Naturalizar lo excepcional
rÍo suelto
juan mocciaro jmocciaro@rionegro.com.ar
Al final, no hubo excepcionalidades en la reciente final del Mundial de Clubes. Ni el Barcelona tuvo su peor tarde; ni River, la mejor. Ambas cosas debían coincidir el domingo en Yokohama como para que el equipo de Marcelo Gallardo tuviera chances. Demasiadas cosas tenían que ser diferentes, pero nada lo fue. River nunca se recuperó de su estresante primer semestre y de las ausencias inoportunas de Teo Gutiérrez, Rojas y Funes Mori. Así, la peor versión de todas las versiones del River modelo Gallardo se enfrentó a un Barcelona redefinido y en estado de gracia de la mano de Luis Enrique. El Barcelona es lo más parecido a la NBA: ambos sienten que representan el juego que practican y suponen que el resto intenta hacer algo parecido. Así como la NBA cree que el resto del mundo juega a algo que se parece (en el mejor de los casos) bastante al básquet, el Barcelona reduce a sus rivales a un puñado de entusiastas que, muy de vez en cuando, logran sorprenderlo. Como una banda de hermanos sin egos en conflicto, salen y juegan a lo que le sale. Y lo que le sale es excepcional para cualquiera, menos para ellos. Si con Pep Guardiola el juego del equipo era circular, con Luis Enrique mutó a vertical a partir de la presencia de Luis Suárez, un ‘9’ de área como no hubo en tiempos de Pep. A diferencia del Real Madrid, que es un equipo prepotente a partir de su acumulación de estrellas, el Barcelona es potente a partir de una precisa selección de refuerzos y el decisivo aporte de su cantera. Juntos naturalizaron lo excepcional y destruyeron la (falsa) disyuntiva entre elegir jugar (estéticamente) bien o elegir ganar.
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