Oscar Martínez fue premiado como Mejor Actor en Venecia
Fue reconocido con la Copa Volpi, por su papel en “El Ciudadano ilustre”.

El actor Oscar Martínez ganó hoy la Copa Volpi a mejor actor de la 73° edición del Festival de Cine de Venecia, el más antiguo del mundo, por su papel en “El Ciudadano ilustre”.
En el filme de Mariano Cohn y Gastón Duprat, Martínez encarna a un escritor célebre que regresa a su perdido y modesto pueblo de origen tras 45 años de ausencia.
Al recibir el galardón, el actor destacó que la “distinción tiene un valor inconmensurable, porque viene de un país que ha tenido una constelación de creadores geniales única en el mundo y ha producido el mejor cine del siglo XX”, consignaron agencias internacionales.
En tanto, la película “The woman who left” del filipino Lav Diaz ganó el León de Oro y el mexicano Amat Escalante como mejor director.
Además, la primera película en inglés y sobre una mujer del chileno Pablo Larraín, “Jackie”, en coproducción con Estados Unidos, se llevó el premio al mejor guión, escrito por Noah Oppenheim.
¡Oscar Martínez ganador del premio a mejor actor en #Venezia73 por su papel en #ElCiudadanoIlustre! pic.twitter.com/xUDIETV60G
— El Ciudadano Ilustre (@CiudadanoFilm) 10 de septiembre de 2016
Estreno: Oscar Martínez habla de “El Ciudadano Ilustre”
Martín Heer
Desde que recibió el guión de “El ciudadano ilustre”, Oscar Martínez (Buenos Aires, 1949) tenía claro que la película, escrita por Andrés Duprat y dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn, era una metáfora de la Argentina.
El actor interpreta el personaje ficticio de Daniel Mantovani, un célebre escritor -cuestionador, antisocial- que está radicado en Europa desde hace tres décadas y gana el Premio Nobel de Literatura, hecho que considera “el ocaso de un artista”. En los cinco años posteriores de haber alcanzado la cima del reconocimiento mundial de las letras no logra escribir. Mientras, rechaza todo tipo de ofertas. Está vacío, aburrido, seco. Hasta que, repentinamente, decide aceptar una invitación municipal para visitar por unos días Salas, su pueblito natal en la provincia de Buenos Aires.
Mantovani, que estuvo 40 años sin volver a Salas, es recibido como un héroe. Llegar al pueblo -sobre el que tiene una mirada mordaz que refleja en sus novelas- será para el escritor revivir el escenario de su infancia pero, sobre todo, significará regresar al lugar del que se la pasó escapando toda su vida. Allí se enfrentará con las diferencias insalvables entre su pasado y su vida actual.
“Es una película incómoda. Desde que leí el guión tuve claro que Salas es la Argentina y que la mirada que este hombre tiene sobre este país es muy crítica, por algo se fue tan lejos”, dice Martínez en una charla con “Río Negro” sobre “El ciudadano ilustre”, que el domingo fue ovacionada en su estreno durante el Festival de Cine de Venecia, donde es la única película argentina entre las 20 que compiten por el León de Oro. El film, en el que también actúan Dady Brieva y Andrea Frigerio, se puede ver desde hoy jueves en los cines del país.

P- ¿Cómo describirías a Mantovani?
R- Creo que es un personaje contradictorio, como lo somos todos, y queda claro en los primeros cinco minutos de la película cuando recibe el Premio Nobel y da un discurso muy áspero, muy duro, irreverente, casi insultante. Pero está ahí, igual va. Hay otros escritores que, pensando como Mantovani, no fueron a recibirlo. Lo mismo le pasa con su pueblo, que lo ama pero lo une el espanto, como diría Borges. Es su cuna, su patria chica, y además toda su literatura se nutre de las historias de ese pueblo. Escapar de ahí le permitió construirse como persona y como escritor, pero por eso mismo lo odia, detesta a ese lugar, y no hace otra cosa que querer escapar de ese pueblo. Las dos cosas conviven en él. Y lo que necesita es beber agua de ese aljibe, que es su pueblo, porque si no no puede escribir.
P- Mantovani vuelve a Salas y termina siendo un extranjero en su propio pueblo.
R- Uno puede sentirse extranjero viviendo en un lugar. Yo creo que cuando él se fue, a los veinte años, ya tenía muy poco que ver con el lugar, con su entorno y con sus orígenes sociales. El ya tenía una mirada crítica sobre todo eso. Era el germen del escritor que después fue. El dice: “Hice una sola cosa en toda mi vida: escapar de ese lugar”. Eso refleja que era una idea muy temprana que tuvo él, que está muy lejos de sentirse argentino, cosa que por otra parte es muy argentina.
P- ¿Por qué?
R- Borges es argentinísimo pero al mismo tiempo era un europeo en el exilio y al mismo tiempo era un tipo que fue estigmatizado por ser europeizante, por escribir en inglés o por ser admirado por los europeos. También sufrió encarnizadamente su condición de argentino. Todo eso está en la película. Mucha gente se va a divertir, se va a reír, se va a identificar, y a otra gente le va a resultar un tanto incómoda. Va a ser motivo de debate.

