A 15 años del golpe que inició el colapso en la URSS

«Plaza de la Rusia libre» se denomina la parada de autobuses frente a la Casa Blanca en Moscú, el edificio del gobierno ruso. Una parada más adelante, rodeada del flujo automovilístico de la millonaria metrópolis, hay una lápida conmemorativa poco vistosa en memoria de tres personas que hace 15 años murieron bajo las cadenas de tanques. El golpe de Estado de 1991 no dejó otras huellas en Moscú, pese a que significó un hito en la historia mundial. Funcionarios conservadores querían derrocar al reformista Mijail Gorbachov para preservar a la Unión Soviética, pero en última instancia sellaron la desintegración del gigante.

En la oposición a los golpistas, encabezada por el entonces héroe popular Boris Yeltsin, el entusiasmo por la democracia en Rusia llegó a su cénit. Pero eso queda muy lejos. Para el aniversario, que se conmemora desde hoy hasta el 21 de agosto, tan sólo se congregarán unos pocos cientos de manifestantes democráticos. En la nueva Rusia bajo el presidente Vladimir Putin lo que cuenta son la autoridad y una rígida conducción.

Los últimos conspiradores de entonces que siguen con vida podrían postularse nuevamente como «salvadores de la patria», señala el diario opositor «Novaya Gazeta» de Moscú. Luego de que Gorbachov asumiera como secretario general en 1985, los conservadores en el partido y el aparato de seguridad aceptaron a regañadientes sus intentos reformistas, la Perestroika (reforma) del Estado soviético a la luz de la Glasnost (apertura). Los Estados que eran satélites soviéticos en Europa del este y central se habían sacudido sus regímenes comunistas en 1989, sin que Gorbachov se opusiera. Era la misma Unión Soviética la que amenazaba con derrumbarse. El 19 de agosto de 1991, un día antes de la firma de un nuevo tratado con mayor autonomía para las repúblicas soviéticas, los conspiradores dieron un golpe. El comité de crisis GKTschP declaró destituido a Gorbachov.

El secretario general y presidente soviético se transformó en prisionero en su lujosa residencia. Pero a su vice Gennadi Yanayev que asumió el poder con los líderes de la policía, los militares y el servicio secreto KGB le temblaban las manos. La resistencia se formaba en la Casa Blanca, la entonces sede del Parlamento ruso, adonde afluían cientos de miles de personas. El diputado y más tarde presidente ruso Boris Yeltsin les inyectaba coraje hablando desde un tanque. Durante tres días pendió sobre Moscú la amenaza de derramamiento de sangre, pero las tropas no abrieron fuego contra los manifestantes. Muchas unidades se pasaron al lado de Yeltsin. En la noche del 21 de agosto, el golpe de Estado fracasó. Gorbachov regresó a Moscú, donde Yeltsin definitivamente se había convertido en el hombre fuerte. Tras los Estados bálticos, también Ucrania y las otras repúblicas soviéticas declararon su independencia. El 31 de diciembre de 1991 la Unión Soviética terminaría de derrumbarse.

Las fotografías de la Casa Blanca en 1991 muestran a los rusos eufóricos, liberados. Así había celebrado antes la gente en Polonia o en 1989 cuando cayó la República Democrática Alemana (RDA); así también celebrarían los ucranios en la Revolución Naranja a fines del 2004. Pero para los rusos, a la sensación de liberación le siguió una década decepcionante bajo Yeltsin con amargos conflictos y reformas económicas que precipitaron a muchos a la pobreza. La democracia perdió su brillo.

Así es como Rusia hoy acepta con paciencia que Putin gobierne autoritariamente desde el Kremlin. Gorbachov no quiere criticar en todo a su sucesor, pero hace una advertencia. «Sin glasnost y democracia el gobernante comienza a recortar la vida a su medida, acorde a su propio interés. Eso también es lo que intentó hacer el GKTschP, pero la sociedad ya no dejó que hicieran eso con ella», dijo Gorbachov a la «Novaya Gazeta» con motivo de este aniversario. (DPA)

FRIEDMAN KHOLER


"Plaza de la Rusia libre" se denomina la parada de autobuses frente a la Casa Blanca en Moscú, el edificio del gobierno ruso. Una parada más adelante, rodeada del flujo automovilístico de la millonaria metrópolis, hay una lápida conmemorativa poco vistosa en memoria de tres personas que hace 15 años murieron bajo las cadenas de tanques. El golpe de Estado de 1991 no dejó otras huellas en Moscú, pese a que significó un hito en la historia mundial. Funcionarios conservadores querían derrocar al reformista Mijail Gorbachov para preservar a la Unión Soviética, pero en última instancia sellaron la desintegración del gigante.

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