Cecilia Arcucci, la actriz reconocida

Anteanoche, esta apasionada mujer de teatro fue reconocida en la Fiesta Nacional que se realiza en salta por su trayectoria. Un camino que aquí repasa

TEATRO

Es cierto que la vida tiene un solo destino: vivirla, hilar ese entramado compuesto por horas, por hilos invisibles que unen gente y lugares, mensajes ocultos y descifrados, en cielos de campos iguales y de ciudades distintas. La vida, hilván de soledades, deja mensajes sobre mesas, esquelas en bolsillos que asoman al aire libre para ya no esconderse más.

La vida de Cecilia Arcucci, está habitada por personas y personajes que a lo largo de cuarenta años la llevaron a trabajar sin descanso en la escena teatral de la región, el país y el extranjero. Antes de anoche, en la XXX Fiesta Nacional del Teatro en Salta, bajo el lema “La Celebración de la Memoria”, ante una sala colmada de colegas y público en general, la querida actriz recibió del Instituto Nacional del Teatro, el reconocimiento a su Trayectoria por la región Patagónica

Sus personajes, decía, fueron apareciendo en su vida, tejiendo con horas y días el compromiso, el amor y el respeto por esta profesión que sigue con tanta pasión y coherencia. Algo que no claudica desde sus comienzos allá por 1975, cuando recién llegaba a El Chocón con su marido Carlos y el primero de sus cuatro hijos.

-¿Siempre tuviste la convicción de ser actriz?

-Para nada. Yo terminé la secundaria en Buenos Aires y rápidamente comencé a estudiar Letras. Cuando me recibí, nos casamos y nos fuimos a vivir a El Tostado, un pueblito del Chaco santafesino al que venía un profesor, “el negro Flores”, a dar clases a la gente del campo. Les enseñaba a leer y a escribir y también les daba clases de teatro. Empecé a ir. Yo tenía 24 años pero pronto el trabajo se terminó y decidimos buscar nuevos horizontes con mi marido. Nos hablaron de El Chocón y nos vinimos en 1974. Antes de partir, el profesor me dio una tarjeta con el nombre de un grupo de teatro que debía buscar si venía a Neuquén.

En la mudanza, Cecilia perdió esa tarjeta y años después, al encontrarla supo que se trataba del Grupo Génesis y de Alicia Villaverde y Darío Altomaro, dos de sus integrantes. La dictadura estaba haciendo sus estragos y este grupo tan potente había partido. Sus pasos iban adelante en un mismo camino que luego los encontraría.

La actriz, maestra y directora Alicia Villaverde, fallecida el año pasado, precedió a Cecilia Arcucci en el Premio que este año recibe la actriz.

Oscar Sarhan

EL CHOCON: “Por esa época, El Chocón ofrecía trabajo y era un lugar que parecía “protegido” para las atrocidades que ya sabíamos estaban ocurriendo. Yo había estado presa en 1971, por lo que si bien era muy bonito vivir allí, nunca dejé de estar consciente que en todo el país la gente era perseguida y desaparecida por la dictadura militar.

Al poco tiempo de llegar, me junté con un grupo de siete mujeres entre las que estaban Cristina Deira, Mariana Tuñón y Sofía Tello. Hicimos una obra que se llamó “Pan Casero” con la que fuimos a actuar a Planicie Banderita. Invitamos en ese entonces a Alicia Fernández Rego y Alicia Murphy para que la vieran. Estábamos temblando porque sabíamos que eran dos grosas del teatro neuquino. Recuerdo que Alicia Fernández Rego, todo un nombre en la escena local, al finalizar nuestra presentación me dijo: “La obra más o menos, pero vos tenés que hacer teatro”. Años más tarde, Alicia me dirigió en el unipersonal “La Señorita Margarita”.

