La guerra santa se intensifica

Puede que ya sea anacrónico hablar de Siria e Irak como si fueran países genuinos con fronteras internacionalmente reconocidas. Aun cuando el dictador sirio Bashar al Assad lograra mantenerse en el poder en Damasco, no le sería dado reconquistar otras zonas que están en manos de diversas milicias sectarias. Asimismo, si bien es factible que el gobierno iraquí del primer ministro Haider al Abadi termine derrotando a los yihadistas del Estado Islámico con la ayuda de sus aliados norteamericanos, árabes y, por raro que parezca, iraníes, los kurdos continuarían defendiendo su virtual independencia. Es imposible prever cómo será el mapa de la región después de terminar las luchas feroces que están cambiándolo, pero nadie cree que sea idéntico al existente antes de iniciarse la mal llamada primavera árabe. ¿Habrá un lugar más o menos permanente para el Estado Islámico en el nuevo Oriente Medio? Se trata de una eventualidad que, hace apenas un par de años, tanto los occidentales como la mayoría de los musulmanes hubieran considerado fantasiosa, pero eliminar la amenaza planteada por extremistas que se enorgullecen de su crueldad ha resultado ser mucho más difícil de lo que casi todos suponían. A pesar de los ataques repetidos de la aviación de Estados Unidos y sus aliados, los islamistas sunnitas siguen anotándose victorias de las que la toma de Ramadi, la capital de la provincia de Al Anbar, ha sido la más impresionante. Ya están en condiciones de atacar Bagdad o, cuando menos, sembrar el pánico entre sus habitantes. Para defenderse de los yihadistas sunnitas, el gobierno chiita de Irak ha movilizado a sus propios correligionarios y cuenta con el respaldo de unidades iraníes; según se informa, lo mismo que los combatientes del EI, los guerreros santos chiitas han cometido muchas atrocidades, mutilando y matando a miles de personas que no pertenecen a su secta particular. Frente a la ola de barbarie que está devastando buena parte del Oriente Medio, los occidentales se sienten impotentes. Quieren ayudar a los civiles amenazados, pero son reacios a arriesgarse enviando a la zona tropas terrestres, aunque hace poco las fuerzas especiales de Estados Unidos consiguieron matar a un líder del EI, capturar a su esposa y liberar a una esclava yazidí. Tanta cautela se atribuye al temor a que una intervención más decidida serviría para que los musulmanes cerraran filas para hacer frente a “los cruzados”, pero al convencer a los islamistas de que son débiles las potencias occidentales, comenzando con Estados Unidos, su capacidad para incidir en lo que está ocurriendo en la región se ha reducido a cero. Por cierto, el abandono por parte de los norteamericanos del papel de “gendarme mundial” no ha contribuido a la paz; por el contrario, el vacío de poder resultante ha brindado a una gran variedad de líderes sectarios y étnicos ambiciosos pretextos para procurar llenarlo. Hasta ahora, los más exitosos han sido los revolucionarios islámicos de Irán. A ojos de los líderes del Estado Islámico, la toma de Ramadi es importante no sólo porque les ha permitido ampliar el territorio bajo su control sino también porque los ayudará a reclutar a más musulmanes con pasaportes europeos. Para desconcierto de los gobiernos europeos, miles de jóvenes se han sentido tentados por la posibilidad de participar del presunto renacimiento del “califato”. Lejos de horrorizarlos, la brutalidad extraordinaria de los guerreros santos sunnitas les ha resultado irresistible. Mientras dure la sensación de que la rebelión contra el mundo tal y como es podrá coronarse con éxito porque las potencias occidentales están batiéndose en retirada, seguirán sumándose a la yihad jóvenes criados en Europa, América del Norte, Australia y otros países, de los que muchos estarán dispuestos a atacar blancos en sus lugares de origen. Los servicios de inteligencia de todos los países occidentales son plenamente conscientes del peligro así supuesto, pero si bien en Francia y el Reino Unido los gobiernos están tomando medidas contra “los predicadores del odio” islamistas que, en mezquitas o a través de la internet, ayudan al Estado Islámico a movilizar a simpatizantes dispuestos a morir al servicio de lo que para ellos es una causa noble, no hay garantía alguna de que la campaña en tal sentido resulte ser más eficaz que la propaganda yihadista.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.196.592 Director: Julio Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA Viernes 22 de mayo de 2015


