Entrevista con Agó Páez Vilaró: arte y espiritualidad
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Padre e hija. Páez Vilaró y la pequeña Agó.
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Entrevista con Agó Páez Vilaró: arte y espiritualidad
Agó Páez Vilaró es artista plástica “porque nací entre pinceles”. Y nació entre pinceles porque es hija de Carlos Páez Vilaró, el genial pintor uruguayo creador de Casapueblo, en la costa de Punta Ballena. Agó, que estuvo en la región dictando seminarios sobre arte y espiritualidad, pasó por la redacción de “Río Negro”, donde la entrevistamos acerca de su arte, la relación con su padre y cómo vivió la tragedia de los Andes, de la cual su hermano Carlos e sobreviviente.
Dice de su padre: “Fue un artista muy puro con quien compartí no sólo el arte y la pintura, sino también la construcción de lo que todo el mundo conoce como Casapueblo, museo y taller. Llegamos ahí cuando tenía cuatro o cinco años y no había nada en un lugar que se llama Punta Ballena, muy cerca de Punta del Este. El sueño de mi padre fue hacer una escultura para vivir. Era raro escucharlo: ‘Yo no quiero una casa, yo quiero una escultura donde vivir dentro’, nos decía. Y era divertido saber eso. También fue muy divertido ayudarlo a construir esa escultura. Mi padre había vuelto de África inspirado en las termitas, que construían sus nidos con barro. El se propuso hacer algo parecido, pero con cemento. Y todos los adolescentes amigos nuestros participaron de la construcción de nuestra casa. En ese momento mi padre no tenía dinero ni para pagar la luz porque se había dedicado plenamente al arte. A los 40 años se sacó la corbata y abandonó su trabajo formal de publicista para dedicarse al arte.

P- ¿Cuándo comenzó con la idea de Casapueblo?
R- En 1960 más o menos, de a poquito y con una construcción distinta a la conocida. Era una casa de madera que fue reconvirtiendo inspirándose en Grecia. Todos participamos porque no teníamos más remedio (risas), los tres hermanos de entonces. Y a todos nuestros amigos les fascinaba venir a donde vivía un loco pintor. Todos ayudamos en la construcción. Mi papá no era arquitecto, apenas había terminado el colegio secundario. Tenía buenos obreros, que eran pescadores y a quienes convenció de que había que declararle la guerra a la línea recta (risas).
P- Tu padre logró una estética “playera”.
R- Sí, aquí en Las Grutas, por ejemplo. Es una construcción muy sencilla que imita a la naturaleza y además se hace con las propias manos. Mi padre fue a Las Grutas y dio la idea de hacer la costanera tal como es y las casas blancas que vemos allí. Mi padre pintó un mural que ahora está en el aeródromo de Las Grutas y otro que está en la delegación municipal nueva, un mural que fue levantado sin romperlo y trasladado allí, el trozo de pared con el mural. A partir de las visitas papá a Las Grutas es que comienzan a tomar el estilo de Casa Pueblo. Me impresionó porque vengo de Las Grutas de Punta Ballenas a Las Grutas de aquí (risas).
P- ¿Cuándo decidiste ser vos una artista?
R- Mi padre siempre me invitaba a crear, me decía que nunca tenía que copiar. Recuerdo que me ponía un punto delante mío y me decía “a ver qué sale de ahí”. Él me incentivaba porque veía condiciones en mi. Sin embargo, también me pregunté si ser artista era lo que yo quería. Realmente me cuestioné ser hija de un artista que ya era reconocido, aunque por entonces no tanto como ahora. Si realmente es lo que yo quiero hacer, voy a encontrar mi camino artístico más allá de mi padre. Él siempre me decía que el arte es algo que va mucho más allá de la técnica. Mi padre siempre me decía: “Tenés que buscar tu lenguaje”. Sé perfectamente cómo era su técnica, pero yo encontré mi lenguaje.

P- ¿Y cómo es ese lenguaje?
R- Tiene que ver con que soy mujer. La pintura de mi padre es muy masculina y la mía, muy femenina. Además, yo trabajo en forma circular. Hoy está muy de moda el mandala, pero yo empecé trabajando con el círculo hace mucho tiempo, más allá de la técnica de las mandalas que está más enfocando a lo tibetano, hindú. Lo mío tiene que ver con volver al centro.
P- ¿Lograste separar tu arte del de tu padre también para la mirada de los demás?
R- Lo logré y es clarísimo que mi arte es diferente, pero es clarísimo también que soy la hija de Páez Vilaró. A mi hermano le costó mucho más ser el hijo de su padre, porque encima se llama igual. Cuando se encontraron luego del rescate en los Andes mi hermano le dijo a papá: “Ahora soy más famoso que vos”.
P- ¿Qué tipo de materiales usás para tu arte?
R- Con papá siempre tuvimos un problema que es una alergia al aguarrás. Empezábamos trabajando con óleo y terminábamos estornudando todo afectados. Por eso, yo básicamente trabajo con acrílico y, a diferencia de mi padre, no uso el negro. En sus trabajos hay muchos trazos en negro, en cambio yo uso más los colores de la luz, del arco iris. Yo trabajo mucho en murales y es algo que también aprendí de mi padre, quien consideraba que el arte debía estar fuera de los museos. Un mural es un regalo para una comunidad.

