Argentinos al volante, una película de

Manejamos mal y pocas veces reconocemos nuestros errores, cuando somos partícipes de algún accidente. La estadística avala esta afirmación: 7.485 muertes en rutas de nuestro país sólo en el 2012. Entre las causas están el exceso de velocidad, consumo de alcohol, poco respeto a las señales y el desprecio por la vida.

Miguel Ángel Vergara mvergara@rionegro.com.ar

Nueve de cada diez argentinos que sufrieron algún accidente automovilístico están convencidos que la culpa fue del otro conductor involucrado, aunque toda la evidencia en el lugar del hecho indique lo contrario. El resultado se desprende de una encuesta realizada por la rama de Seguridad Vial de 123Seguro, el mayor broker de seguros del país, y que tuvo como destino a un universo de 400 personas habilitadas para manejar. El dato en sí es preocupante porque surge claramente que los conductores argentinos no asumen la responsabilidad de que están haciendo algo mal, y quedan inmersos en situaciones que los llevan a encabezar una triste estadística que indica que durante el 2012 se produjeron 7.485 muertes por accidentes de tránsito en rutas del país. Hay sobrados ejemplos de situaciones que ocurren a diario y que muestran nuestra idiosincrasia sobre lo que somos sentados al volante de un auto o montados sobre una moto. Hace algunos días atrás quien suscribe esta nota iba de acompañante en una camioneta que sufrió un accidente en una esquina de Roca. Más allá de la discusión de quién tenía prioridad de paso, o de quién chocó a quién, lo cierto es que la persona que conducía el otro vehículo no poseía carnet de conductor, no tenía seguro, el auto tenía los neumáticos en muy malas condiciones y venía a velocidad excesiva. Este último punto fue negado rotundamente por el conductor del vehículo menor, siendo que el topetazo contra la camioneta que pesa unos 3.000 kilos la hizo girar unos 90 grados, situación que se podía observar a simple vista y que difícilmente hubiera ocurrido si el golpe hubiese sido a baja velocidad. Pero dejando de lado los detalles de este evento, lo cierto e indiscutible es que el chofer de ese vehículo no estaba habilitado para conducir, pero igual salió a la calle y en ningún momento se figuró que podía sufrir u ocasionar un accidente, lo que finalmente le sucedió. Otro ejemplo para conocer cómo pensamos en esta materia. Un señor descansaba plácidamente en la vereda de su casa mientras comentaba a ocasionales transeúntes su enojo con la dirección de Tránsito del municipio roquense porque según él “le habían hecho problema” para renovarle la licencia de conducir y le aclararon que esta era la última vez que se la otorgaban. Este señor acababa de cumplir 93 años y seguía manejando. Es más, el año anterior había realizado un viaje de varios kilómetros por rutas nacionales hasta una localidad bonaerense. Podría enumerarse una larga lista que muestra el desprecio que tenemos por nuestras vidas y por las de otras personas en lo que atañe al cumplimiento de las reglas viales. No pasa un día sin que haya un accidente con motos involucradas, las que van cargadas con más kilos de los permitidos, con conductores sin casco, a exceso de velocidad, superando el nivel de ruido permitido o en pésimas condiciones de mantenimiento. Los que manejamos autos o vehículos de mayor porte tampoco les vamos en zaga a los motoqueros. Circulamos a velocidades superiores a las permitidas, no respetamos la prioridad de paso (y el que la tiene piensa que esa circunstancia le da el derecho de circular a la velocidad que le plazca), no se tiene en cuenta al peatón ni al ciclista, mucho menos al que va en moto, al que muchos ven como un enemigo al que hay que sacar de circulación. Sólo porque somos poco tolerantes y casi siempre pensamos que es el otro el que maneja mal. Ni hablar de los que se lo pasan hablando por celular al mismo tiempo que manejan, o escriben mensajitos y sacan la vista permanentemente del camino. Además cuando salimos a la ruta nos adelantamos en lugares no permitidos, no aflojamos en los cruces de caminos, nos molestamos si nos para un control de tránsito y nos piden los papeles del auto, o si nos controlan que las luces funcionen correctamente, cuando es para nuestro beneficio. Habría que agregar que rara vez utilizamos el cinturón de seguridad, o encendemos las luces de día cuando está comprobado que ese simple hecho sirve para que los conductores que vienen de frente te vean desde mucho tiempo antes y puedan así evitar maniobras riesgosas de sobrepaso. Apenas un esbozo de todo lo que nos queda por aprender en la materia. Pero si esperamos que el cambio surja por propia voluntad de los conductores involucrados estamos listos. Entonces se hace necesaria la implementación de controles más rigurosos y de que se haga cumplir la ley, que para algo fue sancionada. Aunque sea más una contravención que una situación de peligro, si un vehículo no tiene la patente cambiada, por ejemplo, no debería circular hasta que cumpla con el trámite de reemplazarla. Del mismo modo, habría que controlar aquellos autos que no poseen la verificación técnica obligatoria y presionar mediante el secuestro del mismo para que sus propietarios la realicen. Sería de suma importancia que haya también un control más estricto sobre los papeles de los vehículos y que aquellos que no tengan el seguro al día no puedan circular hasta que solucionen este faltante. El control de las motos sigue siendo fundamental. La utilización de casco, el respeto por las reglas de conducción o llevar el peso permitido son sólo algunas de las cuestiones a tener en cuenta. Los padres tienen un rol fundamental en este complejo laberinto de responsabilidades. Al permitir que sus hijos menores de edad accedan a un vehículo motorizado sin estar en condiciones legales de hacerlo, están jugando una carta muy fuerte que incluso se puede pagar con la propia vida del joven. Sobran ejemplos al respecto. Es raro que un chico cargado de la adrenalina de la juventud tome decisiones acertadas cuando está al volante de un vehículo con mucha polenta en el motor, que te invita a acelerar. Es obvio que el que tiene que poner el límite es el mayor, pero lamentablemente esto no siempre ocurre. Como es muy difícil que este cambio se dé por propia voluntad de los involucrados, se hace necesario que otros actores entren en escena. Municipios, Policía Caminera, padres y el ámbito educativo deben profundizar sus roles, lo que seguramente permitirá la llegada de una nueva generación de conductores, respetuosos de la ley y responsables de lo que hacen, lo que seguramente redundará en que haya muchos menos casos para lamentar.


Miguel Ángel Vergara mvergara@rionegro.com.ar

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