A 25 años de su muerte, el bandoneón de «Pichuco» sigue volviendo

Un 18 de mayo fallecía Aníbal Troilo.

Buenos Aires (Télam).- A 25 años de la muerte de Aníbal Troilo, el poeta Horacio Ferrer, un entrañable amigo del legendario músico, describió al «Gordo Pichuco» como a esos hombres que marcan la historia y que podrían asemejarse a personajes de las novelas de Chejov o Dostoievski por su «destino importante».

«El declive de un tipo como Troilo no tuvo que ver con un resfrío, una gripe o un frío que tomó porque él no fue un personaje de telenovela, sino un personaje digno de las tragedias de Chejov o Dostoievski, porque fue uno de esos tipos que marcan la historia», sentenció Ferrer.

Ferrer conoció a Troilo a los 16 años cuando ya llevaba una década «enamorado» de su música, de su orquesta y de su personalidad, porque el bandoneonista, según señaló, «era una persona con buen gusto y una personalidad concluyente». Aportando datos emblemáticos del estilo particular de «Pichuco», el poeta comentó que, por ejemplo, «en el escenario usaba un micrófono con rueditas cromadas que corría con el pie, de derecha a izquierda, para que se escucharan mejor los solos de bandoneón y todo ese juego servía a su talento incomparable».

Con el mismo tono infidente y maravillado, contó que «Troilo me decía que el público paga para ver algo distinto de lo que ve en el café de la esquina y por eso quiere algo mágico, diferente, fino, misterioso, y entonces hay que salir al escenario muy elegante».

«Al igual que su música, él era sobrio, sólido y lleno de gracia», indicó Ferrer sin poder desligar la estética del «Gordo» de su actitud en la vida.

«»Pichuco» tenía aura, tenía como una luz especial. Incluso Horacio Salgán alguna vez me dijo «si yo tuviera la cara de Troilo…», porque la cara de Troilo era muy porteña y muy gardeliana a la vez», se explayó.

Sin escatimar elogios y hurgando en el alma troileana, el escritor apuntó que «el «Gordo» tenía una distinción de duque, doy fe porque lo he visto levantar cada muerto, pagaba sin que nadie se diera cuenta, yo lo he visto regalar trajes, corbatas, zapatos que se mandaba a hacer a medida, y camisas de seda».

«Aprendí mucho con Troilo -enfatizó- y no porque él se la diera de maestro, él enseñaba sin querer como enseñan los grandes maestros».

Conocedor de los gustos y obsesiones del amigo que conoció personalmente en julio de 1951 en el cabaret Tibidabo, confió que «Troilo soñaba con Gardel, tenía fascinación por él y ansiaba que su orquesta cantara como Gardel», una suerte de obsesión que cumplió con creces.

A partir de la vivencia entre bambalinas de las muchas actuaciones de la orquesta de «Pichuco», indicó que «lo veía como dirigía la orquesta sin pose de director sino a fuerza de gruñidos y chistidos. Cuando quería más fuerza gruñía y cuando quería marcar matices chistaba».

Sumando el estilo, la sonoridad y los logros de «Pichuco», Ferrer consideró que «a nivel de las orquestas, Troilo es el renovador más importante que tiene la historia del tango».

«De esa orquesta salió Piazzolla que ya era un vanguardista extraordinario, pero además bebió en el clima de la orquesta de Troilo una cantidad de novedades que eran inéditas hasta entonces», fundamentó.

Para el autor de los textos de «Balada para un loco» y «Los pájaros perdidos», «cada obra que interpretaba era una creación y por eso el público lo seguía, porque tenía sorpresas y las versiones de Troilo eran las más distintas y las más lógicas de todas», precisó.

Ya desde un análisis menos íntimo y más crítico, deslizó que «de la orquesta de Troilo me quedo con todas las facetas porque en todo fue maravillosa. Desde que debutó en 1937 (cuando el «Gordo» tenía apenas 22 años) su orquesta tuvo una parte creativa de 20 años y después del «57 perduró».

Por último, Ferrer confió que pese a que la obra de Aníbal Troilo no guarda mayores secretos ocultos, hay un par de poemas de «Pichuco» que él dijo haber escrito pero que hasta ahora no se han podido encontrar.

«Troilo me contó que escribió dos poemas que se titulaban «Alegremente triste» y «Por qué cierro los ojos cuando toco el bandoneón» pero ni yo ni su viuda los hemos hallado todavía», concluyó el poeta.

