La historia de Mónica: de la abuela que le enseñó a tejer a la artista textil y su obra en El Bolsón

En su taller en la Comarca Andina, Mónica Tabera crea piezas textiles inspiradas en el vínculo con los afectos y los paisajes cordilleranos de la Patagonia. A través de la metalistería las combina con joyería, murales y esculturas. Aquí, una recorrida por sus trabajos y la entrañable relación con su abuela y su nieta.

Mónica a los 4 años junto a su abuela Manuela en Plaza Colón, durante un viaje a Mar del Plata en febrero de 1965.

En el comienzo de todo hay una adolescente que llega en barco a Buenos Aires. Son miles y miles los españoles que buscan su lugar en el mundo en las lejanas pampas que invitaban a soñar con el futuro en los años 20. Ella viaja por primera vez a los 15 años con una familia para la que trabajaba como mucama. Tras regresar a su patria, decide volver a la Argentina. El punto de partida es Chapa, un pequeño pueblo de Galicia. Esta vez su hermano la acompaña en el barco,, pero se separan al llegar: él va a Moreno, ella se queda en la capital. No vuelven a verse. Ella es Manuela y está decidida a ganarse la vida como costurera. Con el tiempo se casa, tiene dos hijas, un marido al que como a miles y miles le cuesta tener un empleo en los años 30 que pasarían a la historia como la Década Infame. Pero una cosa es leerlo en los libros y otra vivirlo: Manuela no escapó de la pobreza para pasar hambre en la tierra prometida y se las ingenia para sostener el hogar: teje, le da forma a las prendas con una máquina Singer, camina hasta el Once a buscar pantaloncitos para coserlos después, pone la comida sobre la mesa. Enviuda joven, pasan los años, pasa la vida sin que nunca le afloje y la nieta a la que criaría porque sus padres trabajaban todo el día la ve tejer, la ve coser, aprende en silencio. La ve también parada ya jubilada frente a las vidrieras de la avenida Santa Fe cuando la lleva a pasear al Zoológico: trata de sacar los puntos de las prendas, trata de entender cómo están hechas para después probar si le salen. Así ha vestido a sus hijas, ahora viste a su nieta.


De Buenos Aires a la Patagonia

Esa nieta es Mónica Tabera. Ha nacido en Boedo, a dos cuadras de la antigua cancha de San Lorenzo, el legendario Gasómetro, el club al que iría a bailar a los carnavales, aun cuando luego se mudaría a Parque Patricios y Parque Chacabuco. Y con el tiempo a El Bolsón, ya con su marido el artesano escultor Rubén Rodríguez Aradas y dos pequeños hijos. Buscan un lugar más tranquilo para que crezcan, lejos de la locura de Buenos Aires donde ya no pueden jugar en las calles como cuando ellos eran chicos y les gritaban desde la ventana que ya estaba la comida. En 1994 lo encuentran en ese paraíso de la cordillera a 120 km de Bariloche por la Ruta 40, donde cada tanto algún turista desprevenido pregunta dónde están los hippies de los 70. No es un cuento de hadas, no es fácil hacerse un lugar, pero de a poco lo logran.

Mónica Tabera soldando en el taller en El Bolsón.

«Ensayos para tejer un nido» (2022). Técnica: Textil y metalistería (telar mapuche tejido en hilos de cobre, bronce y alpaca). Premio a la Segunda mejor obra en la categoría Arte Textil en el Salón Nacional de Artes Visuales.

Dije «Hija del viento». Muestra Pertenencia Río Negro.

«Antu». Telar mapuche tejido en hilos de metal (cobre natural y esmaltado, bronce y alpaca) y cosido.

Broche en conmemoración de los 40 años de Democracia.

“Aguanieve”
Telar mapuche en hilos de metal, bolitas
plateadas y de nácar


La famosa Feria de los Artesanos les da una oportunidad que no desaprovechan con mesitas ratonas, tapices y lámparas. Licenciada en Fonoaudiología en 1984, con el tiempo conseguiría trabajo en ese campo profesional en la Comarca Andina y los años traerían también la oportunidad de desarrollar su vocación más profunda.