Puede que ya sea anacrónico hablar de Siria e Irak como si fueran países genuinos con fronteras internacionalmente reconocidas. Aun cuando el dictador sirio Bashar al Assad lograra mantenerse en el poder en Damasco, no le sería dado reconquistar otras zonas que están en manos de diversas milicias sectarias. Asimismo, si bien es factible que el gobierno iraquí del primer ministro Haider al Abadi termine derrotando a los yihadistas del Estado Islámico con la ayuda de sus aliados norteamericanos, árabes y, por raro que parezca, iraníes, los kurdos continuarían defendiendo su virtual independencia. Es imposible prever cómo será el mapa de la región después de terminar las luchas feroces que están cambiándolo, pero nadie cree que sea idéntico al existente antes de iniciarse la mal llamada primavera árabe. ¿Habrá un lugar más o menos permanente para el Estado Islámico en el nuevo Oriente Medio? Se trata de una eventualidad que, hace apenas un par de años, tanto los occidentales como la mayoría de los musulmanes hubieran considerado fantasiosa, pero eliminar la amenaza planteada por extremistas que se enorgullecen de su crueldad ha resultado ser mucho más difícil de lo que casi todos suponían. A pesar de los ataques repetidos de la aviación de Estados Unidos y sus aliados, los islamistas sunnitas siguen anotándose victorias de las que la toma de Ramadi, la capital de la provincia de Al Anbar, ha sido la más impresionante. Ya están en condiciones de atacar Bagdad o, cuando menos, sembrar el pánico entre sus habitantes. Para defenderse de los yihadistas sunnitas, el gobierno chiita de Irak ha movilizado a sus propios correligionarios y cuenta con el respaldo de unidades iraníes; según se informa, lo mismo que los combatientes del EI, los guerreros santos chiitas han cometido muchas atrocidades, mutilando y matando a miles de personas que no pertenecen a su secta particular. Frente a la ola de barbarie que está devastando buena parte del Oriente Medio, los occidentales se sienten impotentes. Quieren ayudar a los civiles amenazados, pero son reacios a arriesgarse enviando a la zona tropas terrestres, aunque hace poco las fuerzas especiales de Estados Unidos consiguieron matar a un líder del EI, capturar a su esposa y liberar a una esclava yazidí. Tanta cautela se atribuye al temor a que una intervención más decidida serviría para que los musulmanes cerraran filas para hacer frente a “los cruzados”, pero al convencer a los islamistas de que son débiles las potencias occidentales, comenzando con Estados Unidos, su capacidad para incidir en lo que está ocurriendo en la región se ha reducido a cero. Por cierto, el abandono por parte de los norteamericanos del papel de “gendarme mundial” no ha contribuido a la paz; por el contrario, el vacío de poder resultante ha brindado a una gran variedad de líderes sectarios y étnicos ambiciosos pretextos para procurar llenarlo. Hasta ahora, los más exitosos han sido los revolucionarios islámicos de Irán. A ojos de los líderes del Estado Islámico, la toma de Ramadi es importante no sólo porque les ha permitido ampliar el territorio bajo su control sino también porque los ayudará a reclutar a más musulmanes con pasaportes europeos. Para desconcierto de los gobiernos europeos, miles de jóvenes se han sentido tentados por la posibilidad de participar del presunto renacimiento del “califato”. Lejos de horrorizarlos, la brutalidad extraordinaria de los guerreros santos sunnitas les ha resultado irresistible. Mientras dure la sensación de que la rebelión contra el mundo tal y como es podrá coronarse con éxito porque las potencias occidentales están batiéndose en retirada, seguirán sumándose a la yihad jóvenes criados en Europa, América del Norte, Australia y otros países, de los que muchos estarán dispuestos a atacar blancos en sus lugares de origen. Los servicios de inteligencia de todos los países occidentales son plenamente conscientes del peligro así supuesto, pero si bien en Francia y el Reino Unido los gobiernos están tomando medidas contra “los predicadores del odio” islamistas que, en mezquitas o a través de la internet, ayudan al Estado Islámico a movilizar a simpatizantes dispuestos a morir al servicio de lo que para ellos es una causa noble, no hay garantía alguna de que la campaña en tal sentido resulte ser más eficaz que la propaganda yihadista.

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