Cuidar chicos, más que un trabajo

Su vocación por los que menos tienen incluso hizo que les quitara tiempo a sus propios hijos.

Ruca Cayún es una guardería que está en un barrio de calles de tierra, custodiado por la barda. Enfrente tiene una cancha sin césped, más bien potrero, y alrededor todas casitas diversas y un poco amontonadas. Adentro hay unos 24 niños y casi la misma cantidad de personal, entre educadoras, cocineras y trabajadores de mantenimiento. Una de ellas es Adela, Adela Coria. Esta mujer de 47 años trabaja formalmente cuidando niños desde que tenía 18. Pero arrancó antes, cuando el padre José les dijo a ella y otros chicos de su barrio (Progreso): “Necesito ayudantes para hacer la leche”. Tenía nueve años y “solamente quería jugar” pero se fue quedando y cuando el cura abrió la primera guardería comenzó a trabajar ahí. “Éramos más de 60 chicos los que estábamos en esos años y a todos nos dejó con trabajo. Yo trabajé en Padre José y después vine acá, donde llevo ya 13 años”, cuenta Adela. En Ruca Cayún comenzó como educadora y luego pasó a ser cocinera. La rutina comienza a las 7, con el desayuno que preparan para el personal y que después extienden a los chicos y chicas que asisten a la guardería. “Después hacer la colación, el almuerzo, el postre. Lavar platos, tazas… la rutina del día. También preparamos refuerzos para los chicos, porque hay muchos que vienen desnutridos y hay que darles una vianda para que se lleven”, explica. Adela es una de las trabajadoras más antiguas que quedan en la guardería. Durante la charla menciona a las fundadoras “Élida, Elvira, Normita” e insiste en considerarse ahora “de la prehistoria”. Los chicos, dice, la han hecho “sentir viejita”, pero en un buen sentido. “El otro día vino uno de 35 años ya y me dijo ‘no te voy a permitir, tía, que no te acuerdes de mi’. Cuando me dijo tía me di cuenta de cuántos años pasaron, porque traen a sus hijitos y se arma toda una cadena”, cuenta Adela y rescata que “algo hice, un recuerdo bueno les queda”. Con los hijos propios ( tiene tres) la cuestión es diferente. “Yo me perdí muchas etapas de ellos, que las viví con los otros chicos. Acá no podíamos traer a nuestros hijos, los teníamos que dejar encargados, y antes estábamos hasta las cuatro de la tarde. Mis hijos me recriminan después”, admite con un poco de culpa. Adela ahora vive en Cordón Colón, donde está levantando su casa de a poquito. “Porque el que se casa, casa quiere”, ríe. Y espera que le lleguen los 65 años (o, si sale la aprobación del convenio colectivo de trabajo, los 55) para retirarse y disfrutar la adolescencia de sus hijos. “Yo ya me jubilo acá, ya pasé mi etapa, pero siempre les digo a las chicas jóvenes que terminen de estudiar. Es un trabajo lindo, pero tienen que darse una oportunidad de estudiar y aspirar a otras cosas”, recomienda la mujer.

Adela Coria, 47 años. Tres hijos: Mica, Florencia y Beto. Nació en Neuquén y vive en Cordón Colón.

Luis García


Ruca Cayún es una guardería que está en un barrio de calles de tierra, custodiado por la barda. Enfrente tiene una cancha sin césped, más bien potrero, y alrededor todas casitas diversas y un poco amontonadas. Adentro hay unos 24 niños y casi la misma cantidad de personal, entre educadoras, cocineras y trabajadores de mantenimiento. Una de ellas es Adela, Adela Coria. Esta mujer de 47 años trabaja formalmente cuidando niños desde que tenía 18. Pero arrancó antes, cuando el padre José les dijo a ella y otros chicos de su barrio (Progreso): “Necesito ayudantes para hacer la leche”. Tenía nueve años y “solamente quería jugar” pero se fue quedando y cuando el cura abrió la primera guardería comenzó a trabajar ahí. “Éramos más de 60 chicos los que estábamos en esos años y a todos nos dejó con trabajo. Yo trabajé en Padre José y después vine acá, donde llevo ya 13 años”, cuenta Adela. En Ruca Cayún comenzó como educadora y luego pasó a ser cocinera. La rutina comienza a las 7, con el desayuno que preparan para el personal y que después extienden a los chicos y chicas que asisten a la guardería. “Después hacer la colación, el almuerzo, el postre. Lavar platos, tazas… la rutina del día. También preparamos refuerzos para los chicos, porque hay muchos que vienen desnutridos y hay que darles una vianda para que se lleven”, explica. Adela es una de las trabajadoras más antiguas que quedan en la guardería. Durante la charla menciona a las fundadoras “Élida, Elvira, Normita” e insiste en considerarse ahora “de la prehistoria”. Los chicos, dice, la han hecho “sentir viejita”, pero en un buen sentido. “El otro día vino uno de 35 años ya y me dijo ‘no te voy a permitir, tía, que no te acuerdes de mi’. Cuando me dijo tía me di cuenta de cuántos años pasaron, porque traen a sus hijitos y se arma toda una cadena”, cuenta Adela y rescata que “algo hice, un recuerdo bueno les queda”. Con los hijos propios ( tiene tres) la cuestión es diferente. “Yo me perdí muchas etapas de ellos, que las viví con los otros chicos. Acá no podíamos traer a nuestros hijos, los teníamos que dejar encargados, y antes estábamos hasta las cuatro de la tarde. Mis hijos me recriminan después”, admite con un poco de culpa. Adela ahora vive en Cordón Colón, donde está levantando su casa de a poquito. “Porque el que se casa, casa quiere”, ríe. Y espera que le lleguen los 65 años (o, si sale la aprobación del convenio colectivo de trabajo, los 55) para retirarse y disfrutar la adolescencia de sus hijos. “Yo ya me jubilo acá, ya pasé mi etapa, pero siempre les digo a las chicas jóvenes que terminen de estudiar. Es un trabajo lindo, pero tienen que darse una oportunidad de estudiar y aspirar a otras cosas”, recomienda la mujer.

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