Aquella foto tan molesta

A los autoritarios comprometidos con ideologías combativas les resulta incomprensible que dirigentes democráticos, luego de protagonizar otra batalla épica en un recinto parlamentario, puedan reunirse después para charlar amablemente sobre temas ajenos a la política. En su opinión, quienes actúan así son hipócritas, farsantes, tibios a los que, como suelen recordarnos los más exaltados, vomitaría Dios. Será por eso que aquel encuentro del candidato oficialista en las elecciones legislativas del mes pasado, Martín Insaurralde, con su contrincante principal, Sergio Massa, ha motivado tanta indignación en las filas kirchneristas. Parecería que el hombre seleccionado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para encabezar la lista del Frente para la Victoria en la provincia de Buenos Aires no entiende que en la Argentina actual hay que odiar a los adversarios, mejor dicho, enemigos, tratándolos como lo que son: gorilas, oligarcas, agentes del imperialismo. Para colmo Insaurralde, acompañado por su novia, una modelo, se permitió fotografiar intercambiando sonrisas con Massa y su esposa. La foto desató la ira del vocero informal del oficialismo, el expiquetero Luis D’Elía, porque, lo mismo que el opositor venezolano Henrique Capriles, los cuatro son “blancos, flacos, lindos, exitosos”. Se trata de características que comparten con Cristina, detalle éste que preferiría pasar por alto el presunto paladín de las víctimas negras, gordas, feas y fracasadas de la infame crueldad neoliberal. El que haya tenido tantas repercusiones esta foto, como otras en que quedaron inmortalizados encuentros, fortuitos o no, entre personajes, como Daniel Scioli y Mauricio Macri, que conforme a la lógica kirchnerista deberían odiarse mutuamente, nos dice mucho sobre la evolución reciente de la cultura política nacional. Impresionados por los escritos de ciertos teóricos, Néstor Kirchner y su esposa decidieron que para “construir poder” les convendría dividir la población entre buenos y malos, inventando nuevos conflictos y agravando los ya existentes, de tal modo aprovechando el rencor que tantos sentían. Desde su propio punto de vista, la estrategia maniquea así supuesta funcionó muy bien, ya que sirvió para asegurarles el apoyo de muchos tentados por el fanatismo, pero andando el tiempo resultaría contraproducente al aumentar la cantidad de malos y achicarse la de los kirchneristas buenos. A menos que Cristina y sus incondicionales tengan mucha suerte, pronto les tocará ser víctimas del sectarismo que tanto han hecho para estimular. De todos modos, durante la campaña electoral que le brindó una oportunidad inesperada para desempeñarse en el escenario nacional, Insaurralde optó por adoptar una postura mucho menos agresiva que la favorecida por los ultras del kirchnerismo que, por su parte, tuvieron que mantener un perfil insólitamente bajo ya que no quedaba duda de que, si insistieran en formular declaraciones provocativas, el oficialismo se vería privado de muchísimos votos. Era de prever, pues, que una vez terminada la campaña Insaurralde intentaría reincorporarse a los sectores del peronismo bonaerense que están alejándose del gobierno de Cristina por entender que su ciclo está por agotarse y sería de su interés prepararse para la próxima etapa. Desgraciadamente para los kirchneristas más pendencieros, se prevé que dicha etapa se vea signada por la moderación, el diálogo y la búsqueda de consensos, lo que no necesariamente significaría que se consiguiera encontrar “soluciones” para los problemas ingentes que el gobierno actual legará a sus sucesores, pero que al menos ayudaría a reducir el riesgo de conflictos violentos. Así las cosas, la campaña electoral en que participó Insaurralde podría tomarse por la fase inicial de la interna peronista bonaerense disputada por dos políticos de estilo casi idéntico, Massa y Scioli, y que el intendente saliente de Lomas de Zamora, lo mismo que todos los demás compañeros, optará por respaldar al ganador más probable. Puesto que por ahora no sabrá cuál de los dos logrará imponerse, le conviene tratar de ser amigo de ambos, de ahí la foto con Massa y, sería de suponer, los encuentros igualmente amables que celebrará con Scioli, y su esposa blanca, flaca, linda y exitosa, Karina Rabolini, en las semanas venideras.


