Así vivimos el 24 de marzo de 1976

El 24 de marzo de 1976, tenía veinte años.

A los veinte años ya teníamos casi toda una vida encima. Habíamos nacido a la política en los «69-«70 luchando contra la dictadura de Onganía, Levingston y Lanusse, repitiendo las consignas del mayo francés. Habíamos vivido el fin de la epopeya con el retorno del general, la alegría del triunfo del 11 de marzo. La salida de los compañeros presos, y el «se van, se van y nunca volverán» que gritaba la Plaza de Mayo al asumir el tío Cámpora.

A los veinte años ya sabíamos de la pasión de la lucha, del sabor del triunfo, del dolor por los muertos; estábamos empezando a conocer el miedo.

El «75 había sido un año espantoso, las patotas de ultraderecha sembraban el país de terror y muerte. Sufríamos el «Rodrigazo», breve paso como ministro de Economía de Celestino Rodrigo que disparó la inflación. Nadie podía, ni quería, defender el indefendible gobierno de Isabel; todos, incluidos los peronistas, deseábamos que terminara ese gobierno.

En la Navidad del «75 se sublevó el brigadier Capellini, de la Aeronáutica. El intento fue rápidamente controlado. Fue el «Tacnazo». El levantamiento del regimiento de Tacna en Chile previo al golpe, para tantear la resistencia y los apoyos.

Neuquén era relativamente tranquila. No había asesinatos en las calles como en Bahía u otras ciudades del país. Solía molestar un poco la Brigada de Investigaciones, que funcionaba en Montevideo y Bahía Blanca.

El 23 por la noche me quedé en la casa de un compañero. Nos dormimos con la radio prendida, esperando la «cadena nacional» y el «Comunicado Nº 1» que no tardó en llegar.

Entre audacia e inconsciencia, a las 8 fuimos hasta lo del «Gato» en la calle Roca, a ver si se lo habían llevado. Pasamos por la Gobernación, a esa hora rodeada de milicos, y dimos unas vueltas más, todo parecía muy tranquilo…

Volvimos a la casa, sacamos libros, papeles, un revólver 32 y una caja de balas y los fuimos a tirar a la lagunita de la bajada de Alta Barda, allí donde va a ser el Shopping.

Por la experiencia de Chile, suponíamos que lo crítico eran las primeras 24 a 48 horas y como «soldado que huye sirve para otra guerra» y conserva la vida, que no es poco; en un Fiat 600 cargamos una carpa, algo de comida y salimos hacia el sur. Obviamente no teníamos plata, ni pasaportes, ni nada que nos permitiese salir del país. A poco de andar, hicimos cuentas de todas las Camineras y todos los controles que debía tener el Ejército más adelante y lo poco ágil que resultaba el «Fitito» para huir a campo traviesa. Resolvimos entrar hacia el río en China Muerta y hacernos pasar por tres giles en días de pesca. Acampamos cerca del rancho de un paisano, que preguntó poco y nos compartió su asado.

Por lo que había pasado en Chile, esperábamos escuchar noticias de fusilamientos, fábricas bombardeadas, estadios llenos de presos…, pero LU5 se resistía a dar malas noticias. Las radios hablaban lo de siempre, el Cine Español y el Belgrano anunciaban las películas del fin de semana y los partidos de fútbol no se suspendían por mal tiempo.

Al contrario de los meses anteriores, ya no se hablaba de atentados, ni de muertos por la «Triple A».

Comenzamos a sospechar de que estuviéramos locos, como los japoneses peleando en la jungla diez años después de Hiroshima. Por desconcierto, aburrimiento y por falta de comida, al tercer día decidimos volvernos, todo parecía tan normal…

La sensación era que las Fuerzas Armadas habían terminado con el caos y que el país por fin tenía un orden. Isabel estaba presa y a nadie le interesaba. A los peronistas nos habían echado del gobierno sin tirar un solo tiro y con el aplauso generalizado de lo que hoy llamamos «la opinión pública».

En silencio, por abajo, la dictadura ponía en marcha un gigantesco plan de exterminio, del que vendríamos a enterarnos los argentinos muchos años después.

Aquello que en el «70 se había iniciado con el romanticismo del mayo francés y el asalto a la Moncada, terminó en dolorosa y aún sufriente tragedia. Los estudiantes de la Sorbona van a morir de viejos en la civilizada Europa; los nuestros murieron de a miles en los oscuros pozos de la dictadura.

Durante años, muchos sufrimos un sentimiento de culpa por el seguir vivos. Pero, de tanto horror reaprendimos a honrar la vida, a valorar el diálogo y la tolerancia y a defender, aunque maltrecha, la democracia que tenemos.

(*) Diputado Provincial del PJ


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