P- ¿Qué son los mandala?
R- La palabra mandala significa círculo. Los tibetanos como que los pusieron de moda. Encontrás mandalas en todos lados, en kioscos para pintar, en las escuelas, y todos se sienten felices, equilibrados, en armonía. A mi me llegó de otra manera, través de la música. A través de este camino espiritual hice una formación que se llama sonidosofía, que es a través de la escucha consciente de la música clásica permitiendo que te lleve a áreas diferentes de tu interior. Empecé a sentir diferentes formas y colores en mi arte. Y sentí que el círculo era la forma en la cual yo quería trabajar y que me permitió conectarme con lo femenino.
P- ¿Y dónde surge esa espiritualidad en vos?
R- Creo que siempre la tuve, pero algo te pasa en tu vida y esa espiritualidad se vuelve visible, se enciende. En mi caso, sucedió con el accidente de mi hermano en la cordillera de los Andes. Siempre tuve sensibilidad espiritual, pero el accidente lo despertó. Ahí empecé a transitar todos los caminos espirituales que te puedas imaginar.
P- ¿El círculo estuvo desde siempre?
R- El círculo es lo primero que aprendí con mi padre porque el primer dibujo que me enseñó a hacer fue un sol. La vida después me llevó a reencontrarme con esa forma. Ahora me dedico a pintar soles para iluminar e iluminarme.

P- ¿Las mandalas qué origen tienen?
R- Nacen con la creación de los planetas. Ahora dicen “es tibetano, es budista…”, pero no. Vas a muchas iglesias en Europa y están llenas de mandalas. En el cristianismo también hay muchas formas relacionadas con el círculo. El origen de la palabra mandala es tibetano, sánscrita. Por eso yo hablo de círculos antes que de mandalas. Lo que produce trabajar con un círculo. Somos todos creativos en potencia, si preguntás la mayoría dice que no es creativa. Y conozco muchos artistas que no son creativos. Creo que el ejercicio dentro del círculo para conectar con nuestro interior en cuanto nos damos cuenta que hay algo superior que mueve las cosas y que permite inspirarnos.
P- Vos que no hace cuadros: hace círculos.
R- Sí! El cuadro encierra, el círculo expande.
P- Y trabajar en círculo significa que la obra no tiene límites.
R- Eso mismo. Y sigo la filosofía de mi padre, el me enseñó que no hay ángulos rectos en Casa Pueblo. El ángulo recto no permite que circule la energía, por eso los chinos te dicen donde hay ángulos rectos tenés que poner una planta, un incienso, una música para que la energía pueda circular. Mi papá decía “la guerra al ángulo recto” y ahora me veo pintando círculos, el ángulo frena y corta la energía, en cambio el círculo es infinito. Estoy en eso, lo voy descubriendo.
La hija del genial artista uruguayo Carlos Páez Vilaró pasó por la redacción de “Río Negro”, donde habló de su trabajo con las mandalas, la relación con su padre y de cómo la marcó el accidente aéreo de los Andes, del cual su hermano Carlitos es sobreviviente. Además, explicó por qué Las Grutas se parece a Casapueblo.
La tragedia de los Andes y el despertar de lo espiritual
El 13 de octubre de 1972, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya en el que viajaba, con destino a Santiago, Chile, la delegación del equipo de rugby Old Christians, formado por alumnos del colegio uruguayo Stella Maris, se estrelló en un risco de la cordillera de los Andes a la altura de Malargüe. De las 45 personas a bordo sobrevivieron sólo 16, entre ellos, su hermano Carlos Páez Rodríguez.
P- ¿Cómo fue tu experiencia respecto del accidente de tu hermano?
R- Fue excepcional lo que nos pasó. Mi padres y mi abuela estaban convencidos de que estaba vivo. El día que cayó el avión mi padre llamó a los padres de los demás compañeros de Carlitos y ninguno lo acompañó, quizás porque tenían sus trabajos y mi padre era un artista y no tenía que cumplir horarios. Pero también porque no tenían ese nivel de convencimiento.
Para nosotros fue más fácil aceptar que fuera sobreviviente porque estuvimos convencidos de eso desde un principio. No fue el caso de otras familias que desde el primer día ya creían que sus hijos no estaban vivos. Era parte de la locura de mi padre.
P- ¿Cómo fue la cobertura en los medios?
R- La cobertura de los medios duró lo que duró la búsqueda oficial: diez días. Por eso mi hermano escribió un libro que se llamó “Después del día diez”. Ellos se enteraron por radio que ya no los buscaban más. Después del día diez ya nadie más nos llamó. La única noticia que recibíamos era la de mi padre a través de radioaficionados porque era él quien seguía buscando.
P- ¿Cómo te enteraste de su aparición?
R- Estábamos con mi hermana tomando un helado en una heladería de Carrasco y en un momento todo el mundo encendió las radios, sacaron parlantes a las calles: “¡Aparecieron, aparecieron!”. Mi padre se estaba subiendo a un avión para pasar Navidad con nosotras en Montevideo. Sube una azafata y lo llama y el comandante del vuelo le explica que habían dado con los sobrevivientes y que tenía una carta para él. “Quiero que la leas porque vas a reconocer la letra”, le dijo. Papá se va a San Fernando, lee la carta y sí, eran ellos. Cuando pregunta por Carlitos, le dicen que “Carlitos está, pero hace diez días, hoy no sé”. Papá empieza a leer la lista desde una radio de Chile para una radio de Uruguay y mi hermano aparece en el quinto lugar entre los sobrevivientes. ¡Imaginate nosotras con el helado! Le preguntaron a mi papá si quería ir en el helicóptero hasta el lugar donde se encontraban y dijo que no, que mejor fuera un médico en su lugar. Escribe una nota que decía: “Carlitos Miguel, les mando este helicóptero como regalo de Navidad”. Nosotras viajamos a Chile, mi hermana, mi madre, mi abuela y yo. Recuerdo que estaban alojados en el piso 35 del Sheraton de Santiago y nosotros, de la desesperación, subimos corriendo por las escaleras en vez de usar el ascensor. ¡Por la escalera! No dábamos más. Una locura. Estaba mamá bañándolo porque tenía una costra negra sobre la piel del cuerpo. Fue tan raro verlo.
El 13 de octubre de 1972, un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya en el que viajaba, con destino a Santiago de Chile, la delegación del equipo de rugby Old Christians, formado por alumnos del colegio uruguayo Stella Maris, se estrelló en un risco de la cordillera de los Andes a la altura de Malargüe. De las 45 personas a bordo sobrevivieron sólo 16, entre ellos, su hermano Carlos Páez Rodríguez.
P- ¿Cómo fue tu experiencia respecto del accidente de tu hermano?
R- Fue excepcional lo que nos pasó. Mi padres y mi abuela estaban convencidos de que estaba vivo. El día que cayó el avión mi padre llamó a los padres de los demás compañeros de Carlitos y ninguno lo acompañó, quizás porque tenían sus trabajos y mi padre era un artista y no tenía que cumplir horarios. Pero también porque no tenían ese nivel de convencimiento.
Para nosotros fue más fácil aceptar que fuera sobreviviente porque estuvimos convencidos de eso desde un principio. No fue el caso de otras familias que desde el primer día ya creían que sus hijos no estaban vivos. Era parte de la locura de mi padre.

