Construir en el paraíso: así es esta casa de piedra y lenga en Villa La Angostura, de cara al lago y las montañas
En Puerto Manzano, con vista al Nahuel Huapi y la cordillera, esta vivienda de amplios ventanales integra la vida cotidiana con el entorno natural. Materiales nobles y construcción en seco, claves del proyecto en esta maravilla neuquina que pasó de aldea de montaña a meca del turismo en la Patagonia.

Hay un destino de la Patagonia que no detiene el ritmo de la construcción pese a los vaivenes cíclicos de la economía. Y no es que haya recibido un aluvión de obras de la noche a la mañana, como en el caso de Añelo, el corazón de Vaca Muerta de crecimiento exponencial. Esto es otra cosa, es algo que se mantiene a lo largo de los años y que se aceleró en las últimas décadas. Así es el panorama en Villa La Angostura, ese paraíso neuquino al noroeste del lago Nahuel Huapi y al pie de las montañas, allí donde el precio del metro cuadrado puede duplicar el de la capital provincial y el Alto Valle, pero la demanda de proyectos de envergadura no cede. Y dentro de ese mundo con su propia lógica hay otro más pequeño, que las combis que trasladan a los turistas recorren lento para que puedan mirar las casas y que los guías de las embarcaciones que llevan de paseo náutico a los visitantes narran desde los barcos. Ese pequeño gran mundo es Puerto Manzano, el escenario de película de esta historia.
Bienvenidos al paraíso
Para llegar a Puerto Manzano hay que hacer siete kilómetros desde el centro de la villa en dirección a Bariloche. Todavía es un paraje, pero los proyectos se suceden allí, donde aún suenan los ecos de los primeros pobladores, del ramos generales que atendían dos suizos en 1920, del aserradero que en la década del ’40 fue adquirido por una compañía que amplió la forestación y realizó el primer loteo y urbanización. Y con los años, las construcciones que llegaron y el verde de los árboles plantados dejaron reducido a un recuerdo a aquel páramo que aparecía en las fotos que tomaban los primeros desarrolladores, aunque la cantidad invasiva de pinos Oregon supongan una amenaza para las plantas nativas y un enorme peligro si se desataran las llamas.

La arquitecta Nazarena Hernalz Boland lo sabe bien, porque vio aquellas fotos y conversó con aquellos colegas pioneros. Nacida en Choele Choel, en el Valle Medio de Río Negro, se radicó en Villa La Angostura en el 2006, tras recibirse en la Universidad Nacional de La Plata. Por entonces daba sus primeros pasos en la profesión en el estudio Alonso, uno de los más importantes de lo que nació como una aldea de montaña y se convirtió en una de las mecas del turismo de la Argentina.

Cuando comenzó a trabajar, muchos de los proyectos de ese estudio tomaban forma en Puerto Manzano: grandes casas, terrenos dobles para jardinería. La arquitecta recuerda el detalle gráfico: los carteles que indicaban que esas obras eran de Daniel Alonso se esparcían en los lotes de la península. Con el tiempo creó el estudio Paico y se asocia con colegas según la escala y la naturaleza de la obra, como en este caso. Un día abrió la puerta de la oficina una familia que la había conocido apenas recibida: quería que construyera su casa. ¿Cómo pensarla a la medida del entorno y de su modo de habitar? La búsqueda a esa respuesta fue la guía del proyecto de 302 metros cuadrados.
De cara al lago y la montaña

“Desde el inicio nos propusimos una premisa clara: integrar la vida cotidiana con el entorno natural”, describe la arquitecta. Así, amplios ventanales enmarcan las vistas hacia el lago y la montaña, mientras que los espacios comunes se expanden hacia terrazas y galerías que prolongan la casa hacia el exterior.
En contraste, las áreas privadas se protegen con una envolvente más cerrada, sin perder nunca la conexión visual con ambas playas de la península.
El recorrido comienza en un hall de ingreso con visual directa. al lago, que incorpora al arrayán que reinaba en el lote antes de que empezara la obra. La decisión fue rodear al árbol para organizar la casa y realzar así su valor. «Queríamos que la naturaleza se volviera parte esencial de la experiencia arquitectónica desde el primer paso», explica.
La vivienda está pensada para habitar en grupo y por eso la decisión de delimitar la vida pública de la privada: las habitaciones fueron alejadas de la cocina y del estar, los espacios de mayor actividad y ruido, para garantizar intimidad y descanso incluso en los momentos de uso intenso de la casa.

Cuenta con dos habitaciones principales y dos destinadas a huéspedes, ya que la idea central de sus propietarios fue siempre la de disfrutar las vacaciones en conjunto y recibir visitas.
Uno de los espacios más sorprendentes es el quincho vidriado, orientado hacia el atardecer y la montaña. Sus aberturas replegables permiten transformarlo en un espacio semicubierto, para integrar el ambiente interior con el aire libre y ofrecer distintas formas de habitarlo según la estación o el momento del día.

