Sumidos en el desconcierto
El gobierno hizo trascender esta semana su fuerte malestar con la Armada por el manejo de la información sobre la desaparición del ARA San Juan. Fuentes próximas al presidente Macri hablaron en cambio de su convicción acerca del profesionalismo con que las autoridades navales están administrando la crisis. Pero los mismos voceros ratificaron que la cúpula será removida, aunque por razones ajenas a la tragedia y sólo cuando se hayan dado por terminadas las tareas de búsqueda. Ayer, sin embargo, se conoció que piidó su retiro el comandante del Área Naval Atlántica, de la cual depende la base Mar del Plata, asiento del comando de submarinos, primera baja en la fuerza. Parece el guión de un comediante. Pero esta secuencia que no responde a ninguna lógica muestra el desconcierto en el que está sumido el gobierno en la búsqueda de las razones que llevaron al fondo del mar la vida de 44 marinos argentinos.
Hay que decir que ningún país se ha mostrado preparado para la búsqueda y rescate de un submarino desaparecido en tiempos de paz. Los antecedentes son escasos. Y trágicos. En todos los casos hubo incompetencias e intentos de ocultamiento de información. El Kursk, la nave nuclear rusa, se hundió en el mar de Barents en el año 2000 matando a sus 118 tripulantes. Los estadounidenses USS Scorpion, desaparecido en el Atlántico en 1968 y hallado a 3000 m de profundidad a 500 km, de las islas Azores y USS Thresher, perdido en 1963 durante ejercicios cerca de Boston y hallado a 2800 m de profundidad, se cobraron las vidas de sus 228 tripulantes en años de la Guerra Fría. El extraordinario operativo internacional de búsqueda del ARA San Juan responde sin duda a la solidaridad y los tradicionales lazos de amistad entre los marineros de todo el mundo. Pero es también la oportunidad de poner a prueba una formidable maquinaria de rescate nuca antes empleada. Fue la más reciente tragedia del Kursk la que cambió los estándares sobre cómo hacer frente a este tipo de catástrofes. La Argentina está muy lejos de toda esa panoplia tecnológica y observa su despliegue como si fuera un espectáculo.
Mauricio Macri estuvo una semana atrás junto a los familiares en la base de Mar del Plata. Llevaban cuatro días sin noticias del San Juan. El lunes, el presidente hizo una visita a la sede de la Armada para tener un cuadro preciso de la situación. El jueves volvió al Edificio Libertad y asumió el liderazgo de la crisis. Flanqueado por el ministro de Defensa y el jefe de la Armada, pidió no buscar culpables y concentrar los esfuerzos en el rescate. Buscó dar una señal de cohesión en medio de una fuerte interna entre los dos hombres que lo acompañaban.
Las crónicas venían relatando que el ministro fue informado de la desaparición del San Juan mientras estaba de regreso de un viaje a Canadá. Otra versión indicó que la Armada le retaceó la información y que se enteró de lo ocurrido en un portal de noticias y adelantó su vuelta. Es difícil saber dónde está la verdad.
La Armada atraviesa su peor crisis. Dio información errónea al menos dos veces. Y creó falsas expectativas en las familias de los marinos. El desengaño sumó un dolor inexplicable a su propia gente. La información veraz se obtuvo a través de la colaboración de la comunidad internacional, cuando intervino la Cancillería. Ya había transcurrido una semana sin ningún contacto con la nave. Aún se desconocen las razones del incidente del San Juan, pero Macri dijo que el submarino estaba “en perfectas condiciones de navegar”, según la información que le dieron los jefes navales. Se sabe que en estos largos años de asfixia económica la Fuerza Aérea dejó varias veces de volar sus aviones por falta de mantenimiento. ¿La Armada podría haber enviado a sus hombres a navegar en condiciones que no fueron seguras? Es imprescindible una auditoría sobre el trabajo de media vida al que se sometió a submarino por el que se prometió, en 2014, otros 30 años de servicio. Tal vez empiece a develarse allí alguna respuesta.
Las Fuerzas Armadas han pagado con la intrascendencia su conducta criminal del siglo XX. Desde los alzamiento contra Alfonsín y Menem, la asfixia económica ha sido una política de Estado. Destinada a terminar con el poder militar, terminó tambiéncon cualquier noción de defensa. Sin buques, aviones ni tanques es una paradoja creer que ha cumplido su objetivo si además termina cobrándose estas 44 vidas.
Apenas si sabemos cuáles serán las consecuencias de la catástrofe del San Juan. Lo ocurrido nos habla una vez más de la dimensión de la tarea que tiene por delante la Argentina si quiere dar un vuelco definitivo a la decadencia, insignificancia y desidia que hemos naturalizado por décadas. A ese desafío se ha comprometido este gobierno.

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