«Caramelitos», cartas y poemas: la escritura de Falé La Sala desde el horror del cautiverio

Rafael "Falé" La Sala fue detenido en 1974 como preso político. El 29 de agosto de 1976, le entregaron a su familia un cuerpo mutilado aquí y allá y también sus pertenencias: fotos, un calentador, cigarrillos, ojotas. Pero mientras estuvo allí, escribió a sus hermanos, su madre, sus sobrinos, y dejó poemas, siempre en letra apretada, y a veces escondidas en envoltorios de caramelos. Durante la pandemia de 2020 y a raíz de una mudanza, reaparecieron estos textos que muestran cómo, a veces, escribir puede ser vital.

Por María José Melendo

En el penal de Rawson, lo llamaban “manzanita”, según sus familiares, en alusión a su lugar de procedencia: el alto valle de Río Negro, que en aquel entonces de destacaba por la producción de manzanas y peras.

También recibió el alias de “Ramón” de acuerdo con su hermana por una de las figuras de la revolución cubana. En el espacio en el que militaba: el GOR (Grupo obrero revolucionario) era “Gorsosito”, aunque sobre este punto hay miradas divergentes en sus familiares, porque unos prefieren decir que “militaba en una organización. El era marxista leninista”, otros, que “integraba el brazo pacífico del ERP”. El GOR surgió a finales de 1970 como resultado del debate que entre el IV y V Congreso del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT); acogió en sus filas a diferentes desprendimientos del PRT-ERP y asumió la acción armada con un carácter eminentemente propagandístico y de apoyo a la movilización obrera, poniendo énfasis en la organización autónoma de la clase obrera.

Rafael La Sala “Falé”-como lo renombraron sus afectos- nació un 15 de septiembre de 1939 en Saldungaray, provincia de Buenos Aires, pero se crió en este valle. Fue hijo de Rafael y Haydeé, hermano de Cacho, Ángel, Eduardo, Juan Carlos, Julio y Marina. Fue tío, amigo, compañero, esposo.

Imagen de Rafael La Sala del 8 de julio de 1974, día en en que se casó Marina La Sala (su hermana) con quien está en la foto.

En el valle concurrió a la escuela, jugó al fútbol, aprendió a tocar el violín, y allí también formó un trío de folclore: Las voces del Río Negro junto a Roberto Pellegrini y Tomás Ernesto Sara León. Estudió en La Plata escribanía. La vida universitaria lo arrimó a la militancia donde asumió la presidencia de la Federación Universitaria Argentina, FUA. Comenzó a trabajar en la ciudad donde creció, pero asomaba implacable un destino que lo alejaría del ejercicio de su profesión y lo llevaría a trasladarse a Buenos Aires con su esposa y compañera de militancia, Lily.

El 9 de agosto de 1974 fue detenido en Buenos Aires y llevado a la cárcel de Devoto como preso político. Luego, trasladado a Rawson donde estuvo en dos oportunidades y en junio de 1976 a la Unidad 9 de La Plata, establecimiento penitenciario que en la última dictadura militar fue un centro clandestino de detención y tortura. Durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, el Congreso sancionó en septiembre de 1974 la ley 20.840, o ley de seguridad nacional, por la cual se establecieron penalidades para las actividades subversivas en todas sus manifestaciones, y es bajo este “marco legal” que fueron detenidas muchas personas como presos políticos.

En la cárcel escribió poemas en papelitos muy chiquitos, la mitad de chicos que el envoltorio de un alfajor. El objetivo era que pudieran salir, pasar la reja y burlar lo que en ese entonces eran brutales requisas a quienes visitaban los penales, según indican los testimonios directos de sus familiares.

Falé escribía y plegaba los papelitos hasta volverlos aun más chicos de lo que eran y les entregaba los “caramelitos” (así los llamaban) a los familiares que lo visitaban. Su mamá, se instaló en Buenos Aires para poder estar con él los días de visita mientras estuvo detenido en Devoto. “Mi mamá los ponía en el ruedo de su enagua”, cuenta la hermana. Sacaba los caramelitos y se los daba a los compañeros de Falé. Además de incondicional con su hijo, Haydée era valiente.

Esos poemas fueron reunidos por sus compañeros y editados en un libro llamado Cielo reja publicado en los setenta y recientemente vuelto a publicar por su sobrino Ricardo.

Desde el encierro, Falé escribió para ratificar su violentada humanidad.

Rafael La Sala junto a su hermano Julio César La Sala, en una foto tomada el 8 de julio de 1974, poco antes de su detención.

En medio de la pandemia desencadenada por el COVID-19, uno de sus hermanos se mudó. Su hijo se ocupó de trasladar los libros y los muebles y encontró una carpeta con varias cartas no sólo dirigidas a su padre sino a otros familiares.

