Mirando el Tirreno, un viaje por Italia
En pleno verano europeo, tras pasar dos semanas en Nápoles, el periplo de Voy lleva a dos lugares entre los imperdibles de la región de Campania, la Costa Amalfitana y la isla de Capri. Bastante diferentes entre sí, algo los une: su belleza mirando hacia el mar Tirreno.
VIAJES
«Capri es Capri», me dijeron varios napolitanos, que entendían lo popular que resulta la isla para un extranjero. Sin embargo, la mayoría me recomendaba ir a las vecinas islas de Isquia y de Procida, más pequeñas y con menos glamour, pero mucho más baratas. De todos modos, entre julio y agosto, ninguna de las tres logra escapar de algo: están repletas de gente.
El pasaje ida y vuelta desde el puerto de Nápoles hasta Capri cuesta 40 euros y se demora una hora en llegar. La vista desde el ferri es linda para ver el golfo de Nápoles, el azul del agua durante el viaje y también la postal que se dibuja al arribar a la Marina Grande, el puerto de una isla que en su punto más alto tiene casi 600 metros.
Foto:Las empinadas carreteras de la Costa Amalfitana dan un poco de vértigo.
Destino turístico internacional, Capri es un punto de reunión para el jet set desde los años ‘50. Por trazar un paralelo, tiene cierto aire a lo que es Punta del Este: millonarios que anclan sus yates a metros de la orilla y salen a pasear en lanchas y motos de agua.
De hecho, fue uno de los primeros lugares que visitó el delantero de la selección argentina Gonzalo Higuaín cuando el año pasado empezó a jugar en el Napoli; y fue noticia porque al zambullirse en el agua se golpeó con una piedra. También Lionel Messi eligió este rincón frente a la península Sorrentina para descansar después del segundo puesto en el Mundial de Brasil 2014. Pero los futbolistas no fueron los primeros famosos que desembarcaron en Capri. Mucho antes la visitaron el líder comunista ruso Lenin, la escritora Marguerite Yourcenar y el poeta Pablo Neruda, entre otros.
La parte más atractiva me pareció la que está ligada a la belleza de los paisajes que aparecen en una caminata desde la alturas de su contorno. A su vez, también resulta interesante dar una vuelta por sus callecitas, tanto por Anacapri como por Capri, que son los dos barrios en los que se divide la isla. La piazzetta central es elegante y mantiene su arquitectura urbana, que en sus alrededores se mezcla con lujosas marcas como Dolce & Gabbana o Swarovski.
Foto: Uno de los famosos farallones (I Faraglioni, en italiano) de la ciudad.
Los cafés y las heladerías también son lindas, solo que a la hora de pagar podría dificultar la digestión: un café expreso ronda los 8 euros y el helado más pequeño en torno a los 10 euros. El contraste ya es fuerte si se lo compara con Nápoles, donde el mismo café cuesta diez veces menos (0,80 centavos de euro).
Entre tanto glamour y precios caros, siempre está la opción del supermercado, aunque tampoco sea del todo compatible con el lugar, al punto de que hay carteles que advierten que no está permitido hacer picnic en todos lados. Igual, siempre hay algún recoveco para sentarse y comer algo propio.
También es cierto que cuando uno ya está en el lugar, si puede, hay que darse algún gusto, como hicimos en un atardecer con mi chica: cuando ya se habían ido la mayoría de los turistas, nos sentamos en un bar con terraza sobre la playa del Faro.
En la tierra de los aperitivos, vale la pena probar un trago refrescante en base a Aperol o Campari, esos dos protagonistas de cierta italianidad que desembarcó en los bares y fiestas de Buenos Aires en los últimos años, donde ambas bebidas se mezclan con naranja o vinos espumantes igual que allá.
Foto:Estrechas callecitas de la isla, aptas sólo para vehículos de tres ruedas.
En el mismo lugar, un rato antes me había llevado cierta decepción, porque había llegado con la idea de una idílica playa de arena. Al final resultó más parecido a una enorme pileta con una bajada de cemento y piedras alrededor, con agua transparente pero cuya temperatura era muy similar a la de la costa atlántica argentina. Igual, por todo lo demás, bien vale la pena darse una vuelta por Capri.
Costa Amalfitana
La Costa Amalfitana es uno de esos lugares en los que, como pocas veces, lo imaginado coincide con lo que uno ve al llegar. O al menos, eso me pasó a mí. Yendo desde Nápoles en auto por autopista hasta Vietri son unos 50 minutos. Desde ahí regresamos pero por la costa, por un camino en zig zag que, entre el acantilado y la montaña, surca el mar entre subidas y bajadas.Es tan lindo el recorrido como entrar en los diferentes pueblitos, entre los que están los conocidos Amalfi, Ravello, Positano y Vietri. Como hicimos el paseo durante solo un día, fue imposible parar en todos lados, aunque nos hubiese gustado.
Optamos por almorzar en Pogerola, que está encima de Amalfi, hasta donde se puede bajar caminando. Comimos pastas en la «Osteria Rispoli», atendido por dos hermanas, las dueñas del lugar desde 1947, que ofrece una gran vista con las casitas sobre la ladera de la montaña. Desde la altura se pueden notar las escalonadas terrazas de deliciosos cultivos. Entre ellos, los famosos limones que se cosechan para producir el limoncello, el licor típico de la región Campania, aunque también se hace en otros lugares como Sicilia.
Foto:Positano y sus construcciones enclavadas en la escarpada ladera.
Luego volvimos a la ruta. A lo largo del camino el azul intenso del mar se aclaraba y se oscurecía en el horizonte, donde se fusionaba con el cielo, en una línea difusa, difícil de distinguir. Hasta que paramos en Ravello, donde hicimos una caminata por sus angostas calles que eran como pasadizos, algunos con coloridas flores a sus alrededores y otros que desembocaban en viñedos o en alguna esquina, desde la que se podía ver el mar, una ladera con casas o la ruta con forma de serpiente a lo lejos. En la plaza central nos sentamos en una heladería, frente a la iglesia, donde al rato de haber llegado nos cruzamos con el casamiento de una pareja británica.
Al volver a Nápoles, a la casa de mis suegros, les pregunté por qué no dejaban a esa ciudad tan ruidosa y caótica, teniendo la posibilidad de vivir en ese paraíso tan cercano que me encantó. «La Costa Amalfitana es solo para los ricos», dijo mi suegro. «Yo con solo de tener un cuartito para ver ese mar todas las mañanas, no me quejaría», añadió mi suegra, como quien promete abrazar algo que difícilmente suceda.
Juan Ignacio Pereyra
VIAJES
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios