Ahora sí, Cristina y Alberto son lo mismo


Será difícil encontrar contrastes en el binomio Fernández a partir de este proyecto controvertido y precoz, que genera desconcierto e inquietud.


Ha pasado más de medio siglo y aún siguen siendo difíciles de comprender los condicionamientos a los que sometió Arturo Frondizi su llegada a la presidencia, en 1958, tras la llamada Revolución Libertadora. Frondizi nunca dio una respuesta precisa a esa cuestión, que iba más allá del tutelaje de los militares, la proscripción del peronismo o el pacto con Perón en el exilio, pero sin duda incluía todo eso. “Cada vez que le reprochaban ciertos actos de gobierno considerados contradictorios con sus principios -dice Rodolfo Pandolfi, uno de sus biógrafos-, Frondizi tenía una respuesta clásica que ofrecer: ‘Eso no es lo que usted tiene que preguntarme. Usted tiene que preguntarme por qué acepté ser presidente de la República en las condiciones en que acepté serlo. Resuelto ese problema, los demás se aceptan como consecuencias lógicas’”.

La respuesta de Frondizi hace honor a la caracterización que hizo Robert Potash de aquel presidente de la esperanza y el desencanto: “Un hombre sin emociones”. No es ciertamente el caso de Alberto Fernández. Es plausible preguntarse, sin embargo, como en el caso de Frondizi, sobre las condiciones en las que Fernández aceptó el desafío de la presidencia y las consecuencias que se desprenden de esa decisión.

Alberto Fernández no habría imaginado jamás la aventura de la Casa Rosada hasta la martingala de Cristina Kirchner, de la que se acaba de cumplir un año. Nunca podría afirmar seriamente que se preparó toda su vida para llegar a presidente. Solo una vez se había presentado para un cargo electivo, en el lejano 2000, en los comicios para la legislatura porteña acompañando al exministro de Economía Domingo Cavallo. La reconciliación con la expresidenta y el armado de un frente para derrotar a Mauricio Macri no contemplaba para él la posibilidad de una vuelta a ninguna función ejecutiva. Así se lo hizo saber a la expresidenta en el reencuentro. En febrero de 2019 Fernández apenas aspiraba a ocupar la embajada argentina en Madrid. De esa realidad pasó a la presidencia de la Nación en apenas diez meses.


Ninguna otra decisión compromete más al presidente con el proyecto de Cristina Kirchner ni manifiesta más la debilidad de su liderazgo que el caso Vicentin.


La decisión del presidente de avanzar con la expropiación de la empresa Vicentin no puede ser entendida sino como una consecuencia “lógica”, como las llamaba Frondizi, de aquella aventura inesperada.

El presidente ratificó el viernes en una entrevista la vía de la expropiación para el salvataje de la cerealera, un proyecto de la senadora Anabel Fernández Sagasti, vicepresidenta del bloque de Frente de Todos, una dirigente que cobra cada vez más relevancia en el Instituto Patria. No hay constancia de que la expropiación fuera una alternativa que sedujera al presidente para sacar a la empresa de la convocatoria. Una semana antes, había descalificado lo que llamó “ideas locas” en torno al proyecto de apropiación de acciones de empresas que reciben asistencia financiera. Días después volvió a hacerlo frente a un grupo empresarios en Olivos. La intervención y el proyecto de expropiación de Vicentin no fue un tema durante el almuerzo que compartió con su aliado el exministro Roberto Lavagna, quien salió a tomar distancia de la decisión una vez pública.

Si se descuentan las iniciativas destinadas a resolver el frente judicial de Cristina Kirchner, ninguna otra decisión compromete más al presidente con el proyecto de su vicepresidenta ni manifiesta más la debilidad de su liderazgo, que la apuesta por la expropiación de Vicentin.

Será difícil encontrar contrastes en el binomio Fernández a partir de este proyecto controvertido y precoz, que genera desconcierto e inquietud entre los gobernadores del peronismo, a su manera, también artífices de la unidad. Lo que diferenciaba a los dos socios principales del Frente de Todos era uno de los fundamentos de la alianza peronista. Paradójicamente, también era una garantía de su estabilidad. Esas diferencias al parecer ya no existen. Nunca como a partir de ahora resultará verosímil aquella sentencia de Fernández: “Cristina y yo somos lo mismo”.


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