Antes de la utopía
Caminar por una ciudad limpia y ser parte de un sistema de tránsito ordenado, donde peatones y conductores de vehículos conozcan y respeten derechos y obligaciones de cada uno… ¿ya se encuentra dentro de las utopías para los roquenses?
Hay que resistirse. Por mínima que sea la posibilidad de conseguirlo, hay que resistirse y congelar la resignación.
¿Por qué? Porque no está todo dicho y el carretel guarda hilo. Sólo falta que alguien decida tirar más fuerte.
Está más que claro. Si la ciudad está sucia no es porque se limpia poco. Si las calles son un caos no es porque sobran autos.
Se trata de un reflejo cultural. Y no es una conducta argentina, sino típicamente roquense. Mendoza es argentina y bien pulcra. Y quien haya manejado por cualquiera otra ciudad del Alto Valle se habrá dado cuenta que en pocos otros lugares se siente tan cerca el riesgo de ser atropellado o chocar como en Roca.
Pues bien, ¿qué hacemos para cambiar?
Desde lo cotidiano, el municipio sacó a la calle un batallón de limpieza, pobló el centro de cestos para residuos y… nada. O más bien, pocos resultados al problema de fondo.
El roquense medio reconoce esa intención de asear el espacio público. Claro que lo reconoce. Le dice a otro roquense «viste qué bueno esto de poner más tachos», mientras se da cuenta que sacó el último cigarrillo, hace un bollito el paquete y lo tira al suelo. Un problema cultural.
El roquense medio sabe que el semáforo está por llegar a rojo y debe bajar la velocidad. Sabe que el paso lo tiene el que viene por la derecha. Sabe que siempre el que baja de las vías tiene prioridad, igual que el peatón. ¿Qué hace? Acelera.
Conclusión: no se trata sólo de una carencia de educación sino el desdén por las normas que regulan la convivencia urbana. Y como tal, la punta de lanza para conseguir una solución integral indefectiblemente tendrá que ser el mecanismo de control y sanción para los infractores.
Ahí se encuentra la llave para destrabar la puerta. Roca (o sus vecinos) nunca podrá conseguir limpieza y orden en el tránsito con los escuálidos cuerpos de inspectores que tiene. ¿Quién puede pretender calles y veredas limpias si los contralores son personas interesadas por el cuidado del medio ambiente, ad honorem, y sin más alcance que el de advertir para que minutos después –una vez que ubicó a un inspector- se labre el acta? ¿Cómo es posible que apenas 15 ó 20 personas –todos a pie y casi siempre en pareja- vigilen lo que hacen los 20.000 autos que hay registrados en la ciudad?
Claro que la crisis no termina allí. De nada serviría contar con una cantidad coherente de recursos humanos si a la hora de actuar ante un infractor se aplican sanciones leves.
Los roquenses le deben una revisión a su código de faltas si pretenden corregir las conductas de los empeñados en priorizar el interés particular sobre las normas de convivencia.
Habrá quienes consideren que una política de control y sanción más severa será dejar a los inspectores en la cornisa, a punto de caer en el avance sobre distintos derechos de los ciudadanos. Sin embargo, quienes apoyan el endurecimiento de penas pueden argumentar que es el único plan que nadie implementó hasta el momento y ninguno de los proyectos anteriores dio resultado.
Iniciativas anteriores que nacieron débiles, como lo es el proyecto de estacionamiento medido que impulsa el PJ en el Concejo.
Volvemos al principio. Menos autos en el centro no es sinónimo de más orden. Al comando de esos pocos vehículos todavía irán roquenses con una concepción excluyente sobre todo el que no viaje a bordo de su rodado.
Además, para que un sistema de estacionamiento pago sea exitoso antes debería pensarse en las opciones que tiene el dueño de un vehículo para decidir dejarlo en el garage. Y esta ciudad no se destaca por el excelente sistema de transporte en colectivo o la proliferación de bicisendas.
Hugo Alonso
halonso@rionegro.com.ar
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