Pantalla grande para el tango

Buenos Aires (Télam).- La intervención en el cine argentino -en persona solo o con sus músicos, o con temas o ejecuciones suyas desde el off de la banda sonora- fue una actividad esporádica en medio siglo de labor artística de Aníbal Troilo.

En 1933, cuando aún era un adolescente -tenía 19 años-, Troilo debutó en la pantalla criolla al animar junto con un cantante y otros dos instrumentistas varias escenas de «Los tres berretines», que dirigió Enrique Telémaco Susini, para luego, en 1937, aparecer como miembro del sexteto de Elvino Vardaro en «Muchachos de la ciudad», de José A. Ferreyra.

Ya al frente de su orquesta, «Pichuco» fue visto en «El tango vuelve a París» («48), de Manuel Romero; «Mi noche triste» («51), de Lucas Demare; «Vida nocturna» («55) y «Esta es mi Argentina» («63), ambos de Leo Fleider; «Buenas noches, Buenos Aires» («64), de Hugo del Carril, y «Somos los mejores» («68), de Federico Padilla. Como intérprete, pero sin sus músicos, participó en «Prisioneros de una noche» («60), de David José Kohon.

En 1944, en la música de «Los dos rivales», de Luis Bayón Herrera, se incluyó «Garúa».

Algo así como el Gardel de los instrumentistas

Buenos Aires (Télam).- Para la mayoría de los músicos del rock argentino, la figura de Aníbal Troilo y su impronta tanguera representa un símbolo entrañable y emblemático pero bastante lejano de las referencias estéticas que ellos encarnan.

Resultó complejo que los rockeros vernáculos tuvieran ganas de opinar con fundamento sobre los alcances de «Pichuco» como referente de una cultura argentina que se expresó desde la «Década de Oro del tango» pero que llega a nuestros días, y muchos de ellos prefirieron no emitir juicio por ignorancia.

Para Palo Pandolfo, ex líder de «Los Visitantes» y uno de los artistas más cercanos a la atmósfera troileana, «Troilo tenía una cosa en la composición y en lo melódico que enferma».

El cantante y compositor que también comandó el grupo Don Cornelio, agregó que el bandoneonista «representa la cuna más alta de la música rioplatense».

Haciendo un recorrido por su propia historia, Palo comentó que «»Sur» lo canto desde que tengo memoria y aunque a principios de los «80 éramos todos rockeros, cuando pisé el tango de nuevo ya no lo abandoné más».

También en tono admirativo, Iván Noble, la voz de Caballeros de la Quema, deslizó «ojalá hubiera Troilos en el rock» y sostuvo que «el tango es la música que más me gusta a esta altura de mi vida».

La cantante y guitarrista Hilda Lizarazu indicó desde su casa cordobesa que «Troilo me parece que es una estampita porteña y un monstruo del tango al que admiro profundamente».

Tras haber grabado y tocado una audaz versión de «Nocturno de mi barrio», desde las huestes bluseras de «La Mississippi» el baterista Juan Carlos Tordó y el cantante Ricardo Tapia encontraron motivaciones diferentes para hablar sobre «Pichuco».

«Cuando Ricardo trajo la letra de «Nocturno…» nos pegó mucho porque sentimos que Troilo hablaba del barrio como lo haríamos cualquiera de nosotros», opinó Tordó, mientras que Tapia agregó que «como yo viví toda mi infancia en el barrio donde estaba el boliche Caño 14, el «Gordo» formaba parte de ese imaginario mágico y, además, sus discos estaban incorporados al Winco de mi viejo».

Aún lejos del tango pese a ser nieta de uno de los guitarristas de Agustín Magaldi, la cantante María Gabriela Epumer indicó que «por Troilo siento una admiración muy grande sin conocerlo demasiado».

La intérprete Celeste Carballo, en tanto, arriesgó que «se me ocurre que Troilo es como el Gardel de los instrumentistas».

Le puso esmoquin al bandoneón

Buenos Aires (Télam).- La música de Aníbal Troilo partió del bandoneón y desde ese instrumento impartió una herencia estilística que impregnó a sus pares, definió una época, extendió su reinado en el tiempo y continúa contagiando a consagrados y nuevos intérpretes del bandoneón.

«¿Quién no tiene a Troilo adentro? Yo no toqué con él pero todos tocamos con él», formuló Rodolfo Mederos.

El músico que integró la orquesta de Osvaldo Pugliese y hoy es uno de los lúcidos referentes del tango, añadió que «Troilo nos dejó una enseñanza que no muchos han aprovechado: la de la economía musical. Quizás la idea aquella de que la música no es buena porque tenga mucho sino porque precisa poco, es una herencia que hay que leerla en el trabajo de «Pichuco»».