P- ¿Cómo la cobertura en los medios?
R- La cobertura de los medios duró lo que duró la búsqueda oficial: diez días. Por eso mi hermano escribió un libro que se llamó “Después del día diez”. Ellos se enteraron por radio que ya no los buscaban más. Después del día diez ya nadie más nos llamó. La única noticia que recibíamos era la de mi padre a través de radioaficionados porque era él quien seguía buscando.
P- ¿Cómo te enteraste de su aparición?
R- Estábamos con mi hermana tomando un helado en una heladería de Carrasco y en un momento todo el mundo encendió las radios, sacaron parlantes a las calles: “¡Aparecieron, aparecieron!” Mi padre se estaba subiendo a un avión para pasar Navidad con nosotras en Montevideo. Sube una azafata y lo llama y el comandante del vuelo le explica que habían dado con los sobrevivientes y que tenía una carta para él. “Quiero que la leas porque vas a reconocer la letra”, le dijo. Papá se va a San Fernando, lee la carta y sí, eran ellos. Cuando pregunta por Carlitos, le dicen que “Carlitos está, pero hace diez días, hoy no sé”. Papá empieza a leer la lista desde una radio de Chile para una radio de Uruguay y mi hermano aparece en el quinto lugar entre los sobrevivientes. ¡Imaginate nosotras con el helado! Le preguntaron a mi papá si quería ir en el helicóptero hasta el lugar donde se encontraban y dijo que no, que mejor fuera un médico en su lugar. Escribe una nota que decía: “Carlitos Miguel, les mando este helicóptero como regalo de Navidad”. Nosotras viajamos a Chile, mi hermana, mi madre, mi abuela y yo. Recuerdo que estaban alojados en el piso 35 del Sheraton de Santiago y nosotros, de la desesperación, subimos corriendo por las escaleras en vez de usar el ascensor. ¡Por la escalera! No dábamos más. Una locura. Estaba mamá bañándolo porque tenía una costra negra sobre la piel del cuerpo. Fue tan raro verlo.
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