Amor y poder de un tiempo que se va

Existe el amor después del amor, pero no existe el poder después del poder. El concejal de Morón lo sabe. Sabe que son sus últimos días, las últimas imágenes del naufragio leve y suave tras una derrota en tres tiempos que tuvo alcohol, algodón y el “¡ay!” de una aguja lenta que lo hizo creíble: Macri acostó a todos. Y, en Morón, Tagliaferro acostó a Sabbatella. El concejal se hace llevar por un chofer hasta el centro, al restaurante de comida alemana ABC. Legislador gracias al PJ en la tierra imposible de Morón donde Sabbatella quebró al justicialismo en 1999. “A mí me quisieron convencer de hacer política con Facebook, yo ya estoy grande para eso. Mejor me voy a casa. Y a esperar”. El final de un gobierno es como el final de un verano: la melancolía prematura por un tiempo que todavía quema. Interesantes los detalles de la vida del peronismo de Morón, la historia de una década de doble estándar: ser la minoría bajo un oficialismo local que los ralea mientras se mimetiza con “el proyecto” nacional. Dice el concejal: “Para Nuevo Encuentro el proyecto empezó cuando ellos entraron al FpV; para nosotros el kirchnerismo es una etapa de actualización doctrinaria de lo que empezó el 17 de octubre del 45: tenemos la memoria más larga”. El “peronismo bonaerense” se convirtió en estos años en un régimen oral; la etnografía del periodismo, la mala academia y la literatura hicieron de él un reducto balcánico de territorio idealizado. Conurbano, literatura del conurbano. Pero las elecciones del 2015 mostraron menos “territorialidad”. El olor de una “primavera árabe”: las caídas de Acuña en Hurlingham y de Curto en Tres de Febrero fueron sintomáticas de una erosión. Fue más Gran Buenos Aires que conurbano. A la vez, Sabbatella también vio caer su imperio de acero. Repasamos casi a dos voces la historia conocida de Martín Sabbatella: nacido bajo el mote de “políticamente incorrecto” por el noticiero de Canal 13 (Telenoche) en tiempos de la Alianza, era el niño índigo de la política progresista que atacaba el aparato duhaldista de las intendencias y su incorrección (correctísima) lo colocó en el centro de los desprecios de una de las pocas ínfulas ideológicas persistentes en la bisagra del siglo: el macartismo. Sabbatella alambró Morón, un municipio de inmigrantes italianos pobres y clases medias, y así se hizo un “caudillo progresista” tentado por Kirchner y espantado por la liga de intendentes. “Nunca abandonó del todo la hipótesis de conflicto contra el PJ en estos 16 años”, dice el concejal. “El Nuevo Encuentro de Morón, a diferencia de otros distritos, tiene la conducción distrital más antiperonista en manos de su mujer y su hermano”. Todo quedó en familia. “No hay un solo director o secretario municipal de otra fuerza política que no sea de Nuevo Encuentro. En los cierres de listas pasa lo mismo, el único candidato a concejal extrapartidario ocupó el lugar número 9… de una lista de 12. O sea: imposible ingresar”. No tan distinto a lo que hacen los municipios del PJ contra los que despotricó. “Nuevo Encuentro echó a municipales que tuvieran vínculo con las otras listas peronistas del FpV que compitieron en la primaria”, dice el concejal. ¿Qué convirtió a Sabbatella, que hasta el 2011 no blanqueaba su apoyo al kirchnerismo, en un kirchnerista puro? Cuando en el 2009 Néstor Kirchner perdió por unos “puntitos” frente a De Narváez, en otra lista progresista corrió Sabbatella con su Frente. Seguramente ahí fueron a parar los puntitos que Kirchner perdió. El concejal mastica la bronca final contra la lógica sabbatteliana: “Ellos interpretaron que en Morón el peronismo no aportaba. En la primaria hubo dos listas justicialistas que sacaron 14 puntos y la de Nuevo Encuentro sacó 20. Al final, Sabbatella perdió con el Pro por diez puntos de diferencia”. Al análisis le falta una realidad: Sabbatella mutó su electorado, entró en 1999 con el voto antiperonista y se va de Morón con el voto peronista. En las redes sociales se difunde, amplifica y satura la tensión entre kirchnerismo y peronismo al modo de las viejas luchas teóricas del siglo XX. Las distintas posiciones transitan de una suerte de neoortodoxia que le dice “hasta acá llegaste” al kirchnerismo hasta la síntesis de que “el kirchnerismo es el peronismo”, su actualización doctrinaria del siglo XXI. El peronismo de izquierda (¿qué es el kirchnerismo sino la representación de la izquierda peronista?) tiene su mito: haber sido echado por Perón de la plaza. La idea de infiltración o impureza fue una constante del peronismo (el entrismo, las juventudes maravillosas, el peronismo sin Perón, etcétera) que dio paso a la mitología de un tipo de pertenencia esencial, mito que aviva la existencia de un personaje como el interminable Julio Bárbaro. La tensión anunciada entre peronismo y kirchnerismo, fuera del poder, iba a quedar al desnudo. Y ya estaba expuesta: ¿qué fueron los votos de Massa en el 2015, los votos que se sostuvieron entre las PASO y las generales, sino votos peronistas? Néstor Kirchner una vez dijo: “Nos dicen kirchneristas para bajarnos el precio, para no decirnos peronistas”. Era una frase coyuntural, lo menos que se puede decir. En la cima de esas tensiones se lee el reciente intercambio entre el sociólogo Horacio González y el pintor Daniel Santoro. ¿Cuál es el núcleo? Un desacople entre esas plazas de capas medias progresistas que defienden a Víctor Hugo o “6, 7, 8”, que a muchos les recuerdan al Frepaso, y las estructuras de poder del peronismo (gobernaciones, intendencias, sindicatos) menos movilizadas pero sentadas a la mesa de la representación. En palabras de Santoro, una amenaza: “La inminente extracción del núcleo peronista que estructura al kirchnerismo, de modo tal que el kirchnerismo deshuesado pueda –cumpliendo una cruel paradoja– ser ese partido progresista que se insinúa en algunos parques metropolitanos (tan lejos de los conurbanos)”. Horacio González, fiel a su estilo de duelista amable, respondió que en la prosa de Santoro “queda flotando en el aire que hay un peronismo sustancial al que no hay que tocarle nada, del cual ni siquiera podría surgir otra vez un kirchnerismo o algo que se parezca, que, por supuesto, también exige balances más rigurosos”. Discuten “desde adentro”, cuidándose del límite de parecer metafísicos. Pero el kirchnerismo y el peronismo no son dos cosas del mismo modo. Los debates son anárquicos y expresivos de un estado de orfandad que a veces raya en la desesperación frente a dos realidades: el liderazgo discutido de una Cristina salida del poder y el liderazgo potencial de un peronismo que se ve emancipado (Massa, Randazzo, Urtubey, Bossio, etcétera). Y el Pro logró en menos de dos meses subrayar más lo que separa kirchnerismo de peronismo. Los gobernadores peronistas de esa década combinaron su adhesión nacional al kirchnerismo al precio de no kirchnerizar sus provincias. El FpV no es un partido, pero el FpV está partido. El peronismo, para recuperar el poder, tiene que discutir su nuevo poder. Y recién empieza. ¿Hay kirchnerismo sin peronismo, hay peronismo sin kirchnerismo? Una respuesta puede ser que el kirchnerismo le dio al peronismo una nueva “estructura de sentimientos” y el peronismo al kirchnerismo, una “estructura de poder”. Amor y poder de un tiempo que se va.

mirando al sur

martín rodríguez @tintalimon Especial para “Río Negro”


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