Comienza a investigar el lenguaje textil, hace cursos, talleres y seminarios. No detiene la formación, ni la experimentación en un camino que le traería una larga lista de premios y distinciones y la alegría de hacer lo que más le gusta.

Así lo cuenta: “La práctica textil es mi lenguaje, mi manera de interpretar el mundo. El tejido está presente en la naturaleza: en las plantas, los animales, los cuerpos, en la vestimenta, en la ‘red’, en la arquitectura. Nos acompaña desde el inicio de nuestras vidas hasta el final. Es familiar, cotidiano… y es solidario, distintos elementos que se unen y cobran fuerza”, dice.

Serie «Tejer, anudar, anidar».

Detalle de la serie.


Ese trabajo textil está relacionado con los afectos: «El vínculo con mi abuela materna Manuela que me enseñó a tejer crochet y el vínculo con el lugar donde elegí vivir, El Bolsón, donde el telar mapuche se hace presente a través de las tejedoras como Doña Sara Inalef con quien pude iniciarme en el telar. También tuve la oportunidad de conocer a Yeye Gianelli, maestro platero de Bariloche y comencé a combinar el textil con la metalistería en la realización de piezas de joyería, murales y esculturas”, continúa.

Y agrega: “Los textiles nos hablan, comunican, portan códigos, conocimiento, significados encriptados que se develan en el hacer sin tiempo del tejer. Ese tiempo especial donde todo se detiene… Busco reflejar ese momento al trabajar el metal desde una lógica textil, tejiendo los alambres de alpaca, cobre, bronce, plata como si fueran hilos, torsionándolos, haciendo nudos y trenzas, pequeñas cestas, modelando formas, soldando, oxidando buscando transformaciones a través del fuego».

Detalle de «Mensajes de texto». Diversos tejidos realizados en hilos de metal soldados. Materiales: bronce, cobre, alpaca.

Al pie del cerro

Allí, en el faldeo del cerro Piltriquitrón, suele sacar el telar para trabajar afuera cuando está lindo, tejer bajo techo en casa si hace frío o soldar en el taller con vista al bosque. La banda de sonido es a veces el rumor del viento y otras canciones inolvidables del rock nacional, trovadores de aquí y de allá, música clásica o alguna de las grandes bandas internacionales que hoy le cuesta encontrar. «¿Cómo puede ser que ya no haya bandas como Queen?», le pregunta medio en broma y medio en serio a su hijo Nahuel, chelista en la Filarmónica de Río Negro. «Son otros tiempos», le responde y ella asiente y recuerda la obra Mensajes de texto del 2012, registro del cambio en los códigos de comunicación. Ayelén, su otra hija es profesora de Artes Visuales y vive a unos metros. Por eso Mónica disfruta de pasar buena parte del día con su hija Julieta.

Sus manos dan forma a piezas únicas y series en ese escenario de cuento donde también concibió Bitácora, un emocionante libro con fotos transferidas a telas de Manuela que supo guardar. Con ella compartió la habitación la habitación en la casa chorizo en Zañartú 452 allá en Boedo, en ese cuarto que daba al patio estaba la máquina Singer, ahí la veía coser. Cuando viaja a Buenos Aires y se da una vuelta, le alegra comprobar que aunque fue subdividida conserva la esencia, las baldosas.

Imágenes de Bitácora, el libro inspirado en el vínculo con su abuela Manuela y su nieta Julieta.

Un encaje de su abuela y la foto transferida a la tela por Mónica.

“Ruka”. La Intervención textil (2021) y su nieta Julieta.

La Singer había ido a parar a lo de unos parientes pero la recuperó: la cambió por la de su tía Norma que había sido convertida a eléctrica. Ahora esa joya original es uno de los tesoros que conserva en El Bolsón, junto a agujas, dedales, botones, broches y telas de su mamá Ruht, su tía Norma y su abuela Manuela que tienen una segunda vida en alguna de sus creaciones. Después de todo, dice, lo más importante de esos objetos es ese, su valor emocional. Ese es el espíritu con el que aborda en Bitácora el entrañable vínculo con su abuela y con su nieta, ese nido, ese refugio que hace que el mundo sea tanto mejor.

Contacto: https://www.instagram.com/maevatextil/


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