«El «Gordo» decía que él tocaba los silencios y eso es verdad porque logró lo casi imposible de llegar al corazón de la gente tocando muy poquitas notas», aportó el notable músico Wálter Ríos, quien, de paso, definió a Trolio como el que «le puso el esmoquin al bandoneón». Néstor Marconi, otro de los nombres rutilantes del presente del fueye, hizo hincapié en la personalidad del «Gordo», «una cualidad que le permitió ser distinto a todos, marcar una época e imponer un estilo en la forma de tocar el bandoneón».

El experimentado Ernesto Baffa que integró la orquesta de «Pichuco» durante 15 años, subrayó que «estar en la orquesta de Troilo fue tocar el cielo con las manos porque el «Gordo» fue lo más grande del mundo».

Como un ejemplo del «estilo Troilo» para moverse en la vida, Baffa narró su ingreso a la formación de «Pichuco». «Yo estaba de gira por Córdoba con Salgán y cuando Troilo vino a escucharnos se creyó que el bandoneonista era Leopoldo Federico y pese a que entonces yo era un pibe, me llenó de elogios y a los 8 meses me llamó personalmente para integrarme a su orquesta». Desde la juventud, en cambio, Camilo Ferrero, que integra El Arranque, confesó que «empecé a tocar el bandoneón por haber escuchado a Trolio».

«Cuando uno va estudiando se da cuenta que más allá de la técnica, la calidad de los recursos expresivos de Troilo eran impresionantes. Dos notas de él pueden llegar mucho más que mil tocadas por otros músicos», se explayó.

Tango con T de Troilo

Buenos Aires (Télam).- Artistas provenientes de diferentes lugares de la música popular coincidieron en definir a Aníbal Troilo como a un personaje único que dejó secuelas en el universo del tango y que, con su personal estilo, impuso una nueva forma de tocar el bandoneón, ya que con pocas notas era capaz de llegar a lo más profundo del alma.

Además, muchos hablaron de la generosidad de Troilo, quien desde una mirada diferente, un oído sensible y un corazón intuitivo supo sacar el mayor potencial vocal de cantantes ya consagrados y de formación que, como Jorge Sobral, siguen hasta el día de hoy los sabios consejos de uno de los pilares fundamentales de nuestra música ciudadana.

Troilo fue uno de los pocos en incluir «silencios» a su música, otorgándole un sonido muy particular y melancólico que dio paso a una nueva concepción de lo que el tango significa.

«En el imperio del volumen, lo que hizo Troilo significó el imperio del sonido», arriesgó el guitarrista tucumano Juan Falú.

El instrumentista también destacó que lo que más le impactó de «Pichuco», «fue esa despreocupación por el sonido, pero a la vez, esa actitud de músico de «poner» el sonido».

Desde una perspectiva más emotiva, el músico y compositor Raúl Carnota consideró que «Troilo tocaba desde el corazón y cuando «soleaba» lo hacía con pocas notas y un sentimiento brutal».

Algo que el cantante y actor Juan Darthés tradujo como «una cualidad para hacer las notas exactas que llegan al alma de la gente».

La vocalista María Graña resaltó la importancia del artista a la hora de apoyar a los intérpretes que pasaron por su orquesta, ya que «supo acompañar tan bien y con tanto sentido que era un gran cantante. Le gustaba cantar, enseñaba a cantar y sabía bien lo que necesitaba el cantante para sentirse cómodo».

También desde una mirada de cantante, Gabriela Torres deslizó que «conozco la historia sobre las indicaciones que el «Gordo» les hizo alguna vez cantantes como Jorge Sobral y Roberto Goyeneche, y que a ellos les sirvieron para el resto de sus carreras».

«Tango se escribe con «T» de Troilo», formuló el cantor Luis Cardei llevando el recuerdo a un plano dominado por la admiración.

En la misma línea, el artista folclórico Chango Farías Gómez sostuvo que «»Pichuco» es como un padre mayor de la música de Buenos Aires porque mostró a esta ciudad con un sentimiento aterrador».

Para el cantante Tito Reyes, quien fue una de las voces de la orquesta de Troilo, «»Pichuco» es el bandoneón más importante del tango», mientras que la creadora correntina Teresa Parodi confió que «siempre sentí una cosa de emoción al escuchar ese bandoneón que era como si me hablara».


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