La casa cuenta también con un muelle privado, que convierte al agua en una extensión cotidiana del paisaje doméstico. Además, explica la arquitecta, diseñaron un garage enterrado con techo de pasto, que se integra al jardín y permite que el volumen se funda con el terreno. Esta solución aprovecha la pendiente natural del lote y evita interrumpir la visual desde la cocina hacia la playa Picnic, reforzando la idea de transparencia y continuidad con el entorno.
Madera de lenga y piedra
En el interior, los cielorrasos de lenga prolongan la calidez de la madera hacia cada ambiente y, al mismo tiempo, generan continuidad visual y apertura hacia el norte, enmarcando la montaña como parte esencial de la vida cotidiana dentro de la casa.

La materialidad es protagonista. La madera de lenga y la piedra gris se combinan en un juego de texturas que transmite calidez y solidez, al tiempo que protege las caras más expuestas.
“No buscamos mimetizar la vivienda con el paisaje, pero tampoco darle la espalda: nuestra intención fue siempre interpretarlo y resignificarlo. No queríamos que la casa fuese un objeto aislado, sino parte del tejido natural de la montaña. Esa filosofía se tradujo en decisiones sustentables: orientación que aprovecha el sol, ventilación cruzada y uso de materiales locales para reducir la huella ambiental”, dice la arquitecta Hernalz.
En cuanto a la construcción, la propuesta fue sistemas acordes al clima cordillerano: estructura en steel frame con aislación de celulosa, construcción en seco, clave en una región con pocos meses óptimos para obra- y especial atención al confort térmico.

El interior refleja también una búsqueda personal de los propietarios. La decoración estuvo a cargo de la dueña de casa, que combinó objetos recolectados en distintos viajes con otros pensados para esta vivienda.
Así, cada rincón tiene un sello propio, desde el mobiliario hasta los detalles más pequeños. Incluso diseñaron un mueble de televisión que incorporara el equipo de música que el propietario quería conservar:, un ejemplo de memoria y funcionalidad en la vida cotidiana.
Integrada al entorno y organizada para rodear al arrayán, la casa se suma así a una nueva generación de obras en la cordillera: sobrias, atentas al clima y al terreno y una filosofía que las emparenta: la naturaleza es una aliada y no un obstáculo.
Ficha técnica
Proyecto Casa A: Paico estudio
Superficie: 302 m2
Ubicación: Puerto Manzano, Villa La Angostura, Neuquén
Fotografías: Santiago Arévalo
Contacto: @paico.estudio
Mini bío
La arquitecta Nazarena Hernalz Boland nació en Choele Choel, en el Valle Medio de Río Negro, se formó en la Universidad Nacional de La Plata y se radicó en Villa La Angostura en 2006.
Luego de trabajar con el arquitecto Alonso, creó estudio Paico y se asocia con colegas de acuerdo con la naturaleza de cada proyecto, como en este caso: “Creemos en la arquitectura como hecho colectivo”, explica.

¿Por qué el nombre? Es en honor a su abuelo, Abel Boland, hombre de campo: “Él usaba muchos yuyos para sus dolencias. Me daba té de paico cuando era chica, y su olor y su sabor me transportan siempre a su recuerdo”.
Entre sus maestros y referentes, reconoce la influencia de Osvaldo Bidinost: «Gracias a él comprendimos que lo más importante en una obra es la manera de habitar. Para nosotros, la función está por encima de la estética como finalidad. La arquitectura es construcción, no escultura: debe abrazar a la gente en su vida cotidiana, en sus costumbres, reflejar su modo de habitar y, sobre todo, mejorar su calidad de vida».

Hay un destino de la Patagonia que no detiene el ritmo de la construcción pese a los vaivenes cíclicos de la economía. Y no es que haya recibido un aluvión de obras de la noche a la mañana, como en el caso de Añelo, el corazón de Vaca Muerta de crecimiento exponencial. Esto es otra cosa, es algo que se mantiene a lo largo de los años y que se aceleró en las últimas décadas. Así es el panorama en Villa La Angostura, ese paraíso neuquino al noroeste del lago Nahuel Huapi y al pie de las montañas, allí donde el precio del metro cuadrado puede duplicar el de la capital provincial y el Alto Valle, pero la demanda de proyectos de envergadura no cede. Y dentro de ese mundo con su propia lógica hay otro más pequeño, que las combis que trasladan a los turistas recorren lento para que puedan mirar las casas y que los guías de las embarcaciones que llevan de paseo náutico a los visitantes narran desde los barcos. Ese pequeño gran mundo es Puerto Manzano, el escenario de película de esta historia.
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