Opinión publicada

• Diana Cohen, en La Nación, aborda la orientación del anteproyecto del Código Penal, que se firmó en diciembre pasado. Señala que según el anteproyecto serán atenuantes el ser menor de 21 años y “las circunstancias personales, económicas, sociales e individuales que limiten el ámbito de autodeterminación” (art. 18.2.c), espectro tan amplio e impreciso que servirá de instrumento privilegiado en el ejercicio de una discrecionalidad interesada en el dictado de sentencias por parte de jueces cómplices del negocio judicial. Y, lejos de poner un freno a las arbitrariedades, la nueva normativa dice, en el art. 78.1, que quien mató por “emoción violenta”, además de recibir la exención de prisión, puede ser beneficiado con la probation (¿tal vez para volver a emocionarse violentamente frente a otras víctimas potenciales?). No sólo eso: según la letra del anteproyecto, “no se tomarán en cuenta el reproche por personalidad, juicios de peligrosidad ni otras circunstancias incompatibles con la dignidad y la autonomía de la persona” (art. 1.b), con lo cual la “peligrosidad”, considerada por los autores del nuevo Código como un concepto que se usa para estigmatizar y perseguir a los presuntamente más débiles, será eliminada como agravante: los violadores no serán considerados peligrosos y los homicidas (que a menudo matan encapuchados y con facas) no deberán ser ni “estigmatizados” ni perseguidos por su condición de “débiles”. ***** • Susana Decibe, en Clarín, opina que “no sin razón se culpa al peronismo de casi todos los males de estos treinta años, dejando para el “no peronismo” solamente la falta de capacidad para ganar y ejercer el poder. Sin embargo pienso que es un error: el peronismo se ha convertido en una forma de “ser argentino”, valorada, imitada y a veces superada por actores de otros partidos o miembros de diferentes corporaciones. Un modo de transgredir, de llegar de cualquier manera a un objetivo y de cambiarlo sin pudor por lo opuesto porque no hay anclaje ideológico ni moral. Una decadencia que comenzó con la dictadura de los 70 y que aún no hay fuerza política ni social que pueda revertirla. Pocos han sido los avances. Aprendimos el valor que tiene vivir en democracia pero tenemos más voluntad de reparar el pasado que de cambiar los males actuales, aunque estos produzcan muertes, daños de todo tipo y mucho y extendido sufrimiento.


• Diana Cohen, en La Nación, aborda la orientación del anteproyecto del Código Penal, que se firmó en diciembre pasado. Señala que según el anteproyecto serán atenuantes el ser menor de 21 años y “las circunstancias personales, económicas, sociales e individuales que limiten el ámbito de autodeterminación” (art. 18.2.c), espectro tan amplio e impreciso que servirá de instrumento privilegiado en el ejercicio de una discrecionalidad interesada en el dictado de sentencias por parte de jueces cómplices del negocio judicial. Y, lejos de poner un freno a las arbitrariedades, la nueva normativa dice, en el art. 78.1, que quien mató por “emoción violenta”, además de recibir la exención de prisión, puede ser beneficiado con la probation (¿tal vez para volver a emocionarse violentamente frente a otras víctimas potenciales?). No sólo eso: según la letra del anteproyecto, “no se tomarán en cuenta el reproche por personalidad, juicios de peligrosidad ni otras circunstancias incompatibles con la dignidad y la autonomía de la persona” (art. 1.b), con lo cual la “peligrosidad”, considerada por los autores del nuevo Código como un concepto que se usa para estigmatizar y perseguir a los presuntamente más débiles, será eliminada como agravante: los violadores no serán considerados peligrosos y los homicidas (que a menudo matan encapuchados y con facas) no deberán ser ni “estigmatizados” ni perseguidos por su condición de “débiles”. ***** • Susana Decibe, en Clarín, opina que “no sin razón se culpa al peronismo de casi todos los males de estos treinta años, dejando para el “no peronismo” solamente la falta de capacidad para ganar y ejercer el poder. Sin embargo pienso que es un error: el peronismo se ha convertido en una forma de “ser argentino”, valorada, imitada y a veces superada por actores de otros partidos o miembros de diferentes corporaciones. Un modo de transgredir, de llegar de cualquier manera a un objetivo y de cambiarlo sin pudor por lo opuesto porque no hay anclaje ideológico ni moral. Una decadencia que comenzó con la dictadura de los 70 y que aún no hay fuerza política ni social que pueda revertirla. Pocos han sido los avances. Aprendimos el valor que tiene vivir en democracia pero tenemos más voluntad de reparar el pasado que de cambiar los males actuales, aunque estos produzcan muertes, daños de todo tipo y mucho y extendido sufrimiento.

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