Amor estresado por la cuarentena

“La vida de pareja en pandemia se encuentra estresada y ella también necesita cuidados intensivos”, asegura el psicoanalista Martín Alomo. Cunde la ansiedad hasta límites insospechados; hay convivencias forzadas y distanciamientos obligados.

“La vida de pareja en pandemia se encuentra estresada y ella también necesita cuidados intensivos”, afirma el psiconalista Martín Alomo al analizar el amor en cuarentena. Cunde la ansiedad hasta límites insospechados; hay convivencias forzadas y distanciamientos obligados; la crisis económica seca los bolsillos más que nunca… cómo afectan estas variables, entre tantísimas, a la vida en pareja.


Alomo, doctor en Psicología, magíster en Psicoanálisis y especialista en Metodología de la Investigación habló con “Río Negro” de estas circunstancias.

P – ¿Cuáles son los principales obstáculos y los mayores desafíos que la pandemia le impone a la vida de pareja?

R – La vida de pareja, además de fuente de satisfacciones afectivas, narcisistas y pasionales, siempre estuvo llena de obstáculos y desafíos. Recuerdo ahora aquella canción de Joaquín Sabina “Mentiras piadosas”, o aquella otra, del mismo autor, que dice que “el amor es un juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño”. A esos problemas habituales, ahora se le suman los que produce el contexto de pandemia que, a su vez, son complejos. Con esto quiere decir que los obstáculos propios de la pandemia también se superponen, solapan y multiplican, procedentes de distintas fuentes. Comento lo más sencillo: por un lado, el temor primario, generado por el hecho de que hay un virus que puede enfermarnos a nosotros, a nuestros seres queridos, a todos. Por otro lado, los efectos adversos que producen las medidas sanitarias de mitigación del daño pandémico; me refiero al aislamiento, el distanciamiento, la exacerbación de la virtualidad y su correlativa merma de presencialidad. A esos efectos adversos los conocemos: insomnio, irritabilidad, cansancio, embotamiento, agudización de problemáticas de consumos varios, etc.
Si este es el planteo, la vida de pareja ahora supone a ese “par de ciegos” de Sabina además asustados, temerosos, fóbicos, ansiosos, aburridos, agobiados. Sin mencionar los daños a nivel social, económico y laboral, que agravan el cuadro dramáticamente: pérdida de lazos, desmejoramiento de condiciones laborales o desempleo, deterioro de los ingresos que incluso pueden llegar a cero, etc.
No olvidemos que esa pareja, si ha constituido una familia con hijos, además de partenaires amorosos son también pareja parental y creo que ni hace falta que comente las responsabilidades y las cargas que esto conlleva.
Por otro lado, en una investigación que dirigí durante 2020, con mi equipo observamos que la franja etaria situada entre los 50 y los 59, pero más específicamente aún aquellas personas de entre 55 y 59, son las que presentaban los mayores índices de ansiedad, sentimientos de desánimo, temor a contagiar y a contagiarse. Nos explicamos esta particularidad por el hecho de que se trata de una etapa vital en la que se suele ser responsable de otros mayores y menores, por lo cual, justamente la carga en esas edades suele ser más pesadas. Y por supuesto, estas personas también están o pueden pretender estar en pareja, ¡qué exageradas/os! (NR: lo dice irónicamente, por supuesto).
Por lo dicho, la vida de pareja en pandemia se encuentra estresada y ella también necesita cuidados intensivos.

Estar cerca o distanciados, una pregunta que se repite en este contexto.


P – ¿Cuál es la diferencia entre estar cuerpo a cuerpo en la denominada “presencialidad” vs. la llamada “virtualidad”?

R – Hace poco conversaba con un amigo que me recordaba un chiste gráfico, un cuadrito que circuló hace poco por las redes: una pareja heterosexual de edad media manteniendo relaciones sexuales; ambos, mientras tanto, concentrados en sus teléfonos móviles. Él postea: “estoy teniendo sexo con Susana”, ella le da “like”. Más allá del chiste, me parece que justamente si nos causa gracia es porque aun por medio del recurso al absurdo, la escena puede ser verosímil y eso mismo atraviesa la risa, la vuelve inquietante. Comento esta viñeta humorística para situar mi posición respecto de tu pregunta: creo que la exacerbación de la hiperconectividad y la virtualidad mediada por dispositivos electrónicos correlativa del contexto pandémico, como muy bien lo muestra el chiste, lo que pone en cuestión no es la virtualidad sino la presencialidad. O de otro modo: ¿dónde estamos cuando estamos cuerpo a cuerpo?
Porque claro, al estar “de cuerpo presente” (así se le llama también a la misa de difuntos) parecería que la escena nos induce a creer que allí, en esa presencialidad palmaria, estamos juntos, conectados, presentes también con nuestra subjetividad, con nuestro deseo de estar ahí. Sin embargo, también se puede estar como muertos andantes, zombies hiper-desconectados del mundo y de los otros. Comento esto porque estamos hablando de las parejas: ¿dónde estamos cuando estamos en la supuesta “presencialidad” con nuestras/os partenaires?

P – ¿Cuáles son los interrogantes más fuertes planteados por la pandemia a las relaciones humanas y, en particular, a las de pareja?

