A 50 años de la palomita inmortal
Por Marcelo Angriman
Abogado. Prof. Nacional de Educación Física. Docente Universitario.
angrimanmarcelo@gmail.com
Central ganó el Nacional de 1971 al vencer en la final a San Lorenzo. Sin embargo el partido más recordado de ese campeonato fue la semifinal contra su eterno rival Ñuls, en la cancha de River Plate el 19 de diciembre.
Sí, el clásico de la mítica palomita de Aldo Pedro Poy, quien erigido en una suerte de prócer canalla, comentó y hasta representó mil veces la heroica jugada.
Podrán parecer exagerados tales adjetivos, pero para el hincha del club de Arroyito hace medio siglo, se escribió el hito más inolvidable de su historia.
A tal punto que Roberto Fontanarrosa con su prodigiosa pluma, lo inmortalizó en su cuento “19 de Diciembre de 1971”.
Quizás sean esas páginas, el mejor homenaje escrito sobre la psicología del hincha. Allí el Negro, en su mal hablado estilo, saca a relucir su imaginación en un relato tan exagerado como entrañable.
Al contextualizar a Rosario por aquellos días, dice que la ciudad era una caldera donde “si prendías un fósforo volaba todo a la mierda”, que los dos equipos tenían grandes jugadores y que el que ganaba ese partido inexorablemente –tal como sucedió- saldría campeón.
Que por la ruta a Buenos Aires viajaban “millones”, con sus numerosas cábalas a cuestas. Que cambiarse el reloj de mano, que usar tal o cual gorrito, que viajar en el auto de fulano o de zutano, o hasta el sentarse en tal o cual lugar en la tribuna, para que ningún cabo quede suelto.
El temor a perder y el infierno que desataría tal ignominia, lleva a un sinnúmero de hipótesis para evitar conjuros o maleficios.
A tal punto que los protagonistas del cuento, deciden secuestrar al viejo Casale, un hombre de unos 80 años con problemas cardíacos, de quien recordaban juró no haber visto perder a Central frente a Ñuls en toda su vida.
Así montan la “Operación Eichmann”, por la cual interceptan a Casale con un micro de línea que luego cambia de rumbo y enfila directo hacia el Monumental. El anciano en principio reniega, pero luego se entrega por entero a la pasión y, al llegar a la capital, ya era “el más feliz de los mortales”.
El viejo saltaba, chupaba, gritaba y en el gol de Poy se lo vio abrazado de un grandote de musculosa. Luego el canalla resistió estoicamente el vendaval rojinegro y el flaco Menotti sacó cualquier cosa.
Cuando el árbitro pitó el final, “la locura de alegría en la cara del viejo” fue lo último que se disfrutó, antes que cayera “seco”.
El dilema moral de lo que hicieron, Fontanarrosa lo resuelve de un plumazo al decir: “Para qué seguir viviendo… así se tenía que morir, hasta lo envidio”.
El cuento de quien indultara las malas palabras en un Congreso Internacional de la Lengua, lleva al sentimiento del hincha hasta el paroxismo.
Un homenaje para todos aquellos, que aun sin explicaciones lógicas posibles, se entregan incondicionalmente al club de sus amores.
Por Marcelo Angriman
Abogado. Prof. Nacional de Educación Física. Docente Universitario.
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