Dicho hallazgo y el consultar a distintos familiares exhibió que Falé escribió cartas regularmente a sus familiares. Leer esas cartas evidenció el haber trasgredido el vínculo íntimo entre ellas y sus destinatarios; tener acceso sólo a las cartas escritas por Falé pero no a sus respuestas o a sus epístolas iniciales contribuyó a esta unilateralidad y ratificó no sólo la irrupción foránea de quien lee esas cartas sino que al leerlas irremediablemente se está ante pedazos de esa comunicación, fragmentos, vestigios.

Pero también, su acceso permite contrarrestar la inevitable distancia de quien no ha vivido una situación de encierro similar y tener alguna idea vaga de lo que es vivir en una celda mínima, sin calefacción en el helado invierno patagónico, privado como castigo de lecturas, de la radio, el ajedrez o de las pocas horas del patio.

Entenderlas como intentos de quien escribe por existir a través de ese acto: de humanizar una existencia reducida a lo más precario de la subsistencia.

Las cartas de Falé parecen tratados sobre la pasión de vivir. En ellas, resulta notable cómo cambia el tono de lo que narra (sólo el tono) de acuerdo a los destinatarios: su sobrino de once años o su madre de sesenta, su hermano –comprometido políticamente como él- o su otro hermano indiferente a esta militancia que para él resultaba inclaudicable.

En una carta a su sobrino Maxi de un año y medio le escribe el 3 de diciembre de 1975 la siguiente carta:

“Señor, querido amigo, sobrino y todo, Don Maxi: Te escribo para contarte una cosa que me ocurrió hace unos días y que creo te interesará. Resulta que yo estaba en mi celda, que es un lugar muy cuadrado donde unos hombres encierran a otros hombres porque les tienen un poquito de miedo, y vino a verme un señor vestido de gris (a mi me pareció que además de su ropa, tenia grises los ojos, la boca, las manos y no puedo asegurarme si también el corazón, porque lo tenía escondido bajo su ropa gris). Entonces, el señor de gris me dijo que debía salir de la celda muy cuadrada para ir a otro lugar igualito. Pero alejándome de unos amiguitos con los que jugábamos todos los días. El señor gris me dijo que debía entregarle todas las cosas que yo guardaba en una bolsita. Y entre ellas, había una fotografía que vos me mandaste y que yo miraba un ratito todos los días. El gris se la quiso llevar, seguramente porque me quería dejar muy muy solo. Entonces le dije que no se llevara tu fotografía porque tampoco a vos te gustaría; y que antes de que la tocaran manos grises, prefería romperla, (porque yo sabía que vos estarías de acuerdo).Gris me miró, mostró de lejos tu foto y luego la rompió en muchos pedacitos, que es la forma como fusilan las fotos los grises. Gris no se dio cuenta, pero yo pude ver que sus dos manos se pusieron rojas, después muy frías y finalmente se le cayeron, pedacito por pedacito. Ahora estoy viviendo en otra celda muy cuadrada junto con un amiguito que quizás alguna vez conozcas. Pero te confieso que me siento un poquito solo por este asunto de gris con vos. (¿Le hiciste alguna morisqueta a gris?).

Bueno, quería decirte que tenes que ayudarme a arreglar este asunto de mi poquito de soledad. Para ello le pedís prestado a tu papa una cajita que tiene un cosito de vidrio, te la ponés cerquita del corazón (así sale bien la cara) y apretás un botoncito que tiene acá. Después le pedís a papa que saque el papelito de la cajita donde estarás vos sonriendo y se lo das al señor del tren para que me lo entregue.

Yo lo guardaré en un lugar para que gris no lo encuentre.

Pero te pido permiso para romperlo si se lo quiere llevar. Las cosas grises no deberían tocar jamás aquello que tiene vida, ¿no te parece? Chau Maxi, hasta tu próxima sonrisa”

Escribió cartas a sus sobrinos que tenían entre tres meses y veinte años de edad. Les contaba de sus lecturas, de sus compañeros de celda, de las peñas que improvisaban en donde “cada uno hijo de distintas provincias, vuelca el color de sus costumbres”; pero sobre todo se interesa por el destinatario, lo imagina viviendo su vida. Un sobrino –que por entonces tenía 17 años- cuenta que al irlo a visitar a Devoto “siempre me preguntaba por mis cosas, me hacía hablar a mí”. A él le escribe el 15 de mayo de 1976: “Bueno Ricardo, son las 22 hs de este sábado que viviremos diversamente. Seguramente, dentro de pocos minutos al tiempo que me pongo en obligado punto muerto, vos arrancarás para algún lado para no dejar viuda a la noche. No tiene sentido que a la bronca que pueda producirme tener que quedarme en casa, le sumemos tu eventual tristeza. Al contrario, hace de cuenta que salimos juntos y por ahí en algún boliche, tomate una copa a mi salud. Acá que la bebida más fuerte es la sopa -cuando tiene sal-, te acompañare desde ahora. En una de esas, si la carta te llega antes del sábado, podemos repetir la calavereada”.

