Aquelarre

 

Los problemas de la vida son variados y sostienen solventemente su importancia, pero convendrá conmigo que todo, todo sucumbe ante el drama cotidiano que, de vez en cuando, nos recuerda que él, hecho habitual y rutinario, también tiene derecho a ser contenido.

¿Cuándo empezó todo? Cuando el agua, que habitualmente corre corriendo, valga la redundancia, empezó a demorarse con un ominoso gluglú. Yo sabía lo que se venía, pero en menos tiempo del que necesité para agendar «llamá al de las cloacas mañana», baño y cocina portaban un charco permanente. Así que llamé a mi cloaquero amigo. No estaba. Lo peor era la hora: la hora de mi siesta, espacio sagrado como bien saben los que me conocen, que se han resignado a dejar mensaje en el teléfono porque bajo la campanilla y por las dudas evito que lleguen al timbre cerrando con llave la puerta del jardín. La práctica me ha demostrado que si alguien verdaderamente me necesita, volverá a comunicarse o empezará a los gritos.

De modo que, al mejor estilo de la protagonista de «Lo que el viento se llevó», la cual acuñó la frase «mañana será otro día» o algo así, frase que parece ser la más famosa de la historia del cine -si bien yo prefiero «éste es el comienzo de una larga amistad» o «hasta la vista beiby»-, al mejor estilo, le decía, me fui a dormir la siesta pensando «cuando me levante veo a Nelly o le hablo a Margarita», mi vecina y mi hermana, respectivamente.

Así después que me voy a lo de Nelly y ¿qué estaba haciendo? Destapando la cloaca, es decir, la estaba destapando Raúl, un ayudatodo de esos difíciles de encontrar y será como dice Margarita que dice Coelho, «cuando te decidís a hacer algo bueno el universo conspira a tu favor», o el factor azar, lo cierto es que Raúl ya estaba montado en su bicicleta para irse, acción que suspendió porque Nelly tomó el control de la situación -control que no perdió más- y nos trasladamos a mi casa, seguidos de un larguísimo cable.

Sintetizando en honor a su estómago, le diré que apenas levantó la tapa, se deschavó una caja de Pandora de la que huyó un número incierto de cucarachas, removiendo un caldo alquitranado en el que flotaban sinuosidades de tamaño y color variado, naturaleza muerta de diverso tipo que alguna vez estuvo viva y lo que sigue podría resumírselo así: Raúl dale que dale con el cable cada vez más adentro de los bajos fondos, Nelly eliminando entusiastamente cucarachas con el artesanal recurso de pisarlas, y yo, elemento bastante inútil de este operativo, corría munida de escobillón y palita encargándome de los cadáveres y diciendo como una patética Mirta Legrand «no quieren unos mates»… claro, nadie quería nada. Debí ofrecer broches para la nariz, porque ese es todo un tema, denso, denso, casi tan repugnante como un cucarachicida que yo blandía con menos éxito que los tacones de Nelly.

Así nos recuerdo, tres brujos alrededor de una sopa burbujeante, gluglugeante. Un aquelarre doméstico digno de un folletín de principios de siglo (del XX), porque se lo juro, fue muy cómico. Y muy eficaz, porque en cierto momento el caldo lanzó un grito final de agonía ¿o de libertad?, y todo terminó y allá se fueron los dos, despedidos por mis gracias, gracias. Yo me quedé a solas con los despojos, derrochando lavandina y cucarachicida por las dudas y cuando todo estuvo como dos horas antes me pregunté si de veras había ocurrido, si no fue una pesadilla siestera…

Como dijo Julián después, mientras le daba yogur a Violeta, «hay porquerías que no tienen olor» porque le diré que hemos pasado unos días sumidos en cloacas del alma que también hubo que destapar… pero supongo que por hoy, usted tiene más que suficiente. Yo también.

Y esperando haber sido metafórica pero clara, me voy con una reflexión hermosa de Margarita: «Esa es la solidaridad entre vecinos que se llevan bien» y yo tuve la visión de una tela delicada, construida día a día con saludos, con mates compartiendo las vicisitudes de las plantas, o comentando los dramas respectivos, una tela que, imaginé, si cubriera la cuadra, la ciudad, si venciera los peajes y el océano…

MARIA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com


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