Del Ipross a los cuadernos: distintas caras, la misma impunidad
Javier Genoud DNI 17.506.130
GENERAL ROCA
La misma mugre con distinto perfume. En un lado, los farmacéuticos del Ipross, profesionales de la salud convertidos en estafadores, que avalaron tratamientos ficticios, recetas truchas y sobrefacturaciones millonarias. Funcionarios que firmaron pagos sin control, prestadores y empresarios que inflaron precios con la complicidad del Estado. Políticos que se hicieron los ciegos para garantizar la impunidad. No fue un error ni un accidente: fue un saqueo organizado contra la salud pública. La estafa tuvo su ingeniería legal: según versiones, asesores y allegados (incluso familiares) pusieron su saber jurídico al servicio de operaciones que después se tradujeron en propiedades en Roca y emprendimientos en la costa. Del otro lado, los empresarios y funcionarios del escándalo de los cuadernos, ese banquete obsceno de coimas y retornos. El método es el mismo: plata, bienes, favores, todo puesto arriba de la mesa para comprar la libertad. El manual del delincuente de guante blanco: no reparar, no devolver, no rendir cuentas. Sólo negociar la absolución como si fuera una operación más de mercado.-
En el fraude farmacéutico, la burla fue todavía más cruel: ofrecer propiedades y algunos billetes como si con eso se pudiera tapar el daño de haber vaciado el sistema de salud. Porque acá no hablamos solo de papeles truchos o de un desfalco contable: hablamos de pacientes que quedaron sin medicamentos, de tratamientos interrumpidos, de afiliados abandonados a su suerte. Hablamos de muertes evitables, de gente que se fue antes de tiempo porque un puñado de delincuentes decidió llenarse los bolsillos. Mientras ellos se enriquecían, miles pagaban con dolor, con enfermedad y con la vida misma el precio de la estafa. En el circo de los cuadernos, la escena es igual de asquerosa: empresarios y políticos repartiendo la caja de la corrupción como caramelos, convencidos de que un pago extra arregla todo. La obscenidad no es sólo el robo, sino la naturalización del soborno como “salida elegante”.-
La Justicia funciona como un kiosco abierto las 24 horas: el que tiene plata compra impunidad. Y la sociedad queda reducida al papel de espectadora, mirando cómo se negocian libertades con el mismo dinero que nos robaron a todos. Pero lo peor es que la podredumbre ya se metió en los pasillos judiciales: coimas que circulan entre escritorios, jueces que firman sentencias a medida, peritos calígrafos que “acomodan” informes por unas monedas, fiscales que cajonean causas con la excusa del formalismo. La Justicia dejó de ser un árbitro para convertirse en socia de los mismos ladrones a los que debería condenar.-
La pregunta ya no puede esquivarse: ¿qué hace la Justicia? ¿Va a seguir jugando a este trueque indecente donde libertad y condena se negocian como si fueran fichas de casino? Cada fallo comprado es un golpe directo a lo poco que queda de confianza social. Y cada silencio de la sociedad es un aval tácito a que la corrupción sea regla y no excepción. Basta de mirar para otro lado. Basta de resignarse con el “siempre fue así”. Porque cada vez que un juez se vende, cada vez que un empresario o un político arregla con plata, el mensaje es uno solo: en la Argentina robar vale la pena. La pregunta final es brutal pero inevitable: ¿Vamos a seguir aceptando que la impunidad se pague en cuotas con el mismo dinero que nos afanaron, o vamos a exigir de una vez por todas que la Justicia deje de ser una cueva de cómplices y se ponga, aunque sea una vez, del lado de la gente?
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