A los autoritarios comprometidos con ideologías combativas les resulta incomprensible que dirigentes democráticos, luego de protagonizar otra batalla épica en un recinto parlamentario, puedan reunirse después para charlar amablemente sobre temas ajenos a la política. En su opinión, quienes actúan así son hipócritas, farsantes, tibios a los que, como suelen recordarnos los más exaltados, vomitaría Dios. Será por eso que aquel encuentro del candidato oficialista en las elecciones legislativas del mes pasado, Martín Insaurralde, con su contrincante principal, Sergio Massa, ha motivado tanta indignación en las filas kirchneristas. Parecería que el hombre seleccionado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para encabezar la lista del Frente para la Victoria en la provincia de Buenos Aires no entiende que en la Argentina actual hay que odiar a los adversarios, mejor dicho, enemigos, tratándolos como lo que son: gorilas, oligarcas, agentes del imperialismo. Para colmo Insaurralde, acompañado por su novia, una modelo, se permitió fotografiar intercambiando sonrisas con Massa y su esposa. La foto desató la ira del vocero informal del oficialismo, el expiquetero Luis D’Elía, porque, lo mismo que el opositor venezolano Henrique Capriles, los cuatro son “blancos, flacos, lindos, exitosos”. Se trata de características que comparten con Cristina, detalle éste que preferiría pasar por alto el presunto paladín de las víctimas negras, gordas, feas y fracasadas de la infame crueldad neoliberal. El que haya tenido tantas repercusiones esta foto, como otras en que quedaron inmortalizados encuentros, fortuitos o no, entre personajes, como Daniel Scioli y Mauricio Macri, que conforme a la lógica kirchnerista deberían odiarse mutuamente, nos dice mucho sobre la evolución reciente de la cultura política nacional. Impresionados por los escritos de ciertos teóricos, Néstor Kirchner y su esposa decidieron que para “construir poder” les convendría dividir la población entre buenos y malos, inventando nuevos conflictos y agravando los ya existentes, de tal modo aprovechando el rencor que tantos sentían. Desde su propio punto de vista, la estrategia maniquea así supuesta funcionó muy bien, ya que sirvió para asegurarles el apoyo de muchos tentados por el fanatismo, pero andando el tiempo resultaría contraproducente al aumentar la cantidad de malos y achicarse la de los kirchneristas buenos. A menos que Cristina y sus incondicionales tengan mucha suerte, pronto les tocará ser víctimas del sectarismo que tanto han hecho para estimular. De todos modos, durante la campaña electoral que le brindó una oportunidad inesperada para desempeñarse en el escenario nacional, Insaurralde optó por adoptar una postura mucho menos agresiva que la favorecida por los ultras del kirchnerismo que, por su parte, tuvieron que mantener un perfil insólitamente bajo ya que no quedaba duda de que, si insistieran en formular declaraciones provocativas, el oficialismo se vería privado de muchísimos votos. Era de prever, pues, que una vez terminada la campaña Insaurralde intentaría reincorporarse a los sectores del peronismo bonaerense que están alejándose del gobierno de Cristina por entender que su ciclo está por agotarse y sería de su interés prepararse para la próxima etapa. Desgraciadamente para los kirchneristas más pendencieros, se prevé que dicha etapa se vea signada por la moderación, el diálogo y la búsqueda de consensos, lo que no necesariamente significaría que se consiguiera encontrar “soluciones” para los problemas ingentes que el gobierno actual legará a sus sucesores, pero que al menos ayudaría a reducir el riesgo de conflictos violentos. Así las cosas, la campaña electoral en que participó Insaurralde podría tomarse por la fase inicial de la interna peronista bonaerense disputada por dos políticos de estilo casi idéntico, Massa y Scioli, y que el intendente saliente de Lomas de Zamora, lo mismo que todos los demás compañeros, optará por respaldar al ganador más probable. Puesto que por ahora no sabrá cuál de los dos logrará imponerse, le conviene tratar de ser amigo de ambos, de ahí la foto con Massa y, sería de suponer, los encuentros igualmente amables que celebrará con Scioli, y su esposa blanca, flaca, linda y exitosa, Karina Rabolini, en las semanas venideras.

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