Actitud incomprensible
Para alivio de los ahorristas uruguayos y de los muchos argentinos que han confiado en el sistema bancario de nuestro vecino, el gobierno de Estados Unidos no ha tardado en enviar ayuda financiera a Uruguay por creerlo víctima de «intensas presiones externas». Asimismo, pocos dudan de la voluntad de Estados Unidos y el FMI de respaldar al Brasil, aunque por tratarse de un país mucho mayor sus problemas no pueden ser atribuidos a nada más que el «contagio» argentino. Sin embargo, como muchos han subrayado, todavía no hay señales de que la Argentina esté por recibir la ayuda concreta de la llamada comunidad internacional. Puesto que ningún otro país de la región ha hecho tanto por congraciarse con Washington, la decisión de boicotearnos así supuesta puede parecer un tanto «injusta», pero esto no quiere decir que sea inexplicable.
Son tres los factores que están en juego: la negativa del gobierno del presidente Eduardo Duhalde a formular un plan «sustentable» por entender que le sería políticamente costoso; la manera festiva en la que se anunció el default más el hecho de que el propio Duhalde, el mandamás radical Raúl Alfonsín y sindicalistas como Hugo Moyano lo hubieran reclamado insinuando que serviría para resolver nuestros problemas; el que desde hace más de medio año las autoridades estadounidenses y el FMI estén comprometidos con una actitud intransigente que no están dispuestos a modificar, razón por la que son propensos a exagerar las diferencias entre el caso argentino y los del Uruguay y el Brasil.
Cambiar esta situación no será nada fácil. Es dolorosamente evidente que el gobierno duhaldista no sabe, no puede y no quiere elaborar un programa «sustentable» porque lo único que le interesa es asegurar la supervivencia del peronismo bonaerense, causa a la que no vacilaría un solo instante en sacrificar el resto del país. Por este motivo ha adoptado una «estrategia» basada en la idea de que si aguanta lo bastante el FMI terminará optando por mandarle dinero «fresco» aun cuando no haya procurado hacer frente a la crisis económica. Claro, el FMI comprende muy bien lo que tiene en mente, de ahí su voluntad indisimulada de mostrar que está en condiciones de seguir demorando el inicio de negociaciones serias. Mientras tanto, el país está acostumbrándose mal que bien a un nivel de actividad económica que es sumamente bajo, que acaso resulte beneficioso para los duhaldistas, pero que tiene connotaciones trágicas para la inmensa mayoría de sus habitantes.
De más está decir que nunca nos será dado borrar los recuerdos de las escenas, que fueron difundidas en vivo a todo el planeta, que protagonizaron el fugaz presidente Adolfo Rodríguez Saá y sus amigos cuando declararon el default como si se tratara de un gran triunfo de las esencias nacionales. Para colmo, no existen motivos para suponer que la ciudadanía se ha dado cuenta de la magnitud de los perjuicios así ocasionados. Por el contrario, según las encuestas de opinión, Rodríguez Saá es el presidenciable peronista mejor ubicado, mientras que el desprestigio de Duhalde, Alfonsín y otros representantes de la vieja política no tiene nada que ver con su militancia en contra del pago de la deuda. Por lo tanto, al gobierno de Estados Unidos, al FMI y a los líderes de la Unión Europea no les resultará fácil en absoluto convencerse de que la Argentina ha aprendido algo de los errores perpetrados y que en consecuencia les correspondería modificar su propia actitud. Lejos de intentar darles algunos motivos para recapacitar, el gobierno y el grueso de la clase política, con el respaldo de amplios sectores de la opinión pública, parecen resueltos a mantenerse en sus trece, como si en las circunstancias actuales la terquedad constituyera un mérito. Tal vez lo sería si el gobierno duhaldista, apoyado por otras corrientes, estuviera firmemente comprometido con una vigorosa estrategia «heterodoxa» o si hubiera decidido que a la Argentina le convenía el aislamiento, pero sucede que se jacta de no haber puesto en marcha ningún programa económico porque primero quiere contar con la ayuda fondomonetarista y, como si esto ya no fuera más que suficiente como para descalificarlo, se asevera totalmente contrario al aislamiento del «mundo» que es el fruto más visible de su resistencia a gobernar.
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