R – Creo que el principal interrogante tiene que ver con esto que comentaba recién. Parto de la idea de que la conectividad mayoritaria por la web a través de dispositivos electrónicos es una situación excepcional, que dará paso a nuevas formas y nuevas “normalidades” en eso que se denomina “post-pandemia”. En esta situación excepcional, los efectos de desarticulación de la juntura entre subjetividad, nombre y cuerpo son los que dan la clave del presente: como sabemos, se puede “estar” (las comillas quieren decir “a medias” o “sin estar”) en una reunión por Zoom, con la cámara apagada y el cuerpo comprometido vaya uno a saber en qué intereses, con lo cual lo que se pone en circulación es el nombre escrito en el cuadrito de la pantalla que nos toca. Y así transcurren clases, reuniones de trabajo, conferencias, etc. Si continuáramos de este modo, el estallamiento de la subjetividad y de lo que hace que esté anclada cada una a un cuerpo es lo que proliferaría, dando por resultado un panorama gravísimo en lo que atañe a la salud mental: un medio enfermizo y enfermante, incluso esquizofrenizante.
Sin embargo, entendiendo que esa situación es excepcional, me parece que el principal interrogante, facilitado por la situación que acabo de describir, es el que señalaba en mi respuesta anterior: ¿dónde estamos cuando estamos en la supuesta “presencialidad” con nuestras/os partenaires?


P – Entre las convivencias forzadas y los distanciamientos obligados, ¿qué lugar queda para el amor en sus dos vertientes: la tierna cariñosa y la erótica apasionada?


R –
Según Roland Barthes, en su célebre “Fragmentos de un discurso amoroso”, el amor erótico-pasional hunde sus raíces en el amor tierno-cariñoso. En algún pasaje de ese libro comenta cierta fusión en un abrazo tipo hijo-madre en el que algunas veces un hombre o una mujer, un adulto quiero decir más allá del género, puede buscar fundirse y confundirse con su partenaire. Luego, esa ternura puede llevar a otra cosa y de ese modo podemos pensar en un continnum amor tierno-amor pasión. El psicoanálisis no tiene nada que objetarle a ese planteo.
Siguiendo mi razonamiento de las preguntas anteriores, podemos estar “juntos” sin querer en una especie de convivencia forzada por la situación de pandemia, o bien estar separados y aislados forzosamente por la misma razón. Ambas situaciones, de maneras distintas, atentan contra un elemento que juega su papel en la ternura y en la pasión: la distancia. Des-alejarse o des-acercarse se vuelve difícil o imposible, y la pregunta de “¿dónde estoy cuando estoy con mi pareja?” que equivale a “¿qué quiero mientras tanto?” se hace oír cada vez más fuerte. Algunas veces mientras los involucrados participan en una coreografía fúnebre (como decía antes “de cuerpo presente”) que involucra los cuerpos en sus aspectos más pesados, cerrados a la presencia del otro.

P – ¿Se puede posponer un casamiento pero no un divorcio?

R – Creo que cuando el deseo se impone no hay vuelta que darle. Y si dos se quieren casar o se quieren divorciar, nadie los parará. A lo sumo les tomará un poco más o un poco menos de tiempo, sortear los obstáculos de la pandemia, de la falta de dinero o de distancias impuestas. El problema serio, me parece, más allá de que se trata de divorcio o casamiento, está cuando uno de los dos no está tan decidido en cualquiera de los dos sentidos. Si además tenemos en cuenta que muchas veces son ambos quienes sienten “flojera”, como dicen los mexicanos, respecto de la decisión, no es de extrañarse que ante estas encrucijadas que nos cambian nada menos que el estado civil, nos encontremos con las coordenadas problemáticas de perpetrar o no perpetrar un acto (pensemos en Hamlet) que, además, involucra a otro.


P – ¿La sexualidad y el deseo se ven socavados por el escenario de pandemia y confinamiento?

R – La respuesta es sí. Los mayores índices de temor, de preocupación, de ansiedad, de convivencia forzada, de embotamiento, de imposibilidad para practicar el erotismo de la distancia -esa coreografía de alejarse/acercarse- que necesariamente construye una partitura con su temporalidad propia, la del amor, la del deseo, se ve arruinada por la presencia de elementos bizarros que favorecen el fuera de tempo y todo tipo de cacofonías en parejas, más bien desemparejadas ante tanto ruido.

P – ¿Cuál es el panorama futuro, la denominada “post-pandemia”, en lo que respecta a las relaciones de pareja?

R – Me puedo imaginar situaciones educativas, laborales y sociales, transformadas respecto de cómo eran antes de la pandemia. Fácilmente me puedo imaginar la alternancia entre la virtualidad y la presencialidad de distintos modos en la educación: clases virtuales para ciertas actividades, sincrónicas para tal otras, presenciales para tales otras, etc. Igual para el mundo del trabajo, donde el home office parece ser ampliamente aceptado, en líneas generales. Sin embargo, pensar las relaciones de pareja post-pandemia, lo que implicaría, como lo hacía yo recién respecto de las otras áreas, formular una afirmación en el sentido de que van a ser diferentes que como eran antes, realmente no estoy en condiciones de hacerlo.
Sí puedo decir cómo me gustaría a mí que fueran: me imagino una vida de pareja tan intensa y apasionada como tierna y comprometida afectivamente, es decir, con presencialidad. Quiero decir con presencialidad en serio, de verdad, no esa “presencialidad” de mentirita, “de cuerpo presente” más muerta que viva. Esto no es más que un deseo, por supuesto.


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