En 1976, tras perder un embarazo, escuchó en la radio que la Escuela de Bellas Artes inscribiría para un grupo de teatro vocacional. La dirección era de Héctor Falabella, “un intuitivo, un ser con una cabeza increíble para guiarmeen lo que serían mis primeros trabajos. Nos enseñaba técnicas de actuación, sino que nos puso a actuar directamente”, recuerda Cecilia.

“Ensayábamos en lo que es hoy la Conrado Cultural. Montamos “La Cama y el Sofá”, una comedia risueña que funcionó muy bien, de la que fui su protagonista. Luego hicimos “El Andador” y ya no me bajé más del escenario. Me di cuenta que era esto lo que quería. El insistía en que yo tenía condiciones por lo que me propuso hacer “Carta a una desconocida” de Alejandro Casona. Con esta obra comencé a hacer giras por la provincia. Fue en Chos Malal, donde conocí a la que luego sería mi amiga y compañera en tantas movidas teatrales, Marcela Cánepa.

Héctor murió de un infarto mientras ensayábamos. Entre sus pertenencias encontraron una cartita en su bolsillo, en la que decía: `Ceci, yo ya no te puedo enseñar nada más. Tenés que estudiar con otra persona’. “Mi pasión crecía y me traía a Neuquén varias veces por semana. Llegaba desde El Chocón, sola o con hijos, a dedo, en colectivo o con amigos que me hacían un lugar en sus viajes a la ciudad”.

-¿Cuándo conocés a los que serían más tarde tus pares?

-Había quedado muy conmocionada con la muerte de Falabella. No tenía muchas ganas de seguir en el grupo. Con gente del Teatro Lope de Vega, como Fernando Aragón, Raúl Toscani, Juan Gardez, Guillermo Tagliaferri, Vicky Murphy, Beto Mansilla, y tantos colegas y amigos más, nos juntamos para un seminario que vino a dar Salvador Amore. Ahí nos vimos las caras todos los que luego conformamos la Cooperativa El Establo y el espacio que fuera un bastión de la cultura neuquina: el Teatro del Bajo. Amore acababa de perfeccionarse en Rumania, venía a Neuquén y a Roca, donde tomábamos las clases con el grupo El Caracol, integrado, entre otros por Luisa Calcumil y Cristina Franco.

El teatro del bajo: Salvador Amore fue con quien Cecilia dio el paso de lo intuitivo al estudio sistemático, metodológico y complejo de esta profesión. “Con Raúl Toscani y Beto Mansilla comenzamos a pergeñar la idea de traer a Salvador, ya no para un curso sino para dirigirnos en una obra. Para ello debíamos encontrar un lugar propio. Dimos con un espacio en la calle Misiones que sólo tenía un portón muy viejo y una pared larga. Detrás de esa puerta estaba todo por construirse. Pusimos tanto sacrificio como deseos de convertirlo en un teatro. Había sido un taller mecánico porque tenía la fosa para los coches. El resto, yuyos a cielo abierto. Pero ya estábamos ahí, listos para empezar una de las etapas más maravillosas en mi vida profesional”.

Fue así como le propusieron a Salvador Amore en 1981 dirigirlos en “Trescientos Millones”, de Roberto Arlt, una obra con muchos personajes por lo que convocaron más gente. Ensayaban sin techo, con cajones de manzana que oficiaban de paredes que frenaban el viento. Ese primer año fue clave para montar luego “Heroica” de Osvaldo Dragún, prohibida para la época que corría, pero que los posicionó frente a la sociedad con un espíritu cooperativo y con militancia con una línea ideológica muy marcada hacia lo social. Acordaron que el criterio para todos sería el mismo: una cooperativa integrada por gente con compromiso y responsabilidad no sólo por lo artístico, sino con lo ideológico. Cuando estrenaron “Trescientos Millones”, las Madres de Plaza de Mayo pusieron afuera una mesa juntando firmas de apoyo al esclarecimiento de las desapariciones y crímenes que estaban ocurriendo. Sus piezas tenían una postura muy clara, evidenciada desde los temas que hablaban y la manera estética con que se mostraban. Se reunían y debatían la misma cantidad de horas que ensayaban.

La llegada de Víctor Mayol, luego de dos años con Salvador, inauguró una etapa riquísima para el elenco. No sólo los orientó con su metodología estricta, sino que les amplió el panorama a otros maestros importantes en distintas áreas.

El Teatro del Bajo comenzó a ser reconocido y tomado por la comunidad, no sólo por sus obras sino por sus talleres, seminarios y charlas. Todo estas actividades sostenían el espacio. Montaron “La Celebración”, adaptación de Mayol de “El Adefesio” de Rafael Alberti, donde denunciaban tanto el autoritarismo como el abuso de poder, llevados a la máxima dureza y crudeza desde el punto de vista de la dramaturgia y de la actuación.

Después de todo: “El cierre del teatro en 1987 fue uno de los dolores más grandes que viví”, recuerda Cecilia. “Con él se cerró una etapa de mi vida que jamás olvidaré. Pero me llevé lo mejor, la experiencia de haber trabajado con tanta gente linda. Con algunos de ellos, como Fernando Aragón y Marcela Cánepa, luego fundamos “Después de Todo”, otra etapa maravillosa que fue desde 1987 hasta 1993. Ya para entonces, con ellos, con quienes estuve en Bahía Blanca asistiendo al Encuentro de Teatro Antropológico en el que participaron Eugenio Barba con su Odin Theater, el Potlatch y el Tascabile di Bérgamo, empezamos a incursionar casi de manera fanática en el teatro de calle. Por estos años se sumaron artistas y colaboradores como Dardo Sánchez, Gustavo Quaglia, Oscar Castelo, Vilma Chiodin y Marité Corbera.

De ahí nuestras siguientes obras, de ahí Albatri, tal vez, la más emblemática de aquella época juntos. Fue clave porque nos juntamos con otros artistas como Alejandro Finzi, en los textos, Daniel Costanza y el Coro de la Universidad Nacional del Comahue, con el grupo Claroscuro y con músicos, plásticos y vestuaristas independientes de la ciudad. Fue una ópera de calle que marcó un antes y un después en la actividad artística de la región y el país”.

-¿Cuándo retomás el Teatro de Calle?

-Lo retomo a partir de cerrar con Marcela Cánepa, “El Lugar”, un semillero de cientos de jóvenes que hoy siguen haciendo teatro, o abocados a alguna actividad artística. En esa sala creamos el programa Literatura en Acción, el teatro como herramienta en el aula, visto por casi 50.000 alumnos en escuelas de la provincia y del país. Luego de tres años trabajando con jóvenes en experiencias de calle, un día me llamó Noemí Labrune, en nombre de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos, y me pidió una obra que estrenamos en octubre de 2008, en la apertura de los juicios a los represores de la última dictadura Cívico-Militar del Alto Valle. Con “Estalla, Silencio”, actuábamos afuera, mostrando el horror que luego sería esclarecido adentro del recinto. Lo hicimos en barrios, escuelas, bibliotecas populares, en toda la provincia y el país. La función que recuerdo con profunda emoción fue en Fasinpat, ante los obreros que pararon sus máquinas para ver y escuchar.

-¿Qué te provoca este premio?

-Cuando me anunciaron el premio, lo primero que pensé es que no me lo merecía. Siempre creo que hay otros antes que yo. Pero luego, repasando fotos, recortes de diarios, veo que la vida no deja de estar sucediendo y que todo hasta aquí ha sido maravilloso. Con algunos de los compañeros del Teatro del Bajo, seguimos hoy trabajando juntos en Teneas, la Asociación de Teatristas Neuquinos, en su flamante sala, la más grande en la región de teatro independiente. Fueron tantos los maestros, directores y colegas con los que trabajé, que no puedo más que agradecer. Pero se lo dedico a mi familia que siempre estuvo conmigo. Me emociona que mis nietos, hoy pequeños, se sientan parte algún día de lo que el teatro me dio.


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