incriminaba, pensaba que cobraba y se iba del país, que no había conexiones que lo implicaran», apunta Sietecase.
«Pero lo descubren, un poco por azar queda conectado al caso. Estaba ensoberbecido. En el país subyace un pensamiento: si se puede matar y zafar por qué no se va a poder robar y zafar, hacer una estafa y zafar, engañar al electorado y zafar», reflexiona.
¿Cómo funciona el asesinato en un país donde el crimen se ha vuelto rutina? «Hay, es verdad, como una repetición del horror.
Muertes brutales todo el tiempo, y tienen esa característica: la impunidad. Pero no la hubo en el caso que inspiró la novela, ya que el culpable estuvo 14 años preso en Coronda».
Metido en el fraseo escueto, seco, del relato policial, Sietecase recobró, al momento de la escritura, sus lecturas de adolescencia.
«Chase, pero aún más Chandler y Capote. En el fondo hay Borges, Bonasso, ni hablemos de Walsh. Y quizá Thomas Harris, pero no tanto el autor de «Hannibal», sino de libros que en su momento leí con devoción. Digo Harris porque también aquí hay un personaje fuerte, con mucha maldad y a su vez es muy rico psicológicamente, un tipo culto. En mi novela tiene un aditamento interesante, porque él es un tiburón en un mar de tiburones».
«El Estado estaba haciendo cosas peores y los tipos que lo investigaban del sector policial eran terribles. No sé qué le pasará al lector, algunos me dicen que el tipo produce cierta empatía», finaliza Sietecase.
El hecho que desató la novela
El asesinato del empresario Jorge Salomón Sauan en que se basa la novela «Crimen argentino», de Reynaldo Sietecase, tuvo lugar a fines de 1980 y fue cometido por Juan Carlos Masciaro, quien fue condenado a reclusión perpetua.
Las crónicas de la época señalan que Masciaro cenó con Sauan en el Club Sirio Libanés, lo invitó luego a su departamento donde le dio un cóctel soporífero y finalmente se comunicó con su familia para exigir un rescate de un millón de dólares. Acto seguido, colocó el cuerpo de Sauan en un tanque de fibrocemento y lo disolvió con ácido sulfúrico.
Masciaro, que venía de cumplir una condena de 5 años por estafa, se creía librado de sospechas hasta que alguien creyó haberlo visto la noche de la desaparición del empresario, cenado en el Club Sirio Libanés.
Cuando fue llamado a declarar negó todo, aduciendo que se trataba de un autosecuestro y que Sauan iba a llamarlo por teléfono a su domicilio.
De este modo se hizo conducir hasta allí, justamente donde el cadáver de la víctima se disgregaba en el tanque de fibrocemento, tapado con tierra negra y una planta.
Una posterior requisa policial y la casualidad (a un policía se le dio por regar la planta y observó que las paredes del tanque se recalentaban demasiado) dio con lo que quedaba del cuerpo: una prótesis dental, una cadena de oro y parte de un pie.
Abogado, lector de las vidas de Napoleón, Carlomagno, Pilatos y De Goulle, entre muchos libros que frecuentaba, Masciaro se benefició con el dos por uno, cumplió catorce años de cárcel y salió en libertad.
En un país como la Argentina, donde cada crimen es paradigmático, subsiste el riesgo de que el horror se transforme en rutina.
De todas formas, el hecho en que se basó «Un crimen argentino», con víctima desaparecida en ácido sulfúrico, es inusual y existen apenas dos casos similares más en el mundo, uno acaecido en Francia en 1925 y el otro en Londres en 1949. (Télam).
Buenos Aires.- "Un crimen argentino" novela de Reynaldo Sietecase, editada por el sello Alfaguara, cruza con eficacia literatura y periodismo para incursionar en la novela negra con una historia basada en un hecho real sucedido en Rosario en 1980.
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