P- ¿La risa como una reacción ante la incomodidad?
R- En la avant premiere había risa de carcajadas y había otras risas que eran nerviosas, de cuando uno se reconoce o reconoce a la familia de uno en situaciones desagradables, criticables o bochornosas. Esa risa es nerviosa. Creo que eso va a ocurrir mucho en el cine. Hay gente que se va a reír y alguien le va a decir “shhhh, callate”. Lo que tuve claro desde que leí el guión es que la película es una metáfora de la Argentina.
P- ¿En qué sentido?
R- Como esa clase de espejos que nos devuelven una imagen que no queremos tener de nosotros, con una luz cenital con la que te ves horrible. Es un espejo muestrario más barroco de una sucesión de cosas que yo particularmente abomino del argentino. Está todo. La avivada del chofer que toma un camino que no conoce nadie y termina como termina. El intendente y la utilización política que hace de la situación. El fanatismo ideológico, la violencia… Ponerlo a Mantovani de presidente de un jurado para después modificar lo que eligió. La docilidad, para mí encarnada como nadie en el personaje de Andrea (Frigerio). También la docilidad de ese pueblo que se resigna a ser gobernado por ese señor y por esos seres que vemos ahí. El chauvinismo espantoso. La destrucción del ídolo es otra cosa muy argentina; primero llamarlo y ponerlo en ese lugar donde nos pertenece porque es argentino, y después destruirlo por lo mismo. El resentimiento, que es algo que está en nuestra cultura expresado además en el tango que, para bien y para mal, es el mayor producto cultural argentino, y es un muestreo de resentimiento de principio al fin. Como también en la ideología predominante argentina que fue el peronismo, está el resentimiento, el que si te va bien es porque algo habrás hecho, que si tenés una buena vida tenés el culo sucio. También está el sometimiento, el machismo, la estafa… Es un muestrario de nuestra Argentina querida.

P- También queda expuesta la forma en que la política aborda la cultura, ¿no?
R- Lo que dice el intendente sobre la importancia de la cultura es muy hipócrita. Conocemos eso de la preponderancia que supuestamente la clase política le da a la cultura cuando en realidad no le da ninguna. Ningún partido tiene cuadros políticos importantes en este país desde hace décadas. Hay algún que otro burócrata pero cuadros importantes de la cultura no hay. Si uno piensa que André Malraux fue ministro de Cultura de De Gaulle, no es el caso de la Argentina. Ni siquiera estoy hablando de la actualidad, hay que revisar para atrás cuarenta o cincuenta años. El peronismo lo sacó a Borges de la Biblioteca Nacional y lo mandó a inspeccionar gallineros. Quizá los amantes del populismo consideren que la película es europeizante o extranjerizante, o demasiado elitista. Evidentemente Mantovani tiene una mirada elitista porque pertenece a una elite: tiene otra cabeza, conoce el mundo, ha viajado, ha estudiado, es una celebridad mundial, vivió en Alemania e Inglaterra y ahora vive en Barcelona. No es un hombre sencillo del pueblo del que salió.
P- ¿Te parece que el argentino en general no suele aceptar las críticas?
R- El que es chauvinista cree que la Argentina es el mejor lugar del mundo, que somos los mejores y que todos los demás son inferiores. Pensando de ese modo es obvio que cualquier cuestionamiento es mal visto. Algunos argentinos viven la crítica como una agresión, cosa que no necesariamente es así.. Una crítica no es una agresión.
P- ¿Por qué te parece que se rechaza la crítica?
R- Creo que lo que hay detrás de eso es un complejo de inferioridad disfrazado de lo contrario. Alguien que está seguro puede aceptar una crítica. Puede escucharla con serenidad y, en todo caso, discrepar con el que la hace y explicarle por qué. El brote para mí tiene que ver con la inseguridad, con un complejo de inferioridad y no con un complejo de grandeza.
P- La película refuerza esa idea de “pueblo chico, infierno grande”, ¿te preocupa la reacción que pueda tener el público de esos lugares?
R- En primer lugar hay que ver cuántos pueblos tienen cine. Con “Inseparables” me sorprendí de la cantidad de gente que dice que viaja para verla desde localidades que seguro tenían cine y ya no lo tienen. Por otro lado, ojalá ocurra que esa gente vaya a ver la película, pero no es la gente que va al cine. A lo mejor van a ver otra clase de película de tanto en tanto, pero este tipo de película la gente de esos pueblos ni se enteran que están en cartel.
P– ¿Disfrutaste haciendo el personaje?
R- Sí, muchísimo, porque me gusta mucho el guión, coincido mucho con Mantovani, me río mucho con las maldades de los dos atorrantes de los guionistas, fue muy divertido. También fue muy laborioso porque estoy en toda la película. Hubo que viajar mucho y había locaciones incómodas, había frío. Y fue largo. Pero por supuesto que hubo momentos muy divertidos.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios