Cánticos, discriminación y fútbol
marcelo antonio angriman (*)
En un fallo histórico, el Tribunal de Disciplina de la AFA resolvió quitarle el punto obtenido a Chacarita por las canciones racistas que entonó su hinchada en el partido ante Atlanta (1-1) el 11 de marzo pasado por la 24ª fecha del Nacional B. El artículo 88 del reglamento de Transgresiones y Penas de la AFA establece que: “Se impondrán sanciones al club cuyos socios, parcialidad o público partidario ubicado en los sectores asignados a dicha institución, antes, durante o después del partido, exhiban pancartas o símbolos discriminatorios, amenazantes, obscenos, injuriosos u ofensivos a la moral y buenas costumbres, o entonen a coro estribillos o canciones con igual contenido, siempre que estos últimos sean de tal magnitud que resulten nítidamente audibles en un amplio ámbito del estadio”. Hasta el momento, sólo existía un antecedente similar pero sin quita de puntos. La historia nos remonta a junio del 2000, cuando el referí Ricardo Sugliani detuvo unos minutos el partido Talleres de Remedios de Escalada vs. Atlanta. Pero la violencia verbal no está dirigida exclusivamente al club bohemio. A Boca se lo acusa de “negro y de sucio”, a la guardia imperial de Racing se la emparenta con la homosexualidad, a San Telmo se lo denigra por su humilde cuna y así podríamos seguir con cuanta descalificación se nos ocurra, sin distinción de camiseta alguna. Pero las ofensas no se detienen en equipos o hinchadas. Es de recordar las humillaciones que sufrieron, entre otros, el ex técnico de River Didí por su color de piel, el actual presidente de San Lorenzo de Almagro, Carlos Abdo, por ser paraguayo o los jugadores René Houseman o Héctor Enrique, quienes aun siendo campeones mundiales con la selección fueron tratados de villeros. En el fútbol local, en nombre del “folclore” se legitiman prácticas violentas y nocivas para la sociedad. Naturalizadas, muchas expresiones atacan a las comunidades paraguayas, bolivianas, de homosexuales, al judaísmo y a la mujer. Los cantos discriminatorios, racistas y xenófobos son una constante en el balompié vernáculo, donde la impunidad es la regla. Un trabajo llevado a cabo en el 2009 por el observatorio de discriminación en el fútbol, dependiente del Inadi, determinó que en un partido de fútbol la cantidad de cánticos promedio que lleva adelante una parcialidad son 25, de los cuales 8 son discriminatorios. Las hinchadas locales realizan más cánticos discriminatorios (cuatro de cada quince) en relación con las visitantes (uno cada ocho). Estas expresiones suelen tener sus comienzos en el núcleo más duro de la hinchada, la barra brava. Luego están los militantes y un sector más periférico, los hinchas comunes, que suelen adherir a los cánticos de los primeros. Según el sociólogo Pablo Alabarces, la cultura del aguante que tanto resaltan las hinchadas en sus cánticos “es una metáfora, una concepción moral según la cual hay que ser macho. Pero no contra una mujer, sino hombre versus hombre. Si no hay combate o pelea, no hay aguante”. Para el antropólogo José Garriga Zucal, quien se infiltró durante cuatro años en una barra brava: “Es una cuestión de intolerancia hacia el otro, no de xenofobia en función de los valores de lo argentino o de una cierta particularidad racial”. Está claro que la tribuna no alberga a un coro de feligreses que canta villancicos. Más bien en ella, el público de distintos estamentos sociales encuentra una válvula de escape a la realidad que los apremia día a día. La cancha se transforma así en una suerte de zona liberada, donde conductas que en otro contexto serían censurables, allí están permitidas. Para muchos, en ello reside la seducción que torna tan atractivo el espectáculo del fútbol. Dónde si no en un partido de fútbol se puede vociferar, sin reprimendas, un rosario de exactas y dedicadas malas palabras. Sí, de esas que no pueden ser reemplazadas por otras, como alguna vez alegó el también futbolero Roberto Fontanarrosa. Pero cuando ya se trata de una discriminación tan impúdica como la que se exhibe en los estadios de fútbol, pareciera que el límite se ha sobrepasado y que el permitir tales comportamientos puede generar aún mayor violencia. En el cuadro de situación referido, la decisión de la AFA si bien se comparte desde su espíritu, pareciera más un fuego de artificio que una intención real por terminar con las conductas ofensivas de las hinchadas. Ello por cuanto la norma existe desde hace años y los cánticos discriminatorios se escuchan en casi todos los estadios semana tras semana. Sin embargo jueces, veedores y dirigentes han hecho oídos sordos a los mismos. ¿Atenderá de la misma manera la AFA los casos en que las parcialidades de los clubes grandes sean las infractoras? ¿Tendrán en dichos casos los árbitros de los partidos la personalidad y el valor de parar el juego e informar lo ocurrido? Recordemos al respecto que el referí Federico Beligoy suspendió unos minutos el partido de River contra Huracán, cuando la barra del equipo de Núñez cantó de manera discriminatoria contra los de Boca. En el libro Fútbol y Violencia, Hugo Cozzani comenta que presenció una situación donde un padre de un menor mostraba un billete a la parcialidad de Dock Sud, en contestación por sus cánticos y como símbolo de ostentación. Cuenta este médico que mucho le sorprendió cuando el niño le arrebató el papel y lo imitó a grito pelado. Esto nos habla claramente de la importancia del mensaje que se les puede dar a los hijos. En tal sentido, oponerse a repetir una canción peyorativa –que siempre conlleva una ideología y más en estos casos– puede ser una buena manera de educar. También de separar la paja del trigo y poner en evidencia a quienes, en lugar de alentar, van a la cancha a servirse del club cuando no a delinquir. Si verdaderamente la AFA pretende tomar el toro por las astas, sería bueno que reproduzca la sanción aplicada a Chacarita a todo equipo en el que su hinchada discrimine, sin distinción alguna. También que junto a su socio televisivo, el Estado, proyecte campañas publicitarias educativas en los intervalos de los partidos destinadas a tal fin. Mientras ello no ocurra todo seguirá igual. Porque como bien señala el sociólogo Daniel Salerno: “La punición sola no sirve. Hay que apuntar a la educación, a la prevención con campañas a largo plazo. A veces es bastante incómodo demostrar lo evidente, que el otro es una persona, pero hay que hacerlo”. (*) Abogado. Profesor Nacional de Educación Física. marceloangriman@ciudad.com.ar
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