El 11 de noviembre de 1975 en Devoto escribe a su sobrino Daniel: “De mi vida estoy seguro que conocerás casi todo lo que puedo contarte, sea por tu viejo o por la abuela.

Comprenderás que en este lugar no hay muchas novedades. A veces, la alegría nos acompaña cuando un compañero se va en libertad; otras veces el sentimiento es de tristeza, al ver el descalabro en que vive la población sobre todo los que se rompen el lomo trabajando.

Todos estos momentos los vivimos tratando de que los días de encierro pasen rápido charlando entre nosotros, (..) aprovechando todo lo posible la hora del recreo diario de lunes a viernes jugando al fútbol, al básquet (…) para que no se oxiden los huesitos

(…) Puede ser que algún compañero se vaya en libertad puede ser que ingrese algún nuevo detenido. Y así pasa el tiempo; y también a mi me llegará la hora que la puerta se abra. No sé cuándo será pero la espero con optimismo y esperanza.”

Las cartas también evidencian y ratifican sus convicciones: El 21 de noviembre de 1974, tres meses después de haber sido detenido, le escribe a uno de sus hermano en una extensa carta atravesada por los valores de su militancia: “Quiero que sepas que el precio que estoy pagando –grande o chico lo dirá el futuro- no me pesará. A veces no se pierde la libertad aunque tres rejas se interpongan. Antes bien, hasta puede ser el elemento que faltaba para revalidar una idea y una práctica; para tener confianza en que el futuro tiene que ser lo opuesto a una sociedad que no tiene otro remedio que “nivelar” la desigualdad con más y más represión”.

No sólo escribir lo reconfortaba sino las visitas (permitidas únicamente a familiares). El 16 de mayo de 1976 escribe a otro sobrino adolescente: “Bueno Néstor, de mi enrejada vida tendrás sobradas noticias, de modo que no voy a cansarte con repeticiones. La rutina jode, aunque hay una que uno quisiera que fuera permanente, y que esperamos semana a semana. Me refiero a la visita, porque a través de ella recibimos una especie de brisa revificante que nos renueva. Algún día podremos dejar testimonio de lo que significan para nosotros los familiares, de la importancia que tiene el afecto, de la fortaleza que nos da tener al lado nuestro, aunque sea una hora semanal, a un familiar”.

Las cartas vuelven visible la violencia de las fuerzas de vigilancia aplicada en distintas dimensiones buscando subyugar, amedrentar, humillar. Refieren a los intentos permanentes de “los grises” de deshumanizar la existencia tras las rejas pero también a las pequeñas emboscadas que tramaban los internos para contrarrestar esos atropellos.

El 25 de diciembre de 1975 escribe a su sobrina: “Hoy es navidad pero estamos sancionados por las autoridades del penal, no hemos recibido la visita habitual. Sin embargo ese obstáculo fue superado por los familiares quienes se juntaron en la calle y nos acompañaron mañana, tarde y noche. Para que no podamos verlos nos encerraron en celdas. Pero ello tampoco fue un obstáculo para que nos llegara su cariño”.

Por su parte, el 20 de enero de 1976 escribe Falé a su mamá: “Parece que el castigo que nos impusieron llegó a su fin. Ahora sólo estamos encerrados 18 horas diarias 5 hs con recreo interno y una hora con recreo en el patio. Realmente me encuentro bien y con mucha fuerza, la misma que el resto de los compañeros.

Ahora ya somos 3 en la celda y nos llevamos muy bien. ‘somos viejos conocidos’ de más de un año de cautiverio, de modo que nos conocemos las mañas, nos toleramos los mutuos defectos y tratamos de estudiar” (…)

“Anoche suspendí la carta y hoy por la mañana nos encontramos con la sorpresa de que habían producido un nuevo cambio de régimen. Desde hoy tendremos 19 horas y media de encierro y 4 horas y media de “libertad” … de qué hablaran con sus esposas e hijos al final de cada día. Pero no te creas que ello nos afecta. Siempre, en cualquier situación hallaremos el modo de contrarrestar estas manifestaciones grotescas del miedo. Mientras tanto, serán ellos quienes están acumulando razones para avergonzarse”. Una semana después, también en carta a su madre: “Acá tenemos novedades a diario pues estos señores no se ponen de acuerdo sobre el régimen carcelario a aplicar. De modo que las ordenes y contraordenes se suceden”.

Escritas desde ahí, las cartas abordan sin preámbulos, con franca melancolía, las vejaciones de todo encierro. El 31 de marzo de 1975 escribe desde lo que sería su segunda estadía en el penal de Rawson a uno de sus hermanos: “Estoy en un pabellón distinto del anterior, con un grupo de compañeros extraordinarios y que has visto en Devoto. Estudiamos fuerte, en el marco de una buena convivencia, y gastamos zapatillas en el patio de cemento a razón de una hora por día de recreo. Un lamentable diario local y un esporádico parlante, con informaciones y novedades del mundo, enriquecido por las visitas familiares que son frecuentes (en este momento está Lily). Así, te he brindado brevemente el entorno de mis actuales y futuros días carceleros. En este preciso instante con las 20:30 hs y acabo de ser encerrado en la celda individual con media hora de luz. A las 22 hs sin sueño y con tiempo, fijaré los ojos en algún rincón y enfilaré mis pensamientos hacia algún lugar. En algún recodo me ganará el sueño, hasta que mañana me sorprenda un amanecer que cada día llega más tarde y más frio.

¿Alguna vez pensaste en lo importante que podía llegar a ser una hora de luz?”

El 16 de febrero de 1976 escribe a su hermano. “Estamos un tanto ‘apretados’ por un régimen pesado, que no cede, y antes bien, arece proseguir. Salvo unos pocos días, estamos encerrados todo el día desde el 13 de noviembre. En un principio como transición hacia un nuevo régimen, luego por ‘orden superior’, y ahora con motivo de una sanción debido a que una requisa halló en las celdas material subversivo. (…) Sabemos que hay gestiones encaminadas para que seamos catalogados ‘prisioneros de guerra’, con la intención de aislarnos más aun. (…) Como estamos privados de libros y revistas y sólo recibimos un diario para todo el piso ando un poco falta de lectura; y ni siquiera tengo el consuelo de sintonizar la ‘cantora’ porque también se la llevaron. Aparte de esto, de salud bien y bien de ánimo. Parece que los mecanismos de defensa colectivos funcionan bien. A veces, cobran la forma de una peña, otras, de charlas por el hueco del baño”.

El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas usurparon el gobierno y derrocaron a la entonces presidenta constitucional María Estela Martínez de Perón.

El 25 de agosto de 1976 Falé estaba detenido en la Unidad Penitenciaria 9 de La Plata. El expediente judicial de la causa indica que recibió una sanción disciplinaria por encontrarle material ingresado desde afuera. Fue llevado a las celdas de castigo en lo que por el testimonio de los sobrevivientes de la Unidad 9 era llamado por ellos mismos “el pabellón de la muerte”. Uno de esos testimonios (el de Carlos Alberto Álvarez), manifestó que “conoció a Rafael La Sala le decían “Gorosito”; fue golpeado más de lo normal, le hicieron un interrogatorio, escuchó que lo amenazaban con que ya tenían a su mujer, le decían “escupí”.

El 29 de agosto de 1976, tenía 36 años. A su familia le fue entregado un cuerpo mutilado aquí y allá. Con marcas en el cuello atribuidas -según la certificación expedida por el penal- a un suicidio por ahorcamiento. Le fue entregada también la nómina de pertenencias entre las que figuraban cartas, fotos, un calentador, cigarrillos, ojotas.

Treinta y cuatro años después, su familia pudo leer lo que era una convicción interna: no se había suicidado. En la sentencia se dejó constancia de que varios compañeros de pabellón declararon que “a Gorosito lo suicidaron”. El 13 de octubre de 2010, el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata condenó a Agentes del Servicio Penitenciario a prisión perpetua por su asesinato. También fueron encontrados culpables de violación a los Derechos Humanos diez imputados, entre ellos, tres médicos.

En una carta escrita el 7 de septiembre de 1971 a su hermano -aquél que se manifestaba escéptico de su militancia- le advierte: “Ocurre que yo no puedo concebir sostener una idea que no pueda corporizarla, o que al menos requiera de mí una actitud concreta que la ratifique frente a quien la combata. Por eso estoy como estoy, por eso prácticamente abandoné mi profesión, y de nada me arrepiento… Pero si alguna vez alguien imagina un epitafio para mí, deberá reconocer que fui consecuente”.

Falé escribió, aun en circunstancias límite que por eso mismo amenazaban con volverse intransferibles. Pero él manifestó su tenacidad. El último texto accesible, es una carta escrita una semana antes de su asesinato, en la que continúa prefigurando las andanzas de su personaje “Fistulo”. La escritura tras las rejas le permitió dejar estelas mínimas en aquel mar en el que estaba sumergido y con ella trataba de salir a